12 enero 2006

Las intermitencias del pensamiento

Piensa uno que lo peor que le puede suceder a un creador es ser famoso, y pasar de ser un artista a un producto, cuando uno descubre que el problema es que sólo los verdaderamente incapaces caen en las redes de la estulticia, y se dejan manejar como una materia para vender.
Sé que dicho así parece un poco abstracto, así que voy a ponerle cara a lo que digo para que nos entendamos.
El primero fue el pobre Muñoz Molina, él, tan dotado para la prosa y tan escaso para rellenar esos bellos ropajes de cuerpo, de ideas, se dejó seducir por la retórica Prisa. Francisco Javier Satué habla siempre del Jinete polanco, y creo que no hay una manera más elegante de decirlo todo. Porque Muñoz Molina es un escritor hábil, que se preocupa de estar al tanto de lo que sucede en el mundo y en la cultura, y rapiña sin escrúpulo todo lo que pueda ser susceptible de ser vestido con su estilo, y de su pluma salen textos curiosos resultones, pero que indefectiblemente os suenan a eco, a copia, a algo que ya hemos leído y que conocemos. Muñoz Molina es ideal por eso para convertirlo en intelectual orgánico, y conseguir que tenga opinión de todo -que sea además la que le indican desde Santillana del Mar- y que suene bonito.
Pero, ay, lo que natura non da Salamanca non presta, y aunque uno lea A sangre fría le sale Ardor guerrero, y aunque lea a Genet le sale Plenilunio, y aunque lea a Bellow y a Roth le sale Sefarad. Son todos libros muy bien escritos, ojalá muchos de los que se publican estuvieran la mitad de cuidados, pero son ecos, y como el eco pierden fuerza, autenticidad, alma.
Que luego se haya querido apartar de los tentáculos de Prisa -¿alguna pelea con Cruz?- o que Prisa se haya querido apartar de él porque ya tenía en la recámara al siguiente, es algo lógico, y tampoco ha terminado mal, en Nueva York y con suelo pagado por todos los españoles.
Luego fue Vargas Llosa, que de pobre no tiene un pelo, y al que no hay que compadecer para nada, porque tiene un olfato para meter las narices donde hay dinero que ya querrían muchos inversores bursátiles.
Don Mario les condujo a hispaoamérica. Un escritor de prestigio, que es respetado en todo el mundo, y es candidato al Nobel, ahí es nada. Él ha sido el siguiente intelectual orgánico del grupo Prisa. Como Muñoz Molina ha colocado a la parentela -Elvira Lindo que superó al maestro y que tiene su lugar como escritora simpática y con un aire marujil que la convierte en válida para todo, y los Vargas Llosa, Álvaro y Morgana, cuyo mérito fundamental es ser hijos de su padre, porque ni los textos de Álvaro van muy allá ni las fotos de Morgana son para colgarlas en la pared-, y como Muñoz Molina ha sido ya un poco alejado para no contaminar con su aire de ultraliberal los aires progres del grupo.
Para que los que corrieron ante los grises y para los que se fumaban porros en los mítines de Felipe González -esa clase media de cuarentones que se siguen creyendo rojetes en sus chalets adosados con la pantalla de plasma y el digital plus-, siguieran pensando que el grupo no era una mera sociedad económica ficharon a Saramago.
Saramago es majete, predica todo el día el progresismo, ayuda a causas nobles, e incluso ha escrito buenos libros -algunos muy buenos, a qué negarlo- y quiere mucho a España. Además, al contrario que los otros que quieren ganar el Nobel, él ya lo tiene -aunque antes de tenerlo se le veía mucho que estaba loco por ganarlo, y si no lean los Cuadernos de Lanzarote, ese monumento al narcisismo. Ahora bien, está muy bien eso de aparecer en la foto de todos los actos medianamente políticos y sociales que se ponen a tiro, pero abandonar tu país porque un gobierno de centroderecha no apoya tu obra está un poco salido de madre, y estar tan preocupado por los pobres teniendo casa en Lanzarote, otra en Lisboa, en Madrid deben de tener alguna más porque están aquí cada dos por tres, y otra en el pueblo de Granada de donde es su señora -la misma que en la presentación de El hombre duplicado a los medios españoles le gritó a un cámara porque estaba grabando unas páginas del libro y, al hacerlo, estaba mermando los derechos de autor de su José, así, como lo leen, que estaba yo delante- y que lleva ya veiente años con el mismo discurso... Pues, vale, se lo perdonamos porque ha escrito El año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio según Jesucristo y Ensayo sobre la ceguera.
Ahora, que en la promoción de la última novela tengamos que escuchar, o leer en los titulares, perlas como: "La religión se alimenta de la muerte" o el de hoy: "Los seres humanos matamos más que la muerte", y pensar que a este hombre hay que tenerle como una opinión de referencia, cuando suelta frases de cola de la charcutería, de barra de bar... No sé, la verdad.
O a este hombre se le ha ido la cabeza o se la ha ido al mundo por ponerle en un pedestal. Ambas posibilidades hablan mal de nosotros como sociedad. A qué mentirnos.