Leo en el ABC unas declaraciones de Almudena Grandes alarmantes: "criticó el «intrusismo que vivimos, que es cada vez mayor. Ahora las mises, los políticos y los presentadores de televisión escriben novelas»."
Uno, que es un poco más honrado que la señora Grandes, no piensa que haya intrusismo en el mundo de la escritura, porque no conoce uno un colegio de escritores que vele por asuntos como estos, que son, sin duda, de gran interés para el ciudadano. De hecho, eso del intrusismo siempre sale a colación -en la profesión que sea, ojo- cuando aparece alguien que está ganando mucho dinero, mucha más que el que protesta, se entiende, y representa un peligro para el negocio.
Uno comprende, y comparte, la alerta social ante cirujanos, arquitectos, pilotos, que no están debidamente colegiados y, por lo tanto, realizan su labor fuera de los mecanismos de control que se han dispuesto para velar por la sociedad civil y sus integrantes -que son, en la mayoría de los casos, mecanismos escasos e ineficaces, todo hay que decirlo-. Ahora, eso del intrusismo en el terreno del escritor, no acaba uno de entenderlo.
Almudena Grandes, que parece estar muy puesta en el asunto, nos podría sacar de dudas. A lo mejor ella sí tiene una titulación que demuestra su capacitación como escritora, y que podría presentar en el caso de que se aprobase una ley que regulase la lamentable costumbre que tiene la gente de escribir porque le da la gana. Se da el caso de que uno mismo está dentro del grupo que saldría más beneficiado en el caso de que el Estado, a través de su tentáculo denominado popularmente Ministerio de Educación, crease una titulación que certificase la preparación de un individuo para ejercer o no como escritor. Teniendo en cuenta el trabajo que uno desempeña en la empresa de referencia del sector de la enseñanza de la escritura creativa no creo que tardase en tener un cargo bien remunerado a cuenta de todos los españoles que, por fin, tendrían la seguridad de que alguien velase porque los emborronadores de cuartillas estén separados en profesionales colegiados -que publican en editoriales de prestigio y amplia distribución- y escritores clandestinos, condenados a deambular por cafés y tugurios de mala muerte con un montón de fotocopias en la mano, como camellos, rondando a los posibles compradores.
A lo mejor la señora Grandes debería preocuparse menos por el mercado –con sus valoraciones directamente marcadas por listas de ventas y balances de beneficios- y más por escribir buenos libros. Claro que no es eso lo que hace, porque en la misma noticia del ABC se lee otra declaración no menos curiosa: «no es cierto que España sea un país de no lectores. Nunca antes se ha escrito tanto, ni se ha vendido tanto ni se ha leído tanto» Sin caer en el peligroso mundo del sofismo, no entiende qué relación hay entre que en España se lea con que se escriba o se venda, pero claro, la señora Grandes seguramente no ve la diferencia entre esos términos. A lo mejor es uno un ingenuo, pero piensa que un escritor lo es porque necesita contar una serie de cosas, y sabe que, en el caso de hacerlo bien, llegará el reconocimiento crítico y del lector entendido. Luego, tal vez con algo de suerte, se puede dar el caso de que también venda suficientes libros como para que eso sea un apartado relevante a la hora de hacer la declaración de la renta.
No entiende uno porque una miss debe ser una inepta para eso de juntar palabras por el mero hecho de ser miss, y tanto monta en el caso del político y los presentadores de televisión. A lo mejor el problema –como sucede casi siempre- se descubre si le damos la vuelta al guante, porque sabemos que Almudena Grandes vive de lo que escribe –lo que no quiere decir que escriba bien, aunque eso, claro, no quiera oírlo la señora Grandes-, pero tenemos la seguridad de que, salvo que cambie mucho el mundo, no se podría ganar la vida como miss, sabemos también que tiene poca gracia como presentadora de televisión –o al menos no la ha demostrado como invitada en los programas en los que ha estado-, y, por último, que su candidez a la hora de enfrentarse a la política la incapacita para poder manejarse en la pecera de tiburones que está nombrada en los mapas como Congreso de los Diputados -hay una jaula de leones, no muy lejana, llamada Senado.
A mí me gusta tocar muchos palos, y una de las pocas cosas que me angustian en las noches de insomnio es saber que, con los treinta años que he cumplido, tengo la certeza de que no seré ya un deportista reconocido, que ya me voy haciendo mayor para hacer muchas cosas, y que en la vida a uno le obligan a renunciar a muchas más para poder dedicarse a otras. No entiendo que Grandes decida lo que uno puede o no hacer con su vida. Conoce uno varios ejemplos de profesionales de éxito que son muy polifacéticos, y demuestran en varios campos su excelencia -como Sam Shepard, de ahí la foto, no se crean que me he vuelto loco. No sucede lo mismo con Grandes, claro.