Cuando un escritor tiene la suerte de ser reconocido con un premio como el Nobel, con la resonancia que conlleva, es de agradecer que utilice su privilgiada tribuna para hacernos llegar sus opiniones, sus quejas, para lanzar su grito a los cuatro vientos.
Harold Pinter lo ha hecho, y eso parece molestar mucho a la misma gente a la que le molestó que un grupo de trabajadores del cine se expresaran el la gala de los Goya del año 2003, o los que apoyaron una invasión paramilitar en la bahía de Cochinos -qué bien elegida la bahía, ¿no?-, o los que siempre censuran a todo aquel que quiera decir lo que piensa.
Pinter, que es un autor al que no he leído porque no disfruto demasiado con el teatro ni con los textos escritos para el mismo -no sé si eso es bueno o malo pero desde aquí lo confieso-, me parece, tras leer su discurso de agradecimiento del premio Nobel -puede usar este enlace con el ratón para leerlo- uno de los autores más pegados a la tierra que se pueden encontrar.
Sólo por eso voy a buscar sus piezas teatrales, su novela, porque Pinter ha demostrado ser un autor comprometido, valiente, que dice en voz alta lo que todos pensamos: Estados Unidos es una potencia que se sabe enferma y en decadencia, y su gobierno entiende como única solución a sus problemas la invasión y la acción armada.