10 enero 2006

Libertad de expresión

Ayer por la noche, ejerciendo de español común-esto es, viendo las noticias deportivas- vi que el que fuera seleccionador nacional Javier Clemente imitaba a un periodista deportivo, bueno: imitaba su defecto físico, y por eso era unánimemente criticado por todos los miembros de la tertulia deportiva que yo presenciaba.
Vaya por delante que a mí también me parece de un evidente mal gusto burlarse de alguien por una tara física, y que, hoy por hoy, gracias a la buena educación que recibimos, eso es algo casi imposible de ver. Pero sigue sucediendo, claro, y no está de más criticar al que lo hace.
Ahora bien, no he podido dejar de pensar en otra cosa, que a lo mejor no gusta tampoco a los periodistas, ya se sabe como son estas cosas, y es en el corporativismo de esa profesión. No he podido evitar recordar las numerosas imitaciones que se hacen, en los mismos programas, de otros defectos. Si el futbolista es tartaja el humorista que ameniza el programa no duda en exagerar la pronunicación defectuosa del jugador. Y no consentiría que nadie se metiese con él por ello, porque está informando, lo hace con humor, etc.
El periodista, el serio y el que no lo es tanto, es una persona poco propensa a la rectificación. Todos sabemos que la información, ya sea escrita, hablada o televisada, es efímera, pero eso no es un osbtáculo para la rectificación. Cuando Urdaci y los servicios de información de televisión española fueron obligados a rectificar por mandato judicial tras haber dado una información voluntariamente sesgada, lo hicieron de un modo casi críptico, rápido -sin imagen alguna de soporte- y con mala cara.
La fe de erratas de los periódicos aparece casi como un anuncio por palabras, y los desmentidos en televisión o radio son casi inexistentes.
Y cuando hablo de mentir, de informar sin base alguna, de hacer juicios de valor y sentencias sociales sin manejar datos contrastados no me refiero solo al mundo del corazón, del amarillismo, donde es el pan de cada día y que permite que algunos, incluso, paguen con esas engañifas sus hipotecas.
No, hablo de medios de información de prestigio, como el diario El Mundo que cuando mi primo político -sí, lo siento, soy parte interesada de lo que voy a contar-, Eduardo García, fue acusado de colaboración terrorista y envio de cartas bomba, cargos de los que ha sido sobreseído en su casi totalidad, ya que sólo tiene pendiente una acusación, la de tenencia de explosivos, por la que ha sido condenado a cuatro años de prisión, de los cuales ha cumplido ya uno y medio y se le niega, no sabemos por qué, el indulto. Pero en los editoriales del periódico citado, en columnas de opinión, en La (sin)Razón, en el programa de María Teresa Campos -ecuánime y preparada periodista que, finalmente, ha visto ajusticiado su programa de mal gusto y peor intención, propio de una maruja nueva rica ante el empuje de la señorona cotilla de clase bien de toda la vida: Ana Rosa- todos corrieron a condenar, a él y a su familia -porque además su padre debe tener la culpa de haberse eslomado a trabajar para tener dinero-, hasta el punto de que la empresa en la que trabajaba el padre de Eduardo, la Caixa, se planteó querellas judiciales contra estos medios. de todas esas acusaciones y juicios paralelos ninguno ha pedido perdón.
Porque, claro, pedir perdón no es noticia.
Son los mismos valientes que, en la semana del 11-M y del 14-M hablaban del clamor popular de indignación por la mentira, todos los que retransmitían lo que sucedía en la calle Génova. Deben ser esos periodistas amantes de la verdad que dicen propagar.
Por eso, más que indignarse todos por la burda imitación de un entrenador de fútbol -que ya sabemos todos que no son filósofos precisamente- les valdría plantearse la mofa que ellos hacen de la sociedad día a día con tal de tener alguna tontería con la que rellenar una página, un minuto de radio, o medio de televisión.