31 enero 2006

¿Para qué quieren la verdad?

¿De dónde saca la información un columnista de periódico? Es una de las grandes dudas que el lector siempre tiene. En el caso de Vicente Verdú podemos decir que, con casi total seguridad, del propio periódico en el que escribe. Eso demostraría el por qué sus análisis -seguro que él se tiene por analista, por pensador- suenan a algo ya leído o escuchado con anterioridad, y las más de las veces en el mismo medio.
Este pasado domingo publicó un artículo en el suplemento Domingo -desconozco si es práctica habitual lo de los artículos de este hombre en ese suplemento porque yo rara vez compro el periódico los domingos, los amigos ya saben que si el grupo Prisa quiere mandarme un catálogo a casa yo lo acepto muy agradecido, pero no bajo el domingo por la mañana a dejarme casi dos euros en uno- sobre la verdad, de hecho sobre el peligro de extinción de la verdad. Yo, que cada día estoy más convencido de que los que escribió Juan Bonilla es cierto -"Que La Verdad ya no es más/ que un periódico de Murcia" (como se puede ver yo sí cito del poema original, no como el propio Verdú que debe andar muy atareado para buscar el texto de Antonio Machado que citó Caballero Bonald en la entevista que le hizo Javier Rodríguez Marcos en el Babelia, y que es la que el cita en su texto)- me sorprende mucho que la vieja guardia todavía ande necesitada de esas verdades que ellos mismos se han encargado de vender por un plato de lentejas. Ya saben, esas verdades en las que creían de jóvenes y que abandonaron en cuanto les hablaron de los porcentajes por productividad.
Ahora resulta que uno no puede ni fiarse de los científicos, dice él. Sorprende también ese aferrarse a la ciencia y al empirismo como Gran Verdad, sobre todo teniendo en cuenta que esa ciencia es, no desde hace un par de décadas, sino desde hace un par de siglos, inductiva y no deductiva, así que la mayoría de las conclusiones a las que los científicos llegan son indemostravles en su tiempo, y sólo muchos años después se confirman. El hombre está necesitado de fe, eso está claro, pero yo no he entendido nunca demasiado bien porque la generación de mis padres cambió el altar o la dictadura del proletariado de mis abuelos por la ciencia y la mística oriental, siendo, las cuatro cosas, una mera cuestión de fe.
Que ya nadie se crea a pie juntillas lo que dice una figura pública es, sencillamente, lo más lógico que puede suceder teniendo en cuenta que los intereses de los que hablan y las manipulaciones de los que difunden están a la orden del día. Si algún publicista avispado creó el markting viral, que consiste en pagar a gente para que ponga en marcha rumores, para que haga campañas de pulicidad boca a boca, lo único que quiere decir eso es que los medios de comunicación han perdido la credibilidad por su sumisión a la publicidad y el mercado. Es difícil creer en las reseñas de un diario cuando vemos que todos los libros editados por las editoriales del mismo grupo mediático son todos maravillosos y divinos, mientras su lectura nos demuestra justo lo contrario.
La publicidad, lícitamente, intenta abrirse caminos para satisfacer a los anunciantes, que quieren llegar a los consumidores. Lo cuestionable es que alguien que debería transmitir la verdad, estrictamente información -y que se vende como medio de comunicación- se convierta en un medio de publicidad más, como hace el diario El País -que da de comer a Vicente Verdú desde hace muchos años-. De culpar a alguien de ese posible "peligro de extinción" -por cierto, para esta gente la verdad es un bicho raro que copula poco y mal y apenas tiene descendencia- habría que hablar con los editores de ese -y de otros, no crean que me olvido- medios de comunicación. Para lo único que quiere la verdad esta gente es para venderla como un faldón más.