Una muñequita, era una muñequita. Bajita, delgada, con una cabeza desproporciomnadamente grande, casi de hombro a hombro. Tenía la piel pálida de porcelana como una muñeca recién sacada del embalaje. Y un pelo rubio, refulgente, puro nórdico, que se recogía con una diadema encajada tras su orejas. Una muñequita.
Pero fumaba, un cigarro que parecía salir de su boca como la lengua de una serpiente, y al abrir la boca para echar el humo pude ver que le faltaban algunos dientes, y que los que le quedaban tenían un color ocre, más allá del amarillo. Y vestía como un puta, enseñando unas redondeces de las que carecía, no sé si por el calor por la uniformidad de la procesión.
Cualquiera diría que había salido de una pesadilla, pero me la he visto en el cruce de Duque de Alba con Estudios.
Parecía una muñeca.