12 julio 2006

Del deber de la desobediencia civil

En un mundo donde todo es fungible, desde los bienes y servicios hasta las relaciones interpersonales, no debe extrañar que el estado –esté dirigido por el gobierno que sea- no sea ya otra cosa que una máquina de recaudar dinero.
Para mayor inri, ese mecanismo recaudatorio no está, como sería lógico, al servicio del ciudadano, porque los gobiernos, lejos de acatar la voluntad del pueblo, se amparan en breves actos electorales cada cuatro años para mantenerse en el poder y efectuar un mal gobierno de los intereses y dineros de los ciudadanos.
Esta situación, perfectamente vigente, es la misma que se encontró Henry David Thoreau a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos y, lejos de ser una reliquia del pasado se hace cada vez más patente su actualidad. La paradoja que se ha instaurado en la vida política hace que los ciudadanos voten y sufraguen unas instituciones manejadas desde las corporaciones comerciales a su antojo y con el único objetivo de su beneficio.
Frente a esta situación, Thoreau impuso una teoría, la de la desobediencia civil que algunos líderes sociales como Gandhi o Martin Luther King pusieron en marcha.
Hoy, paradojas del desarrollo y de la “evolución política”, el individuo está todavía más desprotegido que entonces. Thoreau, como acto de protesta antes la invasión de México por parte de su país –una acción de guerra orquestada por los grandes terratenientes del sur del país y vista con buenos ojos por el norte industrial, los mismos que unos años después se enfrentarían en una guerra civil-, se negó a pagar impuestos y fue por ello a la cárcel. Si hoy un individuo se niega a pagar sus impuestos, incluso a gobiernos que promueven guerras con fines políticos y objetivos personales –léase la intervención del gobierno Aznar en la invasión de Irak frente a las rotundas protestas sociales-, no sólo acabaría en la cárcel sino que posiblemente su vida se convirtiera en un arduo esfuerzo diario.
Pero eso no obvia para que la lectura de este manifiesto del habitante de Walden sea imprescindible, sobre todo para conocer las posibilidades éticas del individuo enfrentado de modo casi fatal con el mecanismo político y social que se nos impone desde el poder.

Henry David Thoreau Del deber de la desobediencia civil UNAM, México, 2005