09 noviembre 2007

Registrar la realidad

Creo que hace no muchos días –podría echar un vistazo a través del Google y dar con la fecha exacta pero… qué más da-. Hará como un mes… Estuvo por Madrid Alan Pauls. La excusa fue el festival VivAmérica y dio un par de charlas en la capital. En una de ellas elaboró una interesante teoría sobre la evolución de la sociedad en la que vivimos. Hace unos años estábamos sumergidos en la era de la cultura, luego pasamos a la de la información –en esa están todavía los ingenuos ministros y políticos del ramo- y nos vemos inmersos ya en la del registro. Es verdad, hoy, sencillamente se archiva todo. Las cámaras, los servidores de Internet. Todo ser humano que camina sobre el planeta va dejando un rastro que es fácil de seguir. No importa tan siquiera tener controlada toda esa información, basta con tenerla archivada, indexada para que cualquier archivista nos la facilite cuando se la solicitemos. Guardamos incluso lo que nunca ha existido. Esa misma tarde me compré un disco duro externo de chorrocientos megas que voy poco a poco rellenando a la espera de poder decir que he estado en el mundo.
Al día siguiente entrevisté a Pauls. Tenía un libro calentito a la espera de que lo publicase Anagrama y me parecía una excusa inmejorable para sacarle unas cuentas palabras e ideas. Sé que, ahora mismo, Pauls está pletórico de forma. Tanto en Segovia como en Madrid cada cosa que decía tenía su miga, y era cuestión de aprovecharlo.
La entrevista fue ideal. Él estuvo generoso, habló de su nuevo libro y de los anteriores, de la película que ha hecho Babenco adaptando El pasado. Una delicia. Toda la conversación se estaba registrando en una grabadora de MP3 barata, obsequio de la empresa más poderosa del mundo de la informática. Al llegar a casa no había grabación alguna. Nada había quedado registrado de esa conversación, y, finalmente, esa hora y media de charla se había ido por el retrete.
Reconstruí esa misma tarde la conversación tirando de memoria y de intuición, y le envié el archivo resultante a Pauls explicándole lo sucedido. Él, generosamente, retocó sus palabras –que en realidad eran las palabras que mi memoria había guardado- y consiguió incluso que las mías que aparecen intercaladas sonaran más inteligentes.
Ayer se publicó la entrevista cercenada en el diario Público –el espacio manda, y había que meter otras informaciones más interesantes, se conoce-, así que he decidido colgar aquí el archivo tal y como me lo devolvió Alan Pauls tras echarle un vistazo y corregirlo.
Creo que merece la pena.

“Quería reconstruir la excitación casi erótica que sentía de adolescente cuando leía las revistas de las organizaciones guerrilleras”.

Alan Pauls publica su nueva novela, Historia del llanto (Anagrama), cuatro años después de ganar el premio Herralde con El pasado, cuya adaptación cinematográfica, llevada a cabo por Héctor Babenco, se estrenará en breve en España.

Alan Pauls ha decidido no permanecer en el cómodo diván desde el que analizó el amor en su anterior novela. Como autor descarta la tentación de convertirse en un autor de un solo libro a repetir eternamente para satisfacción de lectores y editor, y apuesta por un cambio en su trayectoria. “Yo no sé adónde voy cuando escribo. Con este libro me sucedió lo mismo que con El pasado: lo escribí a ciegas, sin saber hasta dónde llegaría. Pero tengo la impresión de que con Historia del llanto algo nuevo se abre. Ya lo intuí en La vida descalzo, y continúa en lo que estoy escribiendo ahora.”
No sabía hasta donde llegaría, pero sí sabía de dónde quería partir. “Los años setenta en la Argentina van desde el sueño peronista y revolucionario de la primera mitad a la sangre y el terror de la dictadura militar. Ésa fue quizá la época más intensa de mi vida. En aquellos años me convertí en quien soy. Son los años en que comencé realmente a leer y a escribir, en que conocí a mis maestros y experimenté las primeras pasiones”.
“Uno de los problemas con esa época en Argentina es que los ’70 parecen ser patrimonio exclusivo de los que los protagonizaron. De ahí que la época se aborde a menudo con la intención, consciente o no, de justificar algún tipo de comportamiento. Yo quería acercarme a todo aquello desde una posición doble, a la vez interna y externa, y por eso elegí como “héroe” a un joven como el que yo fui entonces”.
La novela está protagonizada por un chico extraordinariamente sensible, capaz de arrancarle las confesiones más recónditas a cualquier adulto con el que se cruce. Un confesor involuntario que asiste al delirio político que vive el país y lo descifra desde una perspectiva íntima y personal.
“Ése es el deseo que está en el origen del libro: fundir lo político y lo íntimo en un registro donde ambas dimensiones sean indistinguibles. Literatura y política rara vez han funcionado bien juntas; siempre es una la que ha preponderado. O bien el “mensaje político” sojuzgaba a la literatura, o bien la literatura reducía lo político al rango de un tema o un marco. En Historia del llanto las dos dimensiones se anudan en una posición específica: la posición de lector. El protagonista del libro no milita en política ni está en ningún grupo armado, pero lee con verdadero frenesí las revistas en las que la guerrilla narra sus epopeyas. Por ejemplo, la extraordinaria crónica del asesinato del general Aramburu que publicó La causa peronista, el órgano de prensa del grupo Montoneros. [El relato, contado por sus responsables, Mario Firmenich y Norma Arrostito, puede encontrarse en Internet.] Yo quería trabajar los 70 desde esa perspectiva extraña: la de un adolescente que consume lucha armada como otros, hoy, pueden consumir videojuegos”.
En esa línea, Pauls se inserta en la tendencia de otros autores, como Martín Kohan y su Museo de la revolución. “Me gustó mucho la novela de Martín, y es muy interesante porque él tiene treinta y pico años y su visión de los años setenta no tiene los lastres que tienen las de sus protagonistas históricos. Quizá por eso hay gente que no la acepta del todo bien: es una visión que se resiste a ser domesticada.” Aunque, puestos a buscar un referente para esa fusión de lo público y lo privado, Pauls señala a Manuel Puig. “Es la estela de Puig la que me ha servido como referente; especialmente el trabajo radical con lo íntimo y lo político que hay en El beso de la mujer araña.” Conviene no olvidar que Pauls escribió un libro de referencia sobre Puig.
Pauls, que se atrevió a escribir en El pasado sobre el amor –ese tema del que casi nadie se atreve a hablar en voz alta, y menos por escrito hoy en día- ha quedado satisfecho con la adaptación al cine llevada a cabo por Héctor Babenco. “Condensar casi seiscientas páginas, con diversos niveles de referencias y de lecturas, es algo muy complicado. Babenco eligió centrarse en la historia de dependencia amorosa, en la obsesión sentimental de Rímini y Sofía.” Lo que más le ha interesado a Pauls de la cinta ha sido el modo en que la tragedia se toca todo el tiempo con la risa y el extraño “desfase temporal con que Babenco ha trabajado el relato. La historia transcurre a lo largo de veinte años, pero es muy difícil identificar la época en que suceden las escenas. A veces todo parece indicar que están en los ochenta, pero siempre hay un detalle en un vestido, un coche que se cruza, una manera de hablar, que desplazan la acción hacia otra época. Todo sucede en una especie de tiempo interno que avanza y retrocede y nunca termina de pasar: el tiempo de la pesadilla”.
La obra de Alan Pauls se va tornando, cada día, más indispensable para entender el devenir de la literatura en castellano, una literatura que, para él, se distingue en que “una de las pocas prácticas que nos permiten hoy producir y encapsular tiempo; es decir: escapar del despotismo de la inmediatez. Tal vez ésa —inyectarle tiempo al mundo— sea la función que caracteriza hoy al arte”.