Silvio Berlusconi, que pasará a la historia como un bufón que supo construirse un imperio económico a base de cuestionables métodos, y que no dudó en lanzarse a la arena política con tal de blindarse ante posibles ataques de la justicia, continúa demostrando ser un astuto mercachifle.
Ante la llegada de las elecciones italianas, de las que se sabe casi seguro perdedor, está aprovechando su dominio mediático en Italia para estar todo el día en pantalla. En sus manos está la televisión estatal y la mayoría de las privadas. muchas de las radios y casi todos los periódicos. Y, aun así, sabe que es muy probable que pierda las elecciones por su nefasto gobierno y porque la gente tiene otros medios de comunicarse que él no puede controlar.
Por eso ha decidido aprovecharse de la estulticia y el amarillismo de la prensa que se considera "seria" y que reproduce los métodos de las revistas que cada lunes y jueves inundan los quioscos de fotos en color que retratan. Así que no ha dudado en aprovechar un acto en Cerdeña para asegurar que no piensa tener relaciones sexuales hasta después de los comicios del próximo 9 de abril.
Y con semejante tontería, que no debe importarle ni a su mujer porque se rumorea que tiene un asunto -qué bonito eufemismo este del "asunto"- con un político opositor de su marido, consigue que la agencia Reuters mande un suelto que llega a todos los diaros de Europa.
Si al menos se nos explicara la relación entre la castidad y el buen gobierno podríamos pensar que es algo importante, pero no es así. Él tan sólo promete algo que va ser muy difícil -por no decir imposible- de demostrar, y que además es irrelevante para el asunto que se está tratando. Pero así rellena hojas de periódicos, minutos de emisión, y consigue que el mensaje de Romano Prodi no llegue a nadie.
Berlusconi ha aprendido sabiamente que la gente no puede pensar en lo que no conoce, y oculta todo lo que le pueda perjudicar bajo el disfraz de la televisión superficial a inconsistente que ha patentado y exportado a media Europa.
En esto se parece a los grandes grupos mediáticos españoles, que piensan que por ocupar páginas y páginas con sus productos, por gastar horas y horas de emisión con sus banalidades van a ser capaces de tapar creaciones mucho más interesantes. Afortunadamente, los cuatro gatos que leen libros pierden poco tiempo en ver programas que, de literarios, tan sólo tienen el decorado -esos montones de libros tirados sobre una mesa de cualquier modo, como si feran lenguados en la pescadería-, y nadie se toma en serio a los bufones, llámense Berlusconi o Javier Rioyo.