25 julio 2006

Donde nadie los ve

Es bien cierto que la industria ha obligado al narrador de distancias cortas a recoger sus piezas en conjuntos para facilitar su acercamiento a los lectores. Los editores se amparan en esa frase hecha de que, para publicarlos, los libros de relatos deben tener “lomo”, esto es, ser gruesos. Una novela de ciento y pico páginas encuentra acomodo en un catálogo, o un poemario de sesenta, pero un libro de setenta y ochenta páginas de relatos no tiene “lomo”. Y así muchos buenos autores de cuentos –a veces de un solo cuento- se quedan al margen porque, al contrario que el ganado, no tienen lomo.
Para mayor problema, al reunir esas historias se les pide que tengan un criterio unificador que estructure el libro. En uno de sus menos breves, y aún así corto, texto, Augusto Monterroso hablaba del horror diversitatis que estrangula la creatividad de los cuentistas a la hora de publicar sus relatos. Si ya de por sí es problemático encontrar editores que apuesten por libros de relatos, los que hay suelen preferir libros hechos y no meras recopilaciones de textos. Por eso los autores hacen peregrinos intentos para justificar la hermandad de un texto sobre las iguanas de las Galápagos y otro sobre las pelusas de su cuarto.
Y la mayoría de las veces lo que les da unidad a los libros es el tono, el estilo, más o menos decantado de su autor. Se considera que si el lector se esfuerza ya en vivir trece historias en vez de sólo una a lo largo de la lectura del libro, es complicarle mucho la existencia al andar haciéndole también acostumbrarse a distintos modos de contar las historias, cuando no, directamente, de plantear innovaciones constantes con ese objetivo.
Digo todo esto porque hay que valorar en su justa medida el esfuerzo realizado por Vicente Luis Mora en un libro como Subterráneos. Valorar, por encima de otras cuestiones, su voluntad de violentar la normalidad impuesta por el mercado en la narrativa, hasta el punto de marginar todo texto que no entre en esos restrictivos cánones al más severo ostracismo. Buena muestra de ello es la escasa repercusión que sus tres recientes publicaciones han suscitado. Por su radicalidad, poemarios como Construcción, ensayos como Singularidades y libros de relatos como Subterráneos, deberían despertar reacciones más convulsas de las que se han dado. Pero las escasas reseñas sobre ellos se han limitado a atender los pasajes de crítica más o menos explícita sin leer con detenimiento la parte de propuesta, de novedosa y arriesgada propuesta que suscitan.
La lectura de cada uno de los diecisiete relatos que componen este libro no provoca las mismas sensaciones. Hay textos en los que se aprecia, por encima de todo, una voluntad de violentar las fronteras del género desde una perspectiva más ensayística, como Habitat o Para un nuevo bestiario, hay una intención clara de actualizar los temas y las referencias a un nuevo mundo que la mayoría de los escritores ignoran o desdeñan, Los dos mundos o Psiquia, narraciones metadiscursivas como Así se cuenta un cuento, relecturas de textos ya clásicos como La biblioteca de Babel (versión 5.0), o narraciones que se descodifican a sí mismas a través de sus referencias, como textos de eso que se llamó “posmodernidad”: El texto urbanizado. La radicalidad de las propuestas no evita que, en determinadas ocasiones, los textos se resuelvan con fracasos: La prueba nº15 o Topo, si bien puede deberse a que en ellas se ha decantado en exceso la balanza hacia el discurso por encima de la narración en sí.
Del mismo modo que ha quedado ya claro que buscar la innovación a toda costa, sin reparar en los resultados, es un error que caducó con las vanguardias, despreciar un texto sólo por la voluntad de innovación que demuestre es igualmente erróneo. La capacidad de innovar, de salirse de lo que el propio Mora ha denominado normalidad, no es un mérito o demérito en sí, sino que es, solamente, una de las posibilidades que están a disposición de un autor.
Y más en el caso de autores como Vicente Luis Mora donde se aprecia de un modo claro que el vanguardismo de sus propuestas está directamente relacionado con una voluntad real de aprehender, de explicar y conocer el mundo que nos rodea. Ceñirse a los caminos trillados, a la mediocridad que no es normal pero que sí se ha vuelto, tristemente, norma, es una evidencia palpable de falta de ambición, de incapacidad y, en definitiva, de calidad. Todo artista que busque decir algo –y no repetir como un loro lo que otro ha dicho- debe ensanchar las fronteras de la expresión en la búsqueda de ese “algo” que no comprendemos, pero que, parece ser, buscamos. Llámenlo dios, esencia o vacío, amor, tanto da… pero toda expresión artística verdadera señala a un algo que quiere explicar.
Vicente Luis Mora ha ideado no diecisiete historias, sino diecisiete mecanismos para intentar desvelar ese algo. Unas veces has estado más cerca que otras, eso es indudable, pero ¿cómo no alegrarse de que se arriesgue para intentar buscarlo de otros modos entre tanto escritor adocenado?

Vicente Luis Mora Subterráneos DVD ediciones, Barcelona, 2006