11 enero 2006

¿Orwell tenía razón?, ¿y Huxley?

Viene hoy el periódico -el que hay que comprar y leer los miércoles: La Vanguardia- muy divertido. Hay noticias para todos los gustos, como debe ser, pero la primera que me ha llamado la atención hoy es la última de esa marioneta de afilado verbo y oscuro fondo llamado Toni Blair -qué vergüenza compartir nombre con este mastuerzo. Resulta que quiere aprobar una nueva ley destinada a castigar la violencia -hasta dónde llegaremos con esta alarma de seguridad que nos lleva a ver la inseguridad donde no la hay- y el incivismo de los ciudadanos. Y para ello quiere una ley que deja a Bush y su acceso y archivo de llamadas telefónicas en pecata minuta.
Hay medidas para todos los gustos pero, bajo el nombre de Respeto, la campaña propugna, en realidad, un interés evidente de recortar los gastos sociales y redirigirlos a la industria armamentística y la vigilancia de la población bajo la excusa de "protegerla".
La ley es, en sí, un refrito de aquella con la que, en el 2004, buscó hacer esos recortes sociales.
Lo más espectacular es, evidentemente, la vigilancia por satélite que quiere imponer tanto a los coches que se muevan por el país -no es broma, propone vigilar todos los movimientos de coches del país- y de los domicilios británicos. La excusa -esta es buena- es evitar que coches vayan por ahí sin seguro o que la gente instale parabólicas sin permiso, tale árboles protegidos o customice su casa con barbacoas o invernaderos ilegales. O sea, que no se van a preocupar de quién vive en cada casa, no va a haber vigilancia especial contra extranjeros, musulmanes o activistas políticos, esa gente tan bien vista y tratada desde los atentados de Londres. Eso sólo lo puede ver un paranoico.
También prevee la creación de un cuerpo de seguridad especial, de unos 24000 hombres, para vigilar a los chavales considerados incómodos, asegurarse de que asistan a clase y con poder para dispersar a adolescentes de zonas conflictivas. A saber: más policía -afortunadamente en el Reino Unido no gastan pistolas a diario- que se encarga de que los chavales estudien y de que no se reúnan, por lo que pueda ser... Si se es un chico rico se tiene la ventaja de que no habrá policías encargándose de que no haya grupitos, porque, como hemos visto recientemente en el assesinato de la mendigo del cajero de Barcelona, los chicos que la asesinaron eran de una zona conflictiva. Además, ¿cuál será el criterio de número que decidirá qué es un grupo y qué no? Un partido de fútbol, ¿es un grupo de jóvenes?, ¿peligroso? ¿Era peligroso para la policía el grupo de ultras del Español que se lió a golpes con los extranjeros en el estadio? A lo mejor no, porque no eran chavales.
¿En qué consisten esos cursos a los padres de hijos conflictivos para que aprendan a educar a sus hijos? ¿Les darán un trabajo a los padres, les ofrecerán unas condiciones de vida dignas? ¿Por qué van a multar a un padre trabajador que sale pronto de casa si su hijo decide hacer una trastada? Pues la ley contempla hasta la posibilidad de retirar la ayuda social. O sea, la idea es algo así como: si tu hijo hace una gamberrada os quitamos el dinero con el que coméis para que él siga haciendo gamberradas y tú te veas obligado a delinquir. Muy social, a la raíz del problema, convertimos a todos en delincuentes, y así no tienen derecho a nada.
Muchos interrogantes, aunque lo mejor es lo de la expulsión de inquilinos y propietarios por conducta antisocial a residencias de castigo.

Lo primero que me gustaría saber es en qué consisten esas residencias: ¿están más lejos del centro y hay que viajaer más rato para llegar al trabajo?, ¿no tienen vistas?, ¿no tienen agua caliente? Rizando el rizo: teniendo en cuenta las condiciones de vida de muchos británicos -los que anden faltos de información pueden ver las películas de Ken Loach, Riff Raff por ejemplo, y ver los frutos de thatcherismo-, ¿no es posible que muchos ciudadanos prefieran esas viviendas que, posiblemente, tendrán más comodidades que las suyas?
Lo segundo: saber en qué consiste una conducta antisocial. Si es cagarse en las zonas comunes de un edificio lo veo claro, pero... ¿esa señora cotilla que en pleno verano pone la televisión a mil en horas de siesta?, ¿esa pareja de jóvenes profesionales que no tiene tiempo de cuidar a los niños y los deja en manos de sus abuelos que se ven incapacitados de controlarlos y están correteando todo el día sin importarle que el vecino de abajo quiera estar tranquilo en su casa?, ¿ese aficionado al bricolage que los fines de semana a las 10 está ya dándole a la taladradora? Yendo más allá: en barrios céntricos como el que habito no hay otra posibilidad de caldearse que instalar una calefacción eléctrica, para poder pagarla hay que pedir la tarifa nocturna, y, por lo tanto, si uno quiere mandar a sus hijos a la universidad, debe poner la lavadora de noche, después de las once, que es cuando comienza la tarifa nocturna. ¿Me podrían echar de mi casa porque mi vecino llama a ese teléfono que dicen que van a habilitar para denunciar el incivismo? A fin de cuentas yo le entiendo, se tiene que levantar a las seis de la mañana y no le aperece oír como mi lavadora centrifuga a las doce y media, qué coño.
Bueno, si el teléfono de denuncia del incivismo es tan eficaz como el de la policía no tengo mucho de qué preocuparme, incluso podría poner dos lavadoras antes de que a mi vecino le hablara una persona. Y seguramente le dirían que tiene que ir a una comisaría a poner una denuncia, porque ellos no pueden actuar de oficio -no es broma, eso me dijo a mi la telefonista de la policía cuando vi como le daban una paliza a un tipo dos porteros de un bar de copas y llamé con el móvil.
Y menos mal que ya han abandonado pretensiones como lo de acompañar al infractor al cajero para hacer el cobro inmediato de la multa -muchos adolescentes no tienen ni tarjeta de crédito y me gustaría ver a guardia civiles como Antonio David Flores cobrando multas de este tipo, todo el mundo queriéndose meter a policía, oiga- o lo de prohibir beber alcohol en transportes públicos -porque haya imbéciles no me tengo que quedar yo, que no hago daño a nadie, sin poder tomarme una cerveza en el tren.
En fin, que uno no sabe a ciencia cierta si está en una pesadilla o el mundo se ha vuelto loco. La política británica sí, desde luego, porque esto lo propone un líder laborista y lo critica la oposición, que se supone que es de derechas, y el tercer partido en liza lo llevaba hasta ayer un eficaz, pero alcohólico, político.
Ahora, que lo que más me sorprende es que periodistas que se supone que tienen criterio, o deberían tenerlo para dirigir un periódico monárquico como La Vanguardia -que por encima de ese detalle de la realeza no está mal- aplaudan esas decisiones y aprovechen para señalar que las medidas que propone Clos en Barcelona, que también atentan contra la libertad del individuo, sobre todo la del que no hace nada y no tiene el por qué andar con mil ojos a ver qué puede y qué no puede hacer, son beneficiosas para la sociedad. Que no se lo creen, lean el editorial de José Antich.
No se lo van a creer, de verdad, pero es así.