04 julio 2006

La vuelta al mundo en cuatro calles


Hoy me han despertado, como cada mañana, las conversaciones de mis vecinos: los franceses de la puerta de al lado, las italianas que viven encima suyo y los brasileños que viven encima mío. Tras ducharme y vestirme me he echado a la calle de mi barrio, que es lo más parecido que hay a una medina o una ciudad africana o que parece Chinatown porque es donde se acumulan todos los mayoristas de orientales de Madrid –aparte de Cobo Calleja, claro. En Cascorro están, como siempre, todos los patriarcas gitanos del barrio con sus señoras, sentados a la fresca a la espera de que apriete un poco más el sol para bajar a Vara del Rey y Mira el Río donde tienen sus almonedas. Luego atravieso la zona más romana de Madrid, con el sol reflejado en las torres de la basílica de San Miguel, saliendo de Concepción Jerónima y guiando mis pasos hasta la plaza Mayor. Lo llaman Madrid de los Austrias, pero en esa plaza siempre hay gente de todas partes. Luego me deslizo por Hileras hasta Ópera, por unas callejas que están a medio camino de Nápoles o de Lisboa, con ese aire medio degradado, protegido de la agitada vida comercial que comienza en Arenal, pero tan lleno de nostalgia, de tiempos mejores. Subo por la Costanilla de los Ángeles, que tiene un aire de calle comercial de cualquier capital de provincias castellana, en plano proceso de aggiornamento a través de todas esas tiendas de discos que parecen sacadas de una película de la transición, hasta la plaza de Santo Domingo, a la que le han quitado el piano de cola que servía para ambientar las noches de la Gran Vía, y la han dejado con un evidente vacío en el que están confrontadas unas fachadas con un aire de capital de provincias francesa, de viviendas de burguesía decimonónica, frente a unos edificios franquistas con un deje de hoteles del otro lado del telón de acero, de antiguas viviendas del KOMINTERN reconvertidas en hotel varsoviano. Y cuando uno cae en la Gran Vía, que es lo más parecido a una gran ciudad yanqui con esos luminosos a lo Times Square y los edificios más escuela de Chicago de todo Madrid, uno ha tenido la sensación de que ha dado media vuelta al mundo.
Este trayecto lo hace uno cada mañana y más o menos lo repite cada tarde –a veces varío la ruta- y en este julio de calor pertinaz de Madrid, sin tener las vacaciones a la vista, me ayuda a pensar que algo de turismo hago, aunque sea sin salir de mi aldea.

La foto, como casi siempre que son buenas, es de Imagenaciones