“resulta extraño que quienes tienen menos dinero habiten el artículo más caro (la tierra), y los que pagan habiten lo que es gratis (el aire)”.
En un mundo abocado a la primacía del sucedáneo –es mejor por ser de producción más económica- y a proponer cíclicamente nuevos conceptos, nuevas realidades, sean o no tangibles, para mantener el mecanismo del mercado siempre en marcha, las ciudades genéricas parecen más habitables que las específicas. Koolhaas considera más habitable una ciudad en perpetuo crecimiento que carezca de las limitaciones legales o espaciales de las ciudades específicas, con sus cascos históricos siempre necesitados de mantenimiento, y capaz de asimilar el perpetuo movimiento de la sociedad y, por ende, de sus necesidades de habitabilidad.
Lejos de un delirio propuesto por un arquitecto que quiere –y necesita- construir, su propuesta no es más que una aplicación del comportamiento viral a la práctica urbanística. Un crecimiento continuo, realizado en módulos que se repiten hasta crear una red –rizoma- cambiante pese a su uniformidad y perfectamente adaptable a las necesidades de la población, que considera más sostenible que la trabajosa carga del mantenimiento de la especificidad de unas ciudades que han dejado de comportarse como tales para convertirse en parques temáticos enfocados al turista.
Lejos de ser una chaladura de arquitecto convertido en rotundo pensador social –pocos profesionales deben saber tanto de qué busca la gente como un arquitecto- en el libro La ciudad genérica el arquitecto holandés analiza los porqué del bulímico crecimiento de las ciudades tropicales –futuras megalópolis mestizas en las que la arquitectura high tech se mezcla con los barrios de chabolas- frente al estancamiento y encarecimiento descontrolado de las urbes históricas, o específicas.
Koolhaas señala un extraño fenómeno: ¿por qué en un mundo volcado a la construcción de la aldea global tal y como la concibió McLuhan, en la que las calles aparecen sembradas de las mismas tiendas, los mismos restaurantes las ciudades han de ser distintas y específicas? Los aeropuertos se han convertido en un no-lugar símbolo de un planeta en perpetuo movimiento que genera los arquetipos de su esencia a través de los medios de comunicación e Internet.
Si la conversación, la comunicación por tanto, es el eje de nuestra existencia y el mercado no es otra cosa que el intercambio de bienes y servicios –conversación al fin y al cabo-, ¿porque seguimos buscando de un modo alocado la especificidad en el entorno que habitamos?
Rem Koolhaas La ciudad genérica Gustavo Gili, Barcelona, 2006