18 diciembre 2006

Un patio de colegio

Una de las quejas que más insistentemente me llegan de amigos, conocidos y alumnos de provincias es que les gustaría vivir en Madrid, porque aquí hay mucha más agitación cultural, especialmente en lo tocante a las letras, ya que las presentaciones de los libros y demás se hacen casi siempre por aquí.
Yo, la verdad, siempre he pensado que eso de ser escritor de periferia es mucho mejor que ser escritor del foro, y no sólo metafóricamente, porque todos mis amigos que viven por esos mundos de Dios son mucho más prolíficos que uno, que anda siempre perdiendo tiempo en la "vida cultural" de la capital.
Sirva a modo de ejemplo el certamen-festival que se celebró en el Colegio de Médicos de Madrid los pasados días 14 y 15 de este mes. Insertado dentro de un proyecto mucho más grande, denominado Movida. Madrid.06, que es invento que se ha sacado de la manga el gabinete de Gallardón para celebrar el veinticinco aniversario de un movimiento supuestamente contracultural que colocó a Madrid en el mapa del mundo moderno. Es curioso que los mismos gobernantes que se han encargado de que el espíritu libre y fiestero que generó y celebró la dichosa Movida se agotase en la ciudad, en muchos casos siguiendo además las presiones de los carrozas de hoy, que parecen haber olvidado con los años los numeritos que montaban en el Rockola -ahora es un supermercado- y demás antros que poblaban por entonces.
En fin, la idea estaba enmarcada dentro del programa de Nuevos creadores, y se supone que debía ser un encuentro de literatura ¿joven?, ¿contestataria? La verdad es que, ante la falta de ideario de la propuesta -basta con echar un vistazo a todos los carteles y panfletos de las actividades para encontrarse más con un folleto publicitario que con algún tipo de información que nos indique sus contenidos- uno no sabe qué se podía esperar.
Sí que hay cosas evidentes, y es que aquello estaba medio vacío. Todo el mundo se conocía, todos se saludaban y todo el mundo sabía qué hacía cada uno allí. No hace falta darle muchas vueltas para ver que la convocatoria, como tal, no había tenido mucho éxito. Si la gente que va a un sitio son todos los amigos de los organizadores y los participantes, quiere decir que muy atractivo el plan no debe ser. Tampoco hay que tirarse de los pelos, la tan traída Movida de principios de los ochenta era tan restringida como parece ser todavía la cultura.
Pero lo que se debe hacer es buscar las razones y entender el porqué de tan escasa participación. Yo creo que uno de los principales problemas radica en el concepto "joven". A tenor de lo visto en el programa joven es, sencillamente, gente con una edad temprana. Es el concepto que uno espera encontrar en una convesación entre prostáticos, pero en un entorno artístico sorprende mucho. Y sorprende porque la nómina de autores reunidos exhala un evidente aroma a cómodo, a norma, a trillado. No hay una conciencia de riesgo, de escapar a las normas heredadas. Son autores con poca edad física pero escandalosamente viejos en lo mental, totalmente insertados en las formas fosilizadas de la literatura de mercado. Las excepciones, que alguna había, quedaban totalmente enterradas por el ambiente. ¿De qué sirve traerse a Mercedes Cebrián de Roma o llevar a Carlos Pardo a recitar en ese entorno?
Otro problema era la calidad de los que intervenían. Se ha optado, decididamente, por autores que venden o por amiguetes de los organizadores. Por ejemplo, el debate sobre la Nueva literatura. Atención a la nómina de jóvenes autores: De moderador José Luís Balbín -sí, el de La Clave-, Soledad Puértolas, Rafael Reig, Lorenzo Silva y Juan Manuel de Prada -que sí es joven, pero nadie lo diría-. No se entiende que si el elemento decisorio para la inclusión de unos u otros ha sido la edad esté por ahí gente tan talludita. Salvo, eso sí, por el hecho de que había que buscar gente con nombre.
Pero entonces no se entiende la presencia del muy cuestionable rebaño de poetas que fueron invitados. Porque en ese caso sí que se puede decir que son autores del barrio, de Lavapiés y aledaños, vamos, con escaso interés desde una perspectiva crítica. Se sorprende uno al tener que decir esto, pero, ¿no es más joven el último premio Cervantes, Gamoneda, que la inmensa mayoría de estos versificadores? Curiosidades de la organización. No sé si la directriz era trabajar sólo con autores madrileños, pero en un festival así, pagado con los dineros de todos, creo que hay que ser serio y traer a gente interesante. Aunque sea de fuera. Hay muchos poetas aún jóvenes en España que habrían hecho un papel mucho más interesante.
Otro error de perspectiva importante se ha evidenciado en las carencias de la organización o del comisario y coordinadores de la misma. Parece ser que las letras son, sólo, narradores - en su mayoría novelistas- y poetas. No había ensayistas, ni pensadores, ni ningún otro género periférico. Y no hace falta estar muy puesto en esto del mundo de las letras para saber que precisamente las cosas más novedosas, más interesantes -y quizá por eso más arriesgadas y jóvenes- se están haciendo en nuevos géneros. O que en esta generación que se ha elegido como franja de edad del festival, buena parte de los mejores escritores están trabajando en el cine y la televisión. Conviene no olvidar nunca que cada cosa que se dice en la televisión -las inteligentes y las que los son menos- tiene un guionista detrás. Y que esos también son autores que trabajan con la palabra.
Pero hay cosas buenas. Un acierto fue, sin lugar a dudas, invitar a la gente de la librería Arrebato, que son los que mantienen un espíritu más cercano a lo que debió ser en su momento la dichosa Movida: fanzines, asociación cultural, una apertura mental a nuevas propuestas evidente. Ahora bien, sorprende, como siempre, que se les dedicase un pequeño rincón, mientras que la librería Antonio Machado disponía de una enorme mesa llena de ejemplares de los, en su mayoría, prescindibles libros de los mediocres invitados al festival.
A uno le parece, le ha parecido siempre bien, que se cuide y se eduque a la juventud. Que se les de esa instrucción que siempre pidió Juan Ramón Jiménez en vez de cultura, sobre todo en lo tocante a ministerios. Ahora bien, resulta verdaderamente descorazonador -y lo dice una persona de 30 años- que el hecho de ser joven sea un mérito per se. Demuestra, una vez más, que la idiocia de la sociedad, obsesionada por la juventud, se traslade a un campo del saber donde eso debería ser secundario.