27 junio 2006

Contar las olas

Uno no sabe si termina de estar de acuerdo con las antologías o no. A través de algunas de ellas ha descubierto uno a autores que, hoy, le resultan fundamentales, pero eso no hace olvidar que, en la mayoría de los casos, resulten una pérdida de tiempo. Sobre todo las temáticas. Si a mí me dieran la opción de montar un menú degustación haría una lista de platos que cocino bien y que fueran variados, pero no me centraría en una variación constante de la misma carne o pescado. ¿Imaginan un menú en torno a la anchoa? Por razones como esas termina uno siempre pensando que una antología es un mal menor.
Además, de un tiempo a esta parte uno hace con las antologías lo mismo que con los sucesivos platos que le sirven en un banquete, uno de boda por ejemplo, que no es otra cosa que probarlo y, si no me convence demasiado, dejar el plato lleno, sin el más mínimo temor a que alguien vea que el guiso no me ha gustado.
Que la antología –que tiene un nombre muy bonito, por cierto, las cosas como son- aparezca a la venta justo cuando todo el mundo está preparando las lecturas del veraneo, y que la temática de la antología sea el mar –o, mejor dicho, la costa, ya que son cuentos para bañistas-, no deja de ser una percha evidente y oportuna. Porque, como dijo Carlos Segarra, el cantante de Los Rebeldes en una entrevista que vi una vez, “si lanzo a la venta Mediterráneo [nada que ver con Serrat, es un hit de éxito en los ochenta, revisen la web en su búsqueda] en verano me llaman oportunista, y si lo hago en diciembre me llaman imbécil, así que puestos a elegir me quedo con lo de oportunista.” Evidentemente, poner a la venta una colección de trece relatos para bañistas en el mes de noviembre demostraría una estupidez evidente. AL menos si se publica en España, seguramente en el cono sur no sería así.
Lo que sucede es que las antologías temáticas es, todavía, más arriesgado que lo de las generacionales o nacionales. Sobre todo si no se hacen con el tiempo suficiente, o si se pretende que dicha antología esté formada por textos inéditos o de difícil alcance. Yo creo que el objetivo de Ronaldo Menéndez y Pote Huerta al idear esta antología iba por ahí, por ofrecer al lector material inédito para leer en la playa, bajo una sombrilla y con una bebida bien fría al lado, si es posible. Para el que no lo haya entendido: que sea una lectura refrescante. Pero creo que el objetivo no se ha logrado, la verdad.
Por un lado por que creo que, obrando con cierta lógica, han echado mano de lo que había, esto es, autores de la casa, que seguramente habían puesto la existencia de estos textos en conocimiento de la editorial –y sería el caso, intuyo, de Cerrada, Frabetti, F.M., Menéndez, Monteserín, Reig y Royuela, que presentan, todos, relatos inéditos-, o de amistades del seleccionador con los que es fácil contactar y conseguir un texto rápido, que es lo que hacemos todos cuando vemos que se nos echa la fecha límite de entrega encima.
Pero es que una antología de este tipo, temática, requiere más tiempo. Cortázar, que fue un archivo viviente en lo tocante a los cuentos, los tenía perfectamente catalogados en su cabeza por temática y por técnica. Es curioso que dos escritores que parecen hoy tan alejados –y digo parecen porque en realidad nunca han sido vidas más paralelas y simétricas como ahora- como son García Márquez y Vargas Llosa hayan aludido en sendos textos de circunstancias a esa capacidad del autor de Bestiario para tener fichados todos los relatos que había leído. Sospecha uno que la idea de la antología le debe haber rondado a uno la cabeza mucho tiempo para que pueda salir un libro de referencia.
Escoger textos que tengan el nexo común del verano, de las vacaciones, y de la costa o la playa, es por un lado cómodo porque ha habido muchos, pero es un arduo trabajo si de entre ese numeroso corpus hay que espigar los verdaderamente buenos. Y eso requiere tiempo.
Ronaldo Menéndez, que lleva unos años por aquí y posee una tradición más hispanoamericana que hispánica de lecturas, ha olvidado –o tal vez no lo conoce, no olvidemos que nadie nace sabiendo- el que posiblemente es el mejor, o al menos de los mejores, relatos que se han escrito sobre el mar, los bañistas y el veraneo. Se trata de “El mar”, de Medardo Fraile, con el que ganó en su momento el premio Hucha de Oro y que merecería estar en todas las antologías, sean o no marineras, que se hagan. No sé si se debe a también parece haber un criterio generacional en la elección, ya que todos los autores están entre los treinta y cinco y los cuarenta y pico, a excepción de Monteserín y Frabetti que están ya más talluditos pero que, no se olvide, son autores que “juegan en casa”. No puedo olvidar, en cualquier caso, mencionar ese cuento como el que ha sabido expresar mejor que ningún otro la soledad del hombre frente a lo que no entiende, y como la revelación se esconde en la rutina menos cotidiana que uno puede imaginar.
De todos modos, más que el proceso de selección seguido, que parece más dictado por las circunstancias que otra cosa, lo que menos convence del volumen es la posible voluntad “refrescante” del mismo. Me explico. La verdad es que, de los trece relatos que componen el volumen a mí sólo me parece memorable uno, hay otros tres que merecen una lectura completa y algo de digestión posterior, y otros nueve que, la verdad, son muy poco interesantes. Como me parece de mal carácter dar nombres lo voy a obviar, que es una manera tan sencilla como cualquier otra para lograr que Ronaldo se enfade conmigo y todos y cada uno de los otros doce autores antologados le sigan en la irritación –lo que, añadido al hecho de que trabajo frecuentemente con dos de ellos y veo con asiduidad, o colaboran con nosotros, otros tres autores, me coloca en una situación bastante incómoda.
Pero bueno, qué demonios, no escribe uno el blog para hacer amigos. En el de Bonilla, el propio autor reconoce –tengo la nota de prensa donde lo explica- que lo de ambientarlo en la playa es porque la imagen del escultor de figuras en la arena era imprescindible, y por eso necesitaba la playa. Por lo demás el texto transcurre en una playa como podía hacerlo en Manhattan. Lo mismo sucede con el cuento de Paz Soldán, donde la playa es apenas un sustantivo en una frase de un texto que transcurre en unas navidades en Miami –por cierto, ¿cuál es el gentilicio o al menos el adjetivo de Miami?-, o en el e Menéndez, donde hay playa como podía haber monte. Tan sólo el de F.M. transcurre plenamente en la playa, en un ambiente de bañistas, chiringuitos, humedad y actos sin sentido.
Y ahí es donde radica, a mi parecer, el problema de la antología, en que parece estar pillada por los pelos, por un lado, y en que parece una antología de textos estivales más por lo adocenado, lo perezoso de su redacción que por lo refrescante de las narraciones. La mayoría están redactadas de un modo clásico, poco intenso, con los “tricks” del perfecto cuentista en la cabeza, como si fuesen encargo de una edición estival –algunos lo son, otros puede que lo sean para esta antología- y en la mayoría de los casos se aprecia una monotonía, una falta de ambición, muy notable.
Paz Soldán juega muy bien la baza del segundo giro y del punto de vista infantil de su narración, F.M. vence por puntos en el sabio tratamiento de la familia moderna en descomposición y los modos de actuación de los miembros de la misma, Menéndez hace una relectura al menos astuta de los pilares de la tradición, en este caso Cortázar frente a Borges del texto que se incluyó en esta bitácora, y Bonilla usa con desenfado un texto más natural, menos artificioso, y se permite un análisis profundo del conflicto de sus personajes y de su narración.
Pero por lo demás hay poco que mencionar, y tal vez por eso parece que sea un buen libro para el verano. Ligerito, amanerado, con pocas sorpresas agradables o no, previsible y relajado. Un libro perfectamente olvidable. Como las vacaciones que, lo reconozcamos o no, queremos todos.