26 julio 2006

El reverso de lo fantástico

En España, a pesar de que se han publicado estudios como los de Antonio Risco, o de Antologías como la que hizo Alejo Martínez Martín se ha insistido mucho, tal vez demasiado, en la escasa afición por la fantasía de los narradores patrios. Si entendemos por fantasía las narraciones de mundos llenos de seres mitológicos como hadas y elfos, escritas bajo códigos de género y dedicadas más al escapismo que a la creación de obras literarias hay que concluir que sí, en España se ha dado poco esa subliteratura hasta hace unos diez años en que los epígonos españoles de autores como Tolkien o Lewis han aparecido en las mesas de novedades de las librerías. Ahora bien, si entendemos como narraciones fantásticas las que se adscriben dentro de la delicada acepción de lo fantástico, en las que se pueden incluir todo elemento que consiga agredir nuestra idea de lo real o causal –como los fantasmas- o bien que cuestione la realidad tal y como nuestros sentidos la percibe o la asimilan, sí que ha habido muchos autores españoles dedicados a analizar el mundo desde esa perspectiva.
Juan Jacinto Muñoz Rengel estuvo viviendo unos años en Londres y se empapó del aire de terror gótico que se respira en sus calles. Es normal que un género así no se haya desarrollado en España, en el momento en que podía haber tenido lugar andábamos por aquí muy ocupados con guerras carlistas, repúblicas, restauraciones, pronunciamientos, desastres en ultramar, revueltas militares y dictaduras. No ha sido la acelerada historia de España un buen caldo de cultivo para narraciones pensadas para leer al calor de una chimenea. De hecho, cuando se ha dado el caso de geniales cultivadores de narraciones fantásticas capaces de socavar los principios del gótico victoriano, los academicistas se han ocupado, muy rápido, de oscurecer esas obras, como es el caso de Rafael Dieste, autor de unos de los libros fundamentales para entender el cuento fantástico español, y que sigue sepultado por los burdos criterios de los catedráticos universitarios a los que se responsabiliza de la edición de sus obras –claro que la culpa no la tienen los catedráticos, sino los incompetentes que les encargan las ediciones.
Muñoz Rengel ha respirado esas atmósferas y las ha volcado en cuentos donde la herencia de los grandes autores victorianos del género del terror y el horror –quién sabe si directa o subterránea- se hace evidente. Son narraciones en las que la atmósfera es tan importante como la acción, en la que a veces no tienen lugar las reglas de causalidad porque no hay lógica en sus caminos y en las que lo inexplicable está a la vuelta de cada rincón. Cualquier aficionado al género quedará plenamente satisfecho con estas historias, porque actualizan un modo de narrar poco transitado por los autores españoles. El triunfo de la trama, tal y como dijo Borges de la primera novela de Bioy Casares, se hace patentes en estos relatos góticos.
Pero, dentro de la recopilación, brillan con luz propia los textos que escapan a esa filiación genérica y decimonónica para presentarse como muestras alucinadas y alucinantes del fantástico más puro y turbador. La influencia borgeana de cuentos como El libro del Destino, estudio experimental, El ojo en la mano o La perla, el ojo, las esferas no los menoscaba, sino que, al contrario de lo que podría parecer, Muñoz Rengel sabe darle nuevos bríos a paradojas ya enunciadas por el autor argentino -que, por otra parte no fue sino un acertado parafraseador con cultura e ingenio, ya comentamos aquí que su vasta cultur era más de recetarios y resúmenes que de acercamientos reales a los libros de los que habla. Son sin duda esos tres las piezas de resistencia del libro. No parecen textos epigonales, sino acercamientos novedosos a cuestiones siempre vivas y latentes.
Hay en este libro un autor que se deleita en las virtudes de la trama, heredero de los narradores orales que, a la luz del fuego del hogar, acunaban nuestros sueños o alimentaban nuestras pesadillas. Sus aciertos a la hora de enlazar argumentos no quedan empañados por una voluntad real de trazar cuentos que entren bien a los ojos de los jurados de los numerosos premios que ha obtenido –se dice en la cubierta del libro que todos estos relatos han merecido algún premio literario- aunque se haga muy patente en algunos casos.
Hoy, mundo de realidades virtuales y bienes intangibles, esos sueños que acechan lo real se convierten cada vez en algo menos fantástico. Desde su casa, en el número ochenta y ocho de la calle del Molino, alguien va inventariándolos.

Juan Jacinto Muñoz Rengel 88 Mill Lane Alhulia, Granada, 2006