Creo, y es posible que ande equivocado, que del mismo modo que hay dos tipos de canciones hay dos tipos de cuentos.
Hay canciones que se indican y terminan de un modo claro, que en algunos casos tienen una estructura marcadísima y férrea que van cumpliendo compás a compás, acorde tras acorde, y que pretenden ser únicas, contundentes, y no precisan de ningún tipo de retoque en la producción de la grabación. Son canciones que terminan con una apoyatura o un redoble de percusión, que tienen delirios de enajenación y estructuras más o menos caprichosas. A veces sencillamente terminan con un rotundo acorde que se prolonga con un acople desde que llegó la electrificación de los instrumentos.
Las hay bellísimas en su acabamiento, en su perfección, en su ambiciosa búsqueda de una secuencia sonora que asimile y de por acabado un tema.
Hay otras canciones que parecen comenzar in media res, con unos acordes que, desde el primer momento, entran con la misma fuerza con la que se marcharán –salvo el acostumbrado descenso en el volumen que suelen realizar en la producción para marcar el final de la canción. Apenas tienen variación y entre las estrofas y el estribillo apenas cambia un acorde, hay una pequeña aceleración del tempo, o algún otro detalle nimio,pequeño, que sirve tan sólo para marcar la diferencia entre unas partes y otras de la canción. En estas canciones parece que la letra se engarzara en una melodía que viene de antes y se prolongará más allá del momento en que vayamos recitando la letra sobre sus notas. No tenemos la sensación de que la melodía haya nacido junto a la letra de la canción, sino que es como si esta la usara apenas los tres o cuatro minutos de la misma para sostenerse, y luego la dejase marchar.
Hay dos tipos de cuentos como hay dos tipos de canciones. Aunque puede ser que esté equivocado, claro.