09 septiembre 2011

Game over

Esteban Castromán es quizás más conocido por su capacidad de agitación cultural dentro de la editorial Clase Turista que por su faceta como autor. Es, desde luego, injusto, pero se comprende dentro de los parámetros de la información cultural de hoy en día. Si uno tiene una idea genial como las de los formatos en los que presentan sus publicaciones, como las Mental Movies, que han conseguido comenzar a exportar desde Argentina a España o México, es muy posible que los medios de comunicación se pongan en contacto con uno para hablar de eso. Y uno quede para siempre encasillado dentro de la etiqueta de "editor de vanguardia", "gestor cultural" o, en el mejor de los casos, "agitador artístico". No parece que pueda esperarse mucho más de la prensa cultural (ese oxímoron).
Pero Esteban Castromán es mucho más, es, entre otras cosas, un autor inquieto capaz de desbordar las fronteras rígidamente establecidas del discurso literario. Lo ha demostrado con sus poemarios, desenfadados y perturbadores, capaces de mirar a la cara del hombre actual y de hablarle con su mismo lenguaje, desplazando así la poesía a terrenos insospechados para el común de los lectores. Sirva, como ejemplo, uno de sus poemas más conocidos:
MARCELINO

Le pegábamos porque era un pelotudo.
Pero también, Marcelino era el instrumento
que nos permitía discriminar de qué lado de la vida
uno se encontraba.


En los recreos corríamos tras él
para molestarlo.
“Tu mamá es una puta”,
le decíamos todo el tiempo.

Marcelino se escondía, corría y
se hacía amigo de las chicas.
Nosotros, le bajábamos los pantalones
delante de ellas.

Mientras lloraba le pegábamos.
Y temíamos ser Marcelino.
Por eso, la noticia de la edición de 380 voltios en la editorial Pánico el pánico es un verdadero acontecimiento. Cuatro narraciones relacionadas que permitirán a algunos hablar de novela y a otros de libro de cuentos, dependiendo de lo que más les convenga. Pero lo verdaderamente interesante del libro no radica en el deslinde de su condición genérica, sino en el lugar elegido para las narraciones, el modo en que se establece el diálogo con el lector. El voltaje que da título al volumen, como algunos sabrán, es el de la maquinaria industrial y en buena medida Castromán se deja llevar por el juego de someter a un lector acostumbrado a voltajes más bajos, los 220 de las casas, por ejemplo, a una descarga de mayor potencia de la esperada. Ángel González García, uno de los más interesantes ensayistas españoles dice que el arte contemporáneo se basa en buena medida en ese recurso, en someter al espectador a cargas para las que no está preparado, sin ofrecer nada más como discurso que el mero impacto, la descarga, para ver hasta donde aguanta. Como si se tratase de esos borrachos que se someten en las cantinas del DF a las máquinas de toques, sólo por ver quién es capaz de someterse a descargas eléctricas de mayor voltaje durante más tiempo. El lector se ve sometido a esa descarga también. Porque no sabe a ciencia cierta qué está pasando. Las narraciones reúnen una serie de recursos, como las referencias cinematográficas y el subgénero del terror, para ir envolviendo al lector en una realidad distorsionada, donde todo parece adulterado y las acciones y reacciones de los protagonistas algo exagerado, incluso por momentos un poco salido de madre. Sólo cuando la lectura permite sumergirse en el universo que proponen las historias uno entiende que sí hay una lógica detrás: la del videojuego. Todos los personajes parecen empeñarse en hacer algo, en cumplir una misión, en lograr algo que les permita pasar a la siguiente fase. Y para ello deben superar una serie de obstáculos a cual más extraño y comprometido.
Mucho se está hablando y escribiendo de la influencia del videojuego en la literatura y viceversa. Pero, en realidad, esa presencia es hoy, todavía, mínima. Y todo eso pese a que el videojuego está basado en lo mismo que la literatura más vanguardista: en la interacción con el destinatario del producto, sea el lector o el jugador. Frente a la narrativa que parece prescindir del lector más allá de su mero lugar de destinatario, hay textos en los que el autor ha tenido muy en cuenta la participación de ese lector, que debe ser activo y no pasivo ante la obra. Los videojuegos, resulta obvio, son ese sentido mucho más cercanos a esa literatura, y por eso triunfan más entre el público, que se ve no sólo inmerso en un nuevo universo, sino que puede manipular los hechos de esa realidad, ese universo, con sus acciones.
Castromán ha ensartado cuatro misiles que se leen con la velocidad de una partida del mejor arcade y que sirven para evidenciar que la literatura puede dialogar con el mundo en que ha sido concebida si su autor tiene la voluntad de que así sea. Muy lejos de la mayoría de la literatura que abarrota la mesa de novedades y que es tan escapista como un best seller de Follet aunque se pretenda culta.
Esteban castromán 380 voltios Pánico el pánico, Buenos Aires, 2011
Foto: Esteban Castromán, en el centro, acompañado por sus socios de la editorial Clase Turista, Lorena Iglesias e Iván Moiseff.