Todos tenemos una vida y una muerte. El oro día me enteré de la muerte de un alumno. Sus familiares respondieron a uno de los habituales correos electrónicos en los que les hacemos llegar los materiales teórcos y los textos de los alumnos y nos/me informaron de que había muerto. No dijeron cuáles habían sido las circunstancias. No sé -no quiero- saber cómo ha muerto. Sólo sé que él es un alumno vivo de los talleres hasta dentro de un mes. Él pago un trimestre de taller y, por tanto, es alumno nuestro hasta que acabe dicho trimestre.
Una vez leí un artículo de Millás donde venía a decir lo mismo, un conocido suyo había estado pagando facturas hasta unos seis meses después de haber fallecido. En otros casos los familares de un difunto prolongan su vida tanto como sea necesario hasta que les soliciten una fe de vida y tengan que renunicar a la pensión del familiar. Algunas veces se ha llegado a la amputación de dedos del muerto para poder usar sus huellas dactilares.
Todo es hoy fungible. Todos tenemos un precio, todos tenemos una tarifa que sirve para que nos vendamos. Unos la tienen más alta, otros más baja.
La declaración de la renta -o el impuesto correspondiente en otros países- nos tasa, sirve para saber cuánto valemos a través de nuestro trabajo, del dinero que generamos, del dinero que poseemos. Somos en tanto generamos facturas. Existimos en tanto nuestros actos son computables por el sistema de la Agencia Tributaria.
Nuestras relaciones son fungiles, les ponemos un precio porque queremos algo, aunque sea cariño, a cambio de ellas. Una prostituta es alguien que evidencia, denota, la relación que se estalece entre distintos seres humanos. Tasa, tarifa, sus actos, algo que el resto hacemos de un modo encubierto, ilegal, como un bar que oculta la lista de precios.
Lo más terrible de todo esto es que estamos sobrevalorados. No podemos valer lo que alguien -nuestro empleador, el estado, la sociedad- daría por nosotros. De ser así eso querría decir que tenemos un precio -¿alto, bajo? qué mas da, un precio es tasar, limitar nuestra existencia- y en tal caso estamos sobrevalorados.
Una vida no vale nada, nos lo demuestran día a día las noticias que llegan de países de lo que llamamos, con un afán simplificador, Tercer mundo. Una vida no puede ser más o menos valiosa dependiendo del paritorio en el que hemos nacido. O podemos pensar, con un razonamiento tan certero como el anterior, que una vida vale todo, independientemente del médico que certifique su defunción.
Reducir a nuestra vida a un precio, como hacen los contratos, los impuestos, y toda la mecánica del estado el bienestar, es sobrevalorarnos. No valemos un duro o no tenemos precio, no puede -no debe- haber un término medio.
Lo demás es entrar en una dinámica enferma que no valora al ser humano como tal, sino como mercancía. Y en tal caso uno valdría mucho, aunque sea por que tiene más materia, peso, que otros.
Y no creo que el valor de uno sea cuestión de peso, o de precios.