06 junio 2006

El caminante

Al inicio del “Manual de instrucciones” de sus Historias de cronopios y famas, Cortázar nos da una de las poéticas no sólo literarias, sino vitales, más hermosas que he leído. Viene a decirnos que debemos ser capaces de convertir todas las facetas de nuestra vida cotidiana en una aventura, que en la compra del periódico de cada mañana hay que saber ver lo que de safari tiene dicha actividad. Lo que sucede es que uno, normalmente, se olvida de hacerlo. Por un lado por despiste, y por otro por pereza, que es una de las razones que, lo queramos reconocer o no, más nos mueve –o, mejor dicho, nos frena.
Pero, para mi sorpresa, cayó hace unos días en mi mano la plasmación más fiel, a mi juicio, de esa poética cortazariana. Se trata de un tebeo manga llamado El caminante, que es de lo mejor que he leído dentro del manga. No es uno, la verdad, una autoridad en el cómic oriental, pero desde que, con trece años, descubrí en un quiosco de prensa que estaba frene al hotel donde pasaba mi viaje fin de curso en Lloret de Mar el número tres de la edición española de Akira –posiblemente fue Akira lo mejor de todo el viaje- sí que he frecuentado el manga. Pero desde aquella revelación y descubrimiento de Otomo, no me había impactado tanto otro autor de manga hasta el descubrimiento de Jiro Taniguchi.
Leí una maravilla, los dos volúmenes de que consta Barrio lejano, porque los cogí prestados de la biblioteca de al lado de casa. Es una maravilla. No tiene nada que envidiar a la mejor novela o a la mejor película. Es una obra tan ambiciosa como modesta, tan fascinante como reveladora. Narra el extraño viaje atrás en el tiempo de un hombre que puede vivir de nuevo un año de su adolescencia. Con esa premisa fantástica como punto de partida asistimos a una narración de aprendizaje, un bildungroman, pervertido, en el que el niño no lo es, es ya un adulto, y lo que pasa ante sus ojos es rápidamente descodificado, todo es entendido en seguida en base a los recuerdos de lo ya vivido, pero ese conocimiento no le permite llegar a cambiar los hechos que tanto dolor le causaron. Sólo ese concepto, la refutación de la frase tantas veces escuchada del “si yo volviera a ser joven no cometería tantos errores”, ya hace que la lectura del tebeo se haga obligatoria. Pero es, más que eso, la maravillosa manera de narrar con imágenes, con secuencias gráficas impecables y un lenguaje muy natural, lo que hace esta historia inolvidable.
Este fervor por Taniguchi lo comparto, para mi sorpresa, con Hipólito G. Navarro y su hijo Poli. Cuando estuvieron aquí, con motivo de la entrega del premio NH que se llevó a casa con sus últimos percances, aprovechamos que la organización no quería dar de comer a dos personas en vez de sólo una y nos fuimos a comer juntos –los dos Polis, Zapata y yo: lo más parecido que pueda encontrarse uno a los hermanos Marx- y luego nos fuimos los González y yo de tiendas de cómic, porque Hipólito le había prometido a Poli un par de tebeos. Y hablando del asunto, Poli chico es un verdadero mangamaníaco, resultó que Taniguchi era el que nos gustaba a los tres, y juntar a un chico de catorce, un viajo de treinta y un niño de cuarenta y cinco entre tus fans es todo un mérito.
Así que el otro día me acerqué a una tienda de cómics y apenas me topé con El caminante no me contuve y me lo llevé a casa. Y sólo puedo decir que es delicioso. La narrativa visual es todavía más depurada que en Barrio lejano, sobre todo porque son historias más simples, que no necesitan de textos de apoyo ni voces en off. Pero, por encima de detalles técnicos, lo mejor es el canto a lo maravilloso de la vida, a encontrar el máximo placer en cosas tan sencillas, y a las que damos tan poca importancia como una persiana de carrizo que nos da sombra, el canto de unos pájaros, la nieve, la lluvia, todo lo que se va encontrando el protagonista mientras pasea. Porque pasear, barzonear, ya nos lo demostró Baudelaire, es una de las actividades más modernas e interesantes que todo ser humano puede realizar.
En estas historias sólo conocemos un nombre, el del perro que se encuentra el protagonista en uno de sus paseos. Pero esa es otra de las muestras de la sutil inteligencia de Taniguchi, que nos está invitando a todos a ser ese protagonista.
Hablar de este tebeo, de lo que cuenta, es absurdo. Lo maravilloso es la mirada de constante fascinación, de eterno descubrimiento de cada una de las minucias de la vida que exhibe. Porque un artista es, lo dice Gonzalo Munilla y se lo adscribe e Truffaut, porque es creíble, su mirada. Y lo único que desea uno desde que ha leído estos dos tebeos es, por un lado, leer más piezas de este maravilloso autor, y por otro tener la suerte de tomarse con él un café o un par de cañas, porque alguien así no puede defraudar.
Sí, como nos decía Leopardi, una buena obra de arte es aquella que os hace ser mejores, que nos enseña la futilidad de la vida para que la amemos más aún en su delicadeza, El caminante es uno de esos amigos para no olvidar.