31 julio 2006

Churras con merinas


Ayer, para festejar el cumpleaños de mi padre, estuve dejando pasar la tarde como se suele hacer en estos casos: una buena comida -patatas con bacalao para ser exactos-, buena bebida -un delicioso Pata Negra Roble para más detalles- y una lectura, por encima, del ABC y su domincial -que es el periódico que compra mi padre.
La verdad es que si llego a saber lo que me iba a encontrar dentro no lo abro, porque casi regurgito todo lo ingerido. Entre otros artículos -con las plumas habituales de siempre, con los temas de siempre y el enfoque de siempre, literatura de hace siglo y medio- me encontré con una entrevista a Ildefonso Falcones, el autor de uno de esos tostones infumables que cada cierto tiempo llegan a las librerías y arrasan.
Por encima del aire reivindicativo y prepotente del entrevistado -que se ha limitado a hilvanar setecientas páginas, no a escribir una novela, algo que hasta el periodista desconoce- lo que más me desagradó del texto es que, en todo momento, se habla de mercado, nunca de literatura. Como ha sucedido desde el principio con los otros tostones que la gente -de la que ya conocíamos su lado masoquista, pero nunca hasta este punto de cargar con mamotretos que le obligan a uno a llevar una bolsa o algo así para el viaje- lee en el transporte público: el código, los pilares, la sombra y demás ejemplos de subliteratura fácil y acomodaticia de masas, los medios de comunicación han prestado atención tan sólo a lo que de fenómeno mercantil -no pueden hacerlo con la parte artística, claro- tiene el asunto. Uno no puede enfrentarse a una novelucha de estas con la misma atención y actitud con la que analiza una novela de Roth, DeLillo, Ishiguro o McEwan, eso es evidente, pero el problema que conlleva es que se le dedica el mismo espacio -o de hecho se ocupa el espacio que debería dedicarse a las otras- en los medios de comunicación.
Uno tiene la sospecha de que la misma cantidad de gente leería Never let me go de Ishiguro en el caso de contar con el mismo apoyo comercial y mediático de La catedral del mar. Antes de que el libro fuera un fenómeno la editorial se había asegurado de que todas las librerías de España tuvieran ejemplares en pilas a la entrada de los comercios, de que dedicaran escaparates enteros a la obra. De que el cliente se la topase.
Antes de la era del mercardo, antes de la tercera era del capitalismo -en la que, recuerdo al no enterado, se crea el cliente y no a la mercancía- todo el mundo tenía muy claro qué escritores había que tener en cuenta como creadores y qué gente producía objetos de consumo, más o menos fácil. Así nadie dudaba en la España del año 1930 que el intelectual era Unamuno, y que otros como Bueno, Blasco Ibáñez, etc... vendían libros.
Hoy no, hoy cuando un autor vende pasa, inmediatamente, por las leyes del mercado, a ser considerado un autor de prestigio que merece ser investigado y escuchado. Porque vende, que es lo que parece importar.
Lo de investigar, indagar, expresar el misterio de andar por este planeta les queda lejos, el propio Falcones lo reconoce en la entrevista: "De momento, no doy para más." -la cita, por supuesto, está sacada de contexto, si para ellos la literatura es lo que les da la gana, para mí las declaraciones de esta gente no valen mucho más y hago con ellas lo mismo: lo que me da la gana.
Antes esta situación uno cree que los medios de comunicación deberían ser consecuentes hasta los últimos términos del asunto. O bien entrevistan a escritores como Vázquez Figueroa -que lleva toda la vida escribiendo libros de este corte con dignidad y sin creerse más de lo que es: un entertainer- o bien deberían entrevistar a los chicos del departamento de mercadotecnia de las editoriales, y dejarse de mandangas.
La literatura, cada vez está más claro, está en otro lado.