08 julio 2006

Diarios de todo a cien

Con seis números a la espalda –año y medio-, ya se puede hablar de ciertos éxitos y de ciertos fracasos en la trayectoria de una publicación como Eñe. El interés creciente que ha despertado el género del diario literario, fomentado por el éxito de propuestas como las de Andrés Trapiello o Miguel Sánchez-Ostiz, las polémicas generadas por las entregas de los diarios de José Luís García Martín, la atención renovada a la relevancia del género en el mundo catalán –ahí está Pla o Llop- y el aumento evidente de las traducciones de grandes diarios europeos, amén de epistolarios y memorias, es algo que no había pasado desapercibido a los editores de La Fábrica. Por eso en un principio parecía una idea muy atrayente colocar como apertura de cada número una muestra del trabajo autobiográfico de diversos escritores. El problema surge cuando se leen esos textos, que no sabemos si fragmentos de proyectos de mayor ambición o encargos de circunstancia, y evidencian la total falta de pericia de los invitados. Lorenzo Silva, Juan José Armas Marcelo, Luis García Montero, Jorge Edwards, Laura Freixas y Muñoz Molina han entregado textos más dedicados a menesteres de autopromoción y agitación cultural o política que verdaderos diarios. Un diario debe estar escrito para uno mismo, y ese es el tono que deben conservar. Su capacidad de generar polémica o indignación en el caso de ser publicados tiene que ser algo secundario y la voluntad verdadera del autor debe ser la de escribir literatura. Trapiello, del que tan mal se habla en la mayoría de las ocasiones de oídas, ya que normalmente no se toman la molestia de leerlo, comprendió desde el primer momento que el secreto del diario está en considerarlo, en primer lugar, un género tan válido como cualquier otro, y, en segundo lugar, en construirlo como un género íntimo pero no autobiográfico en el sentido estricto. Hablando en plata, el Andrés de los diarios –el que nos relata lo que ve en sus paseos- no es la misma persona que Andrés García Trapiello, ciudadano que paga sus impuestos y cuyo nombre profesional aparece en la portada del libro. Si ya hemos logrado que todo lector separe de un modo claro al personaje del autor, y ningún lector serio confunde al yo poético con el poeta, deberíamos ser capaces de diferenciar al yo diarístico del autor del libro. Otra cosa sería los diarios que son más taller, banco de pruebas, making of de otras obras, que suelen ser rescatados tras la muerte del autor por algún especialista, y que no son tanto diarios íntimos como parte del trabajo cotidiano del escritor. Son materiales de trabajo, no objetivos de trabajo en sí. Y precisamente –más allá de su escritura bastante banal e indulgente consigo mismos que demuestran- donde han fallado, de momento los colaboradores de Eñe que han mostrado su diario. Obvio decir que pretenden ser diarios íntimos, pero en ellos se aprecia de un modo evidente que el yo escritor, el yo intelectual, el yo figura pública que opina sobre los sucesos informativos de su alrededor pesan más que la voluntad real de hacer literatura. Están más preocupados por la galería que por la verdad de su actuación, y así no se es actor, se es otra cosa, pero no actor. Hay por lo tanto que agradecer a Eñe que, con estas muestras tan prescindibles, revelen la verdadera importancia de los referentes del género, y señalen la incapacidad de muchos escritores aplaudidos por el sistema para adaptarse a nuevos retos.