13 junio 2006

La ficción y la televisión

La vida rara vez imita a la literatura que uno practica
y demasiadas veces a la literatura que uno desprecia.

Rodrigo Fresán

Desde hace unas semanas dedico el final de la semana, la noche de los domingos, al siempre divertido deporte de la adicción televisiva. Como si se hubieran puesto de acuerdo, en la noche del día del señor las televisiones sacan sus mejores galas, los trajes del domingo, para entretener al personal. Ayer, tras una llamada telefónica que me desveló -el partido Portugal-Angola se había encargado de dormirme-, estuve transitando entre dos perlas de la programación. Por un lado La hora de la verdad, donde la gente se somete a test de paternidad y sesiones de polígrafo con una facilidad pasmosa. Y deben ser muchos más, porque han conseguido que unos laboratorios dedicados a estos análisis les patrocinen parte del programa. Ayer apareció una tierna pareja de jóvenes gallegos en la que él, enfermo de celos al ver marcas en el cuello de su mujer, se dedicaba a limpiar pulcramente el retrete de su casa tras sus micciones para poder encontrar restos de otros orines masculinos de alguien más descuidado, supone él que serán del amante que, mucho más sucio, no se encarga de limpiarlos. Así, de golpe, ofrecen la solución al problema que más reproches genera en la convivencia conyugal: Señora, hágase unas marcas en el cuello que parezcan chupetones y su marido, celoso irredento, le tendrá no sólo la taza del retrete, sino toda la casa, como una patena en su busca de evidencias de adulterio. Si a cualquier escritor o guionista se le ocurriese algo así lo tacharían de inverosímil, pero, una vez más, se demuestra aquello de que la realidad va más allá que la ficción.
Aunque más refinada fue la cagada -la verdad es que son irónicas las relaciones a las que se establecen en el pensamiento y en la pantalla gracias al zaping- del famosísimo Iker Jiménez. En su traslación de El Caso a sustrato catódico Iker es capaz de soltar cualquier cosa por la pantalla, y la de ayer fue muy buena. Comienza a hablar de la poco conocida carrera espacial soviética, de las purgas y, lo que es más sorprendente, de los montajes fotográficos a que tan aficionadas eran las autoridades del Polit Buró en lo referente a la modificación de la historia. Qué interesante se ponía el asunto, por fin algo con un poco de sustancia en la pantalla, un asunto orwelliano de primer orden.
Comienzan a aparecer fotografías de un supuesto cosmonauta depurado por las autoridades soviéticas y, para sorpresa del que escribe, se ve una extraña textura en las fotografías que se muestran. Se comparan dos fotografías, en una de ellas hay un hombre más que en la otra, situado entre otras dos figuras, y se nos dice que la retocada es aquella en la que dicho hombre no está -aunque a simple vista esta parece mucho más verdadera, aunque, luego lo veremos, es, como todas, falsa, no como foto sino como documento histórico.
Hasta aquí no es más sorprendente que otros casos que uno ha leído. Lo mejor es que, acto seguido, nos ponen una fotografía que es, a primera vista, el primer plano de un astronauta con su escafandra. Se nos dice que es el retrato de Ivan Istochnikov, el cosmonauta depurado tras fracasar en su misión. Pero es la cara de Joan Fontcuberta. La misma que mete en todas sus exposiciones, en cada una de sus series en las que juega a hacer falsos documentales. Es Fontcuberta, por Dios, es un fotógrafo español, qué me están diciendo.
Enciendo el ordenador y tecleo "Fontcuberta", y me voy a su página web. Allí, entre sus diferentes series, hay una, llamada Sputnik, que estuvo hace diez años dando vueltas por las salas de exposiciones de medio mundo.
A poco que uno busque llega a la web que contenía el proyecto Sputnik con varios textos del catálogo. Para ir a ella hagan click aquí. Fascinante.
Y, como por arte de birlibirloque, el programa sobre los misterios y el ocultismo de Iker Jiménez se convirtió en monotemático. Ya sólo hay un misterio que resolver: ¿cómo demonios se puede ser tan tonto y demostrar que se sabe tan poco? Nadie, en todo el programa, ha oído hablar de Fontcuberta, ni del retoque fotográfico, ni por lo visto, de casi nada. Sorprendente. Todo un misterio. Supongo que es porque, para hacer un programa así, uno no se documenta, va a un adivino o a una sesión de Ouija y "to pa'lante".
O tal vez es todo mucho más refinado, y la realidad es que el programa lo lleva un ser sibilino que va filtrando hechos ficcionales como reales con tal de socavar la noción real del universo. Todo un misterio.