07 septiembre 2006

Siempre de veraneo


Una campaña publicitaria de la compañía telefónica más grande de España ha devuelto una canción de Dúo Dinámico a la actualidad: El final del verano. Pero uno no puede evitar sentirse poco, o nada aludido, con esta idea un poco pequeño burguesa, de moral cristiana, hacendosa y católica, de que ya ha terminado el momento de la diversión y comienza el calvario con sus trece estaciones de Vía Crucis –no sé cómo estarán repartidas a lo largo de los once meses del año, a lo mejor están relacionadas con los meses lunares, quién sabe.
Yo prefiero pensar que ahora, en septiembre, comienza un mes más de vacaciones, como sucede en octubre, en noviembre, y así cada uno de los doce meses del año. Prefiero pensar que uno es un veraneante perpetuo, como decía Fernando Ortiz –el poeta sevillano, no el estudioso cubano- en un artículo que dio nombre a un curioso libro. Uno de los dos que publicó un bar sevillano que anduvo perdiendo unos cuartos durante unos años: La Carbonería. Veinticinco años de éxitos y Manual del veraneante perpetuo, pocas editoriales podrán presumir nunca de dos títulos tan buenos.
Yo los leí cuando aparecieron. Cuando la literatura era algo más que lo que aparecía en el manual del bachillerato y todavía me creía con el halo romántico de los poetas. Hoy sólo conservo de esa aura la afición a los bares y al trasnoche, y sé que la literatura no pasa por los manuales de literatura, pero que tampoco está mucho más allá. Por eso cuando este verano, aprovechando eso que llaman vacaciones, me encontré con un ejemplar –bueno, varios ejemplares- del Manual en una librería de viejo de la plaza de San Francisco en Cádiz, sentí que el círculo se había cerrado.
Por entonces yo era, también un veraneante perpetuo que apenas veía alterada su rutina fuera julio o febrero: leer, comer, dormir, escribir y soportar un poco a mi familia. Hoy hago más o menos lo mismo, pero lo llamo trabajo. Qué es el veraneo. Supongo que esto, estar aquí en este mundo, y contemplar cada día como un montón de horas a rellenar, objetivo que logramos con mayor o menor acierto dependiendo de la inspiración de cada mañana.
Dicen los expertos que es malo desear antes de que termine el final del veraneo, y que conviene prepararse para la vuelta la vida normal. A veces me da por pensar que hablan más de teología que de otra cosa. Yo, cada mañana, echo un vistazo por la ventana y mientras me ducho tan sólo pienso en cómo rellenaré hoy el día. Y todavía no me he cansado de ello.

La foto pertenece al fabuloso trabajo de Kathleen Connaly en A walk thorugh Durhamp Township, Pennsylvania