28 diciembre 2007

Sobredimensionados

Una de las sorpresas más gratas que me ha dado este fin de año en el que todavía estamos inmersos ha sido la selección de los mejores libros del 2007 a juicio de los redactores y colaboradores de la sección de Cultura del diario Público. La lista es, desde luego, innovadora, y seguro que no se parecerá en nada a las caducas y aburridas que, año tras año, publican otros rotativos, en las que, por ejemplo, el año pasado, fue noticia la inclusión de una novela tan floja como Nocilla Dream.
De todos modos, como no podía ser de otro modo, hay algunas cosas con las que uno no está de acuerdo, y aprovecho por eso este Speaker’s corner particular para expresarme.
En este caso se trata del libro Fiambres de la periodista Mary Roach, que me ha dejado un amargo sabor de boca. Lo que en principio parecía un texto interesante, que se va desplegando de un modo curioso y por ratos inteligente, haciendo uso del humor y de una frialdad proverbial para tratar un tema tabú como es la muerte, y en particular los cuerpos de los difuntos, se convierte mediada su lectura en un libro reiterativo, plano, donde las gracietas se suceden en los pies de página y, en su afán por tocar todos los temas el libro cae en terrenos de una inanidad insoportable. El libro tiene trescientas y pico páginas y la sensación que le embarga a uno es que le sobra la mitad, que no es necesario dedicar tanto espacio a cosas verdaderamente intrascendentes y que las bromas de la autora es mejor que las deje para su familia, porque la verdad es que como autora de monólogos no habría quién la contratase.
El tema, el enfoque, preludiaban un libro mucho más interesante, donde a los datos se les sumara una reflexión inteligente sobre el tabú que rodea al cadáver. Pero, sin buscar demasiado, un puede encontrar en la televisión, en A dos metros bajo tierra (Six feet Under), un acercamiento mucho más ameno y brillante a un tema tan sustancioso. Lo curioso es que ha habido muchos críticos y articulistas que le han dado el visto bueno, y sospecho que eso de debe a la proverbial costumbre de hablar de un libro sin haber llegado tan siquiera a la página cien –del mismo modo que el libro sobre la censura de Coetzee debe ser muy interesante si uno lo termina porque en las cincuenta páginas que yo he leído es un verdadero tostón de una solemnidad plomiza-.
No quiero olvidar otra cosa que me ha llamado la atención del libro y es la costumbre de innovar donde no se debe hacerlo. Me refiero, por supuesto, al formato del libro. Prácticamente cuadrado, con una letra pequeña –diminuta en el caso de las notas a pie de página-, con una caja verdaderamente mísera, la lectura del libro no es ni sencilla ni placentera. Con un cuarto de hora de lectura de este libro uno está cansado, mientras que con otros se necesitan horas. ¿No será que el diseñador –seguro que es uno de esos diseñadores gráficos que no tienen ni puñetera idea de diseñar libros- no ha leído un libro en su vida y por eso se piensa que este es un libro bien editado?