20 diciembre 2006

Un gran camino hacia la sabiduría

A poco atento que uno estuviera en las clases de filosofía del instituto y la universidad siempre terminaba por preguntarse lo mismo: ¿cómo es posible que la civilización griega, que tenía constantes contactos con muchas civilizaciones orientales, no ha demostrado nunca la más mínima influencia del pensamiento de dichas civilizaciones? Afortunadamente hay más gente que se sentía igual de sorprendida que uno, y entre ellos estaba Peter Kingsley, que se ha dedicado a rastrear esos focos de espiritualidad, de pensamiento mítico, entre la herencia de la cultura griega clásica.
Hasta cierto punto parece lógico que con una finalidad educativa se simplifique el conocimiento, lo que sucede es que hay que dejar siempre claro que esa simplificación no es la verdad, sino tan sólo una adaptación destinada a divulgar el saber. En mis clases, en muchas conversaciones, me sorprendo a menudo al ver que la gente ha tomado demasiado al pie de la letra lo que le enseñaron en el colegio. Por ejemplo, muchos alumnos llegan convencidos de que la literatura está conformada por compartimentos estancos que unidos los unos a los otros como si fueran las piezas de un juego de construcción forman la literatura. Les sorprende, por ejemplo, saber que Bécquer y Rosalía fueron contemporáneos de Valera o Galdós. Les sorprende, por ejemplo, que la edición de las Rimas coincidiera con los primeros Episodios Nacionales, y también que Blasco Ibáñez sea contemporáneo de Unamuno –de hecho don Miguel era tres años mayor que él- pese a que su obra evidencia una visión literaria rebasada en su época. Son generalizaciones que vienen bien para los dependientes de las librerías –“pues dónde va a estar Borges, en novelistas por la B, qué clientela, Dios”– o para los guionistas de concursos –“-¿Famoso poeta renacentista italiano? -¿Ariosto? –No, Dante. Te dijimos del Renacimiento.”– que para la realidad.
Tan sólo hemos heredado una visión pragmática, lógica, del pensamiento griego. A los pensadores anteriores a Sócrates –ese genial personaje de ficción- les han acomodado en una categoría, la de los presocráticos, donde entra todo. Luego los dos momentos fundamentales de la filosofía clásica: Platón y Aristóteles –los únicos que todo el mundo estudiaba en COU, porque uno de los dos siempre caía en selectividad, aunque a mí me cayó San Agustín y Descartes- y la decadencia. A través de la visión que ambos dieron de sus predecesores nos hemos orientado hasta hoy. Platón siempre se señaló como heredero de Parménides. Se consideraba su discípulo y así lo señaló, situándole como el “padre de la lógica occidental”. Las apreciaciones platónicas del Zenón y el Parménides le hacen señalar a Kingsley que estamos ante un verdadero asesinato del padre. Por de pronto, Kingsley recuerda que el elegido por Parménides como alumno fue Zenón, por lo tanto pese a la pésima consideración que demuestra Platón hacia él, algo debía diferenciar el pensamiento de ambos. En este libro no se duda en indicarlo para el que lo quiera ver: Zenón sí siguió el pensamiento mítico, sanador, de Parménides.
A lo largo del libro ya se ha encargado de que el lector conozca ese pensamiento, muy alejado del tópico que nos ha llegado sobre el pensador foceo. Siguiendo la estela de unos descubrimientos arqueológicos en el sur de Italia –el terreno de los pitagóricos-, Kingsley reconstruye la trayectoria del pensamiento de los habitantes de las polis de Focea y Quíos, situadas en la costa de Anatolia. Dicho pensamiento consistía en unas prácticas casi chamánicas, ritos iniciáticos que nos hablan de una preparación de la muerte, de una aclimatación del pensamiento y del cuerpo destinada a ver ese Otro mundo, que hay detrás de la realidad que percibimos. Cualquiera un poco instruido verá de un modo evidente una unión de ese pensamiento con la visión trascendente de otros pueblos orientales –que en el caso de las tres religiones semíticas, Judaísmo, Cristianismo e Islam se ha polarizado y convertido en una recompensa o castigo; mientras que en otras disciplinas toma otros matices, como en el caso del Induismo, Budismo o Taoismo-.
Kingsley sigue el recorrido físico de los habitantes de dichas polis y la evolución de sus ritos que tienen como referente simbólico a Apolo. Reconstruye los procesos y la razón de los mismos siguiendo referencias históricas, descubrimientos arqueológicos, analizando el propio poema de Parménides –un viaje al otro mundo- e, incluso, realizando análisis linguísticos comparativos de textos griegos clásicos. El resultado es un libro iluminador sobre la cultura griega, que como todo texto destinado a abrir el sendero del conocimiento traza nuevas fronteras en el saber y despierta una voracidad lectora de más textos sobre el mismo asunto.
Pero es, por encima de los aspectos culturales e intelectuales, una lectura sanadora, que analiza una cultura de la sanación –no he usado de un modo intencionado curación- destinada a ayudarnos en nuestro día a día. Su revolución está inmersa en la raíz real de este libro. Como bien dice al final del mismo su autor: “este libro que acaba de terminar, lector, es sólo el principio”.
De todos modos no me resisto a hacer una lectura pitagórica o parmenéitica del mito de la caverna de Platón. Siempre hemos pensado, creído, que era la lógica y la razón lo que podría conseguir que en vez de las sombras fueran las imágenes reales lo que presenciaran los hombres de la caverna. Pero, ¿y si las sombras fueran este mundo, lo que percibimos de una manera consciente, y lo real fuera ese Otro mundo que se nos presenta mediante distintos tipos de conocimiento? Los narradores de lo fantástico y el neo-fantástico, los místicos, los psicólogos –especialmente los psicoanalistas jungianos-, los surrealistas, ¿no son sino intérpretes, buscadores de las razones de ese Otro mundo para el que el rito iniciático foceo nos prepara? ¿No es la filosofía, como su nombre indica, un camino de búsqueda en vez de una rígida estructura de pensamiento?
Peter Kingsley En los oscuros lugares del saber Atalanta, Vilaür, 2006