Soy uno de los más fervorosos lectores de libros de editores. Supongo que porque uno tiene una vocación suicida y ha decidido ser editor –como uno puede elegir cualquier otra manera de autoflagelación-y cada uno tiene derecho a destrozarse la vida como quiera. Y, regalo de una empresa dedicada a la formación de futuros editores y trabajadores de la industria, me cayó en las manos el libro de Jason Epstein donde mezcla sus memorias y experiencias narradas como editor –para el que no le conozca decir que es una figura importantísima en la edición estadounidense porque estuvo muchos años al frente de Random House y es el creador de la New York Review of Books, otra institución en el mundo de la lectura norteamericana, y de la edición en rústica de calidad a través de la colección Anchor Books- con una serie de reflexiones sobre el futuro del negocio editorial.
Tal vez lo que más se echa de menos en el libro sea un poco más de literatura, pero no hay duda de que es una lectura enriquecedora. Se hace evidente desde el prefacio que hay una serie de ideas sobre el futuro de la edición que son las que han movido a Epstein a escribir el libro. Parece ser que el origen fueron unas charlas, y el proceso posterior ha sido engrosar el libro trufando esas ideas con ejemplos de cómo el mundo editorial estadounidense ha ido cambiando a lo largo de los últimos cincuenta años hasta llegar a convertirse en una industria en la que participan grandes emporios de la comunicación pero que sigue evidenciando que, para funcionar realmente, necesita de la labor de pequeños corpúsculos, sea integrados en grandes grupos o de modo independiente.
Muchos de los problemas a los que se enfrenta hoy la edición están reflejados en este libro, donde se acierta a indicar las causas de esos problemas y encauzar unas posibles terapias, pero no soluciones mágicas, lo que demuestra la experiencia del autor en estas cuestiones. Resulta curioso que la mayoría de esos obstáculos que señala dentro de la industria de su país se estén repitiendo en este en el que vivo, pero supongo que es un síntoma de que al adoptar los métodos estamos también, de un modo claro, asumiendo las consecuencias de una política editorial errónea, en la que los grandes grupos manejan las editoriales como si se tratase de una empresa más, sin tener en cuentas las particularidades de un negocio como el de la edición. De ahí nacen al situación tan absurda a la que nos enfrentamos, en la que cualquier mesa de novedades de una librería demuestra como se intenta matar moscas con cañones.
Lo mejor del libro en cualquier caso es el entusiasmo del que hace gala. El autor deja claro desde el inicio –lo peor del libro es que leído el prólogo se conoce ya casi todo lo que ampliará a lo largo del libro- que la edición sobrevivirá. Seguramente modificará de un modo radical sus mecanismos, pero habrá edición de textos durante muchos siglos y, seguramente, libros impresos en papel para una buena temporada. Pero la industria se deberá modificar de un modo integral. Frente a la acumulación de editoriales, autores y monopolización de los puestos de venta, Epstein intuye las librerías del futuro más parecidas a las farmacias yanquis, donde un bote espera al paciente con el tratamiento prescrito por el doctor, sin necesidad de tener amplios lugares de almacenamiento de existencias. Uno solicita un libro, el dependiente lo solicita a su vez al editor que envía el archivo electrónico para que la máquina que tiene el librero en su local imprima el libro y lo encuaderne, listo para que el cliente lo lleve a casa. Dentro de una industria montada de ese modo es evidente que tanto los distribuidores como las grandes industrias editoriales dejan de tener razón de ser, y un editor se basta con su ordenador, una conexión a Internet y algo de tiempo para poder mantener su negocio. Incluso se puede dar el caso de que sea el propio autor el que se encargue de editarse a sí mismo –posibilidad cada día más difundida gracias a la tecnología e Internet- lo que supondría una atomización de la industria pero, al mismo tiempo, una liberación sin precedentes.
Epstein no revela verdades originales, no fascina por la variedad de sus anécdotas y tampoco escribe de un modo embriagador, pero, por encima de esos detalles, nos traslada un diagnóstico agudo y exacto del panorama actual, y se atreve a proponer tratamientos para un futuro mejor.