31 enero 2006

¿Para qué quieren la verdad?

¿De dónde saca la información un columnista de periódico? Es una de las grandes dudas que el lector siempre tiene. En el caso de Vicente Verdú podemos decir que, con casi total seguridad, del propio periódico en el que escribe. Eso demostraría el por qué sus análisis -seguro que él se tiene por analista, por pensador- suenan a algo ya leído o escuchado con anterioridad, y las más de las veces en el mismo medio.
Este pasado domingo publicó un artículo en el suplemento Domingo -desconozco si es práctica habitual lo de los artículos de este hombre en ese suplemento porque yo rara vez compro el periódico los domingos, los amigos ya saben que si el grupo Prisa quiere mandarme un catálogo a casa yo lo acepto muy agradecido, pero no bajo el domingo por la mañana a dejarme casi dos euros en uno- sobre la verdad, de hecho sobre el peligro de extinción de la verdad. Yo, que cada día estoy más convencido de que los que escribió Juan Bonilla es cierto -"Que La Verdad ya no es más/ que un periódico de Murcia" (como se puede ver yo sí cito del poema original, no como el propio Verdú que debe andar muy atareado para buscar el texto de Antonio Machado que citó Caballero Bonald en la entevista que le hizo Javier Rodríguez Marcos en el Babelia, y que es la que el cita en su texto)- me sorprende mucho que la vieja guardia todavía ande necesitada de esas verdades que ellos mismos se han encargado de vender por un plato de lentejas. Ya saben, esas verdades en las que creían de jóvenes y que abandonaron en cuanto les hablaron de los porcentajes por productividad.
Ahora resulta que uno no puede ni fiarse de los científicos, dice él. Sorprende también ese aferrarse a la ciencia y al empirismo como Gran Verdad, sobre todo teniendo en cuenta que esa ciencia es, no desde hace un par de décadas, sino desde hace un par de siglos, inductiva y no deductiva, así que la mayoría de las conclusiones a las que los científicos llegan son indemostravles en su tiempo, y sólo muchos años después se confirman. El hombre está necesitado de fe, eso está claro, pero yo no he entendido nunca demasiado bien porque la generación de mis padres cambió el altar o la dictadura del proletariado de mis abuelos por la ciencia y la mística oriental, siendo, las cuatro cosas, una mera cuestión de fe.
Que ya nadie se crea a pie juntillas lo que dice una figura pública es, sencillamente, lo más lógico que puede suceder teniendo en cuenta que los intereses de los que hablan y las manipulaciones de los que difunden están a la orden del día. Si algún publicista avispado creó el markting viral, que consiste en pagar a gente para que ponga en marcha rumores, para que haga campañas de pulicidad boca a boca, lo único que quiere decir eso es que los medios de comunicación han perdido la credibilidad por su sumisión a la publicidad y el mercado. Es difícil creer en las reseñas de un diario cuando vemos que todos los libros editados por las editoriales del mismo grupo mediático son todos maravillosos y divinos, mientras su lectura nos demuestra justo lo contrario.
La publicidad, lícitamente, intenta abrirse caminos para satisfacer a los anunciantes, que quieren llegar a los consumidores. Lo cuestionable es que alguien que debería transmitir la verdad, estrictamente información -y que se vende como medio de comunicación- se convierta en un medio de publicidad más, como hace el diario El País -que da de comer a Vicente Verdú desde hace muchos años-. De culpar a alguien de ese posible "peligro de extinción" -por cierto, para esta gente la verdad es un bicho raro que copula poco y mal y apenas tiene descendencia- habría que hablar con los editores de ese -y de otros, no crean que me olvido- medios de comunicación. Para lo único que quiere la verdad esta gente es para venderla como un faldón más.

30 enero 2006

La comedia de helarte

Silvio Berlusconi, que pasará a la historia como un bufón que supo construirse un imperio económico a base de cuestionables métodos, y que no dudó en lanzarse a la arena política con tal de blindarse ante posibles ataques de la justicia, continúa demostrando ser un astuto mercachifle.
Ante la llegada de las elecciones italianas, de las que se sabe casi seguro perdedor, está aprovechando su dominio mediático en Italia para estar todo el día en pantalla. En sus manos está la televisión estatal y la mayoría de las privadas. muchas de las radios y casi todos los periódicos. Y, aun así, sabe que es muy probable que pierda las elecciones por su nefasto gobierno y porque la gente tiene otros medios de comunicarse que él no puede controlar.
Por eso ha decidido aprovecharse de la estulticia y el amarillismo de la prensa que se considera "seria" y que reproduce los métodos de las revistas que cada lunes y jueves inundan los quioscos de fotos en color que retratan. Así que no ha dudado en aprovechar un acto en Cerdeña para asegurar que no piensa tener relaciones sexuales hasta después de los comicios del próximo 9 de abril.
Y con semejante tontería, que no debe importarle ni a su mujer porque se rumorea que tiene un asunto -qué bonito eufemismo este del "asunto"- con un político opositor de su marido, consigue que la agencia Reuters mande un suelto que llega a todos los diaros de Europa.
Si al menos se nos explicara la relación entre la castidad y el buen gobierno podríamos pensar que es algo importante, pero no es así. Él tan sólo promete algo que va ser muy difícil -por no decir imposible- de demostrar, y que además es irrelevante para el asunto que se está tratando. Pero así rellena hojas de periódicos, minutos de emisión, y consigue que el mensaje de Romano Prodi no llegue a nadie.
Berlusconi ha aprendido sabiamente que la gente no puede pensar en lo que no conoce, y oculta todo lo que le pueda perjudicar bajo el disfraz de la televisión superficial a inconsistente que ha patentado y exportado a media Europa.
En esto se parece a los grandes grupos mediáticos españoles, que piensan que por ocupar páginas y páginas con sus productos, por gastar horas y horas de emisión con sus banalidades van a ser capaces de tapar creaciones mucho más interesantes. Afortunadamente, los cuatro gatos que leen libros pierden poco tiempo en ver programas que, de literarios, tan sólo tienen el decorado -esos montones de libros tirados sobre una mesa de cualquier modo, como si feran lenguados en la pescadería-, y nadie se toma en serio a los bufones, llámense Berlusconi o Javier Rioyo.

27 enero 2006

¡Jo, qué noche!

Me voy a permitir la licencia de hablar de mí. De lo que me sucedió anoche. Muchos dirán que mi vida se la trae sin cuidado, y les puedo decir que les comprendo, a mí me sucede lo mismo, mi vida no me interesa demasiado pero, qué le vamos a hacer, me ocupa mucho tiempo de cada día, y en ese rato me suceden cosas. Vamos, que por alguna extraña razón mi vida me da ocupaciones.
Ayer volvía a eso de las tres de la mañana de un cumpleaños y, cuando puse un pie en mi casa, descubrí que no tenía luz. En el portal sí había -por lo que la teoría del apagón quedó pronto desestimada- y me dediqué a encender todos y cada uno de los interruptores del cuadro de luces a ver si era alguna fase la que saltaba.
Para que el lector pueda hacerse una idea de lo problemático de la situación debo informarle de que en mi casa todo es eléctrico: la calefacción fuciona por acumuladores nocturnos, así que la casa estaba helada; el calentador de agua también, y el agua estaba helada y a la mañana siguiente, cuando tocara ducharse, más; la nevera, por supuesto, también, por lo que algunos de los alimentos estaban empezando a oler mal; y la cocina, la televisión, la música, el ordenador, todo. Menos mal que una amiga me había regalado un candil y unas velas, así pude buscar una solución y la factura de la luz.
Llamé a la compañía eléctrica pidiendo un electricista de urgencia y me mandaron a un simpático chaval que apareció en media hora en casa y se dispuso a cambiarme un fusible, cuyo precio es de un euro y medio, por cincuenta. Veintidós por el servicio de urgencia y veinte por la mano de obra -diez minutos en cambiar el fusible y hacerme una factura para el casero- más el IVA. Total, unos cuarenta y ocho euros. En mi cartera tenía sólo 45, y el amigo no estaba por la labor de perdonarme los tres euros.
Total, que me bajo al cajero, saco cincuenta -se los queda, yo sí le tengo que perdonar dos euros- y se va. Cuando saco la llave para volver a entrar en casa me doy cuenta de que con las prisas he cogido las llaves equivocadas y no puedo entrar en casa.
Tengo las llaves de la oficina y el móvil, eso es todo. Ni tan siquiera el abrigo. Estoy en mi portal sin poder entrar en casa a las cuatro y pico de la mañana.
La familia es esa gente que te saca las castañas del fuego cuando uno está en apuros. Llamo a mi hermana, que vive a media hora en coche pero tiene una copia de las llaves de casa y, tras tranquilizarla por llamarla a deshoras y asegurarle que estoy bien, le pido que me traiga las llaves para poder entrar. ¿Por qué no te coges un taxi y duermes aquí?, me dice. Porque la vela está encendida en medio del salón y ma da un poco de miedo dejarla así, la verdad.
Y paso media hora comprobando por una vez lo útiles que son, en ciertas situaciones, los juegos del teléfono móvil. Y preguntándome cómo demonios se juega al Backgammon.
Total, que a la media hora aparece la santa mujer con mis llaves. Abro la puerta en un momento, le bajo su copia -vivo en un tercero- y le doy las gracias por el esfuerzo. Le digo que me llame en cuanto llegue para que me quede tranquilo y subo a casa.
Estoy molido, destrozado, pero los nervios no me dejan dormir y cuando, a la media hora de haberse largado, mi hermana no me llama empiezo a ponerme histérico y llamo cada dos minutos para asegurarme de que ha llegado. A la cuarta llamada lo coge, acaba de entrar por la puerta y se va a acostar. Le doy las gracias por décima vez y le digo que mañana, hoy, la llamo.
Y no duermo. Ya no duermo. Se me van las horas despierto pensando en lo tonto que soy, y como veo que no puedo dormir me leo un libro. La ciudad automática de Julio Camba, una maravilla, y muy divertido, lo suficiente como para hacerme olvidar un poco todo esto.
Ahora tengo sueño, mucho sueño. Y en lo único que pienso es en qué lugar voy a esconder una copia de la llave para futuros percances. O en instalar una puerta de esas que se abren con un código. No sé, algo tendré que pensar.

26 enero 2006

Las críticas razonadas

El artista, ese ser egomaníaco que por su propia naturaleza busca el halago de un modo casi patológico, no suele recibir con agrado, ni tan siquiera con un poco de dignidad, la crítica.
Los hay que, con mucha mesura, dicen que no tienen problema alguno en aceptar una crítica si se la razonan, pero que, sin ese razonamiento, no la pueden aceptar. Me parecería maravilloso si le pidieran también un razonamiento al que les hace un halago. Pero eso no, claro, el halago no necesita de explicación alguna porque es lo lógico, lo esperable. "Como yo soy maravilloso lo normal, lo esperable, es que el recibimiento que tenga mi obra sea bueno".
Estan los que juegan a la contra. Son, a qué mentirnos, más astutos. Estos quieren una mala crítica porque pueden utilizarla como arma. "Es normal que los críticos hablen mal de mí, porque escribo para la gente que nacerá dentro de cien años", decía Stendhal, y todos se agarran a esa frase como a un clavo ardiendo. Está muy bien porque así se diferencian del artista "vendido" al mercantilismo y a la sociedad y el mal gusto imperante, y que puede ser por ello asimilado por sus coetáneos.
¿Tan difícil es ser sincero con uno mismo y reconocer que cuando el crítico -el serio, porque ese sería otro largo debate- está señalando fallos es posible que esté diciendo la verdad? La mayoría de las veces son defectos que el autor, en su fuero interno, conocía perfectamente. Pero lo que le molesta no es tanto el haberlos cometido como el que se los hayan descubierto.
En esto son como el niño que estrena traje de domingo y se hace una pequeña mancha con el helado que su madre le prohibió que comiera. No está arrepentido de haber desobedecido, o de no haber sido lo suficientemente astuto como para haber tenido más cuidado de no mancharse, no, lo que le molesta es que su madre haya sido capaz de ver, de descubrirle, esa mancha y tenga que someterse por eso al castigo pertinente. Y nada más.

De mayúscula importancia

A mí me gusta mucho hojar los periódicos mientras me tomo un café. Hay gente que prefiere la charla, y otros el quedarse tranquilos sin hacer nada más que beberse su café. Muchos se dedican a fumar un cigarrillo ya que un bar es de los pocos lugares donde hoy todavía dejan hacerlo -por cierto, he descubierto la profesión idónea para un fumador: barrendero-, pero a mí me gusta ir picoteando de los titulares en busca de alguna noticia que, bien por su importancia, bien porque me ataña especialmente, o, las más de las veces, porque me parece curiosa o divertida, merezca ser leída al completo.
Uno de los planes que me parecen más interesantes para una tarde de sábado o domingo es una cafetería enorme -si uno va a ocupar toda una mesa con los periódicos mientras caen un par de cafés y una porción de tarta lo mejor es que el sitio sea grande-, los periódicos del fin de semana con su pléyade de suplementos y todo el tiempo del mundo.
Pues bien, todo esto viene a cuento de que hoy me he fijado en que un periódico practica en una de sus secciones una tipografía un tanto delirante. Me ha extrañado, la verdad, porque para ese tipo de cuestiones hay que reconocer que los dueños de los periódicos han tenido un poco de conocimiento, y han encargado el diseño de la publicación a profesionales -algo que no suele suceder en el ramo de las revistas, donde se contrata a diseñadores gráficos más preocupados por epatar al lector que por diseñar un buen producto.
Se trata de El Mundo. Casi todo el periódico es muy correcto -tipográficamente hablando- hasta que llegamos a la sección editorial. Ya saben, esos artículos en los que se da fe de la opinión y postura del periódico respecto a los más diversos temas de actualidad.
Hoy me he fijado en que los titulares de esos artículo van con todas las palabras en mayúsculas, para ser concretos en versales. Esto es, todas y cada una de las palabras del titular comienzan con una letra mayúscula, amén de que el resto vaya en versales, claro. Esto es algo muy propio de los títulos de obras anglosajonas. Como con los ejemplos nos aclaramos todos, digamos que, en la cultura española se titula así, poco más o menos: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. O sea, tan sólo llevan mayúscula el inicio del título y los nombre propios que vayan incluidos en él. Otro ejemplo: El guardián entre el centeno. En el mundo anglosajón se coloca mayúscula a todas las palabras del título, así, ellos escribirían: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, o, como es el caso, The Catcher in the Rye.
Pues bien, en El Mundo del Siglo Veintiuno -nombre completo del rotativo- van más allá y ponen mayúsculas a todo en los editoriales del periódico.
No voy a ponerme a averiguar quién los escribe -aunque tengo las sospecha de quién los dicta, porque para escribirlas no creo que tenga tiempo entre tanta tertulia radiofónica y televisiva, ejercer un poco de director de periódico, hablar con sus abogados para mantener su piscina ilegal y echarle un vistazo a los catálogos de ropa interior femenina-, pero me parece un poco megalómano considerar que todas y cada una de las palabras que salen de su boca merecen ir en mayúsculas.
Sobre todo teniendo en cuenta las sandeces que son en la mayoría de las ocasiones.

24 enero 2006

De impostores

Comentábamos el otro día unos amigos que la genialidad de Borges -y la razón por la que toda la cultura posmoderna lo tiene subido en un altar desde hace mucho tiempo- es por su capacidad de simulador, de falsario, de genial impostador de realidades. Toda su obra es eso, poco más que eso. Aquellos que siempre postulan a Borges como el genial lector que lo leyó todo y que vertió esa vasta cultura en su obra provocan ataques de risa loca. Borges no leyó tanto como ellos pretenden. Primero porque se quedó ciego relativamente joven, lo que dificulta enormemente ese volumen de lecturas que se le atribuye. Segundo, porque una lectura detenida de su obra demuestra, muy a las claras, que era un lector de enciclopedia, de divulgación. Él, mucho más honesto que sus seguidores y epígonos, nunca lo ocultó. En sus textos vemos que cuando aparecen pbras reales son misceláneas, enciclopedias divulgativas al gusto del siglo XIX y no sesudos tratados, y que esos libros de referencia que aparecen relato tras relato son invenciones del genial simulador que fue. Ni tan siquiera se había leído los grandes libros de referencia de la literatura occidental, que casi siempre cita de memoria y de modo erróneo.
Y ahí radica su genialidad, en que supo convertir materiales de desecho, de saldo, en una obra sólida que excluye la vida y que se centra en los mecanismos del arte. Por eso es tan apetecible como pasto de estudiosos universitarios, de diseccionadores, y no como objeto de disfrute vital.
Ahora bien, lo que demuestra su caracter visionario es que supo anticiparse a nuestra época. Hoy, en el que la ficción y la realidad se entrecruzan en múltiples expresiones artísticas, en que vemos como las fronteras que tan bien les venían a los libreros para ordenar las estanterías se diluyen, no deja de ser curioso que se censure de un modo brutal a los que han evidenciado la necesidad del ser humano de creer en algo y comulgar con ruedas de molino si hiciera falta.
Hará en breve un par de años del caso del genial David Kelley, que se convirtió en uno de los periodistas de referencia de los Estados Unidos con sus crónicas inventadas. Eso sí, a mucha gente no el gustó que, en vez de llamar literatura o cine a lo que hacía, Borges y Welles fueron más prudentes, lo llamase periodismo.
Ahora surge un nuevo tipo de genial simulador: el científico. Por un lado Woo-suk Hwang, que se inventó un mundo a la medida de Aldous Huxley, un Nuevo y valiente mundo, en el que todos quisieron creer, ahora un bufón llamado Jon Subdo ha evidenciado la total falta de profesionalidad de las publicaciones científicas, ya que con artículos carentes de toda lógica médica se labró un prestigio notable.
Vivimos en el mundo de la tecnología y de la velocidad. Creemos ciegamente a los científicos y los intelectuales carecen de tiempo -y conocimientos, todo hay que reconocerlo- para cuestionar las nuevas verdades. Tampoco hay que echarse las manos a la cabeza, a lo largo de la historia tenemos ejemplos de geniales simuladores que edificaron edificios sobre cimientos menos sólidos. Ahí tenemos a Jesús, Mahoma, Lutero...

Subida al monte Carmelo



Como acostumbro, voy leyendo los suplementos culturales en el servicio. Es una manera cómoda y limpia de estar al tanto de lo que sucede en el mercado cultural, que suele terminar con la cisterna limpiando el retrete y permitiéndome olvidar la mayoría de las chorradas que he leído mientras cumplía con mis obligaciones fisiológicas.
A veces descubre uno algún buen artículo, pero lo reserva para el sofá -como suele suceder con los de Luis Fernández Galiano, que, quizá por escribir muy bien y tener muy buenas ideas, cada día colabora menos en el dichoso suplemento de PRISA.
Otras veces descubre uno insólitas pullas, casi siempre fuera de lugar. Leyendo el artículo de Lobo Antunes -convertido ya en esa caricatura de sí mismo- sobre Juan Marsé -que recibe día tras día en halagos lo que los premios no le otorgan: el reconocimiento a una de las mejores y más sólidas obras de la narrativa española, amén de una de las actitudes más coherentes- aprovecha el portugués para despacharse a gusto con Nabokov. Copio lo que dice de él:
Se cuentan con los dedos de una mano los escritores que he conocido y me interesaron por su densidad humana. En rigor, son demasiado egocéntricos y casi nunca tienen talento: hay poquísimos libros buenos y ni hablar de muy buenos, y si un libro no es bueno, o muy bueno, su autor, regla prácticamente absoluta, tampoco lo es: toma conciencia de su falta de calidad y se vuelve agresivo, envidioso y amargo. Claro que existen escritores buenos, o muy buenos, agresivos, envidiosos y amargos: Nabokov, por ejemplo, aunque sus libros no sean tan importantes como él imaginaba; son más inteligentes y hábiles que otra cosa. Y, estudiando sus lecciones, se ve que el hombre no comprendía la gran literatura y sólo era capaz de apreciar lo que, de los otros, se prolongaba en él. Se advierte algo de estéril en sus acrobacias, y la atención al detalle le impide la amplitud del vuelo. Acumuló uno tras otro libros bonitos, impecables desde el punto de vista técnico y, no obstante, desprovistos de la llama de la que está hecho el genio. No sé por qué estoy diciendo esto: Nabokov me importa un pito y quiero hablar de Juan Marsé.
Todo esto está, a qué mentirnos, muy bien. Aprovecho un texto sobre Marsé para poner un poco verde a Nabokov. Lo mejor de todo esto radica en que el muy cachondo del portugués no lo ha borrado, así que se conoce que no tenía tanto que decir sobre Marsé como para rellenar el número de caracteres que le piden en el periódico. Además, hay que decir que tiene razón, para qué negarlo: Nabokov es un autor muy frío, intelectual, y en sus cursos de literatura o en su ensayo sobre el Quijote se aprecia que sólo le interesa aquello de donde puede sacar algo. Pero eso no convierte a Nabokov en un mal escritor, ni mucho menos. Lobo Antunes, por ejemplo, es bastante peor que él, así que no termina de entenderse por qué ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Pero, sobre todo, me llama la atención cómo la gente aprovecha para ajustar cuentas. La estrategia del callejón y la capa que se habría dicho en los Siglos de Oro. En este texto no viene a cuento hablar de Nabokov, de hecho el espacio que pierda hablando del ruso lo está hurtando al elogio de Marsé, pero no le importa, lo deja ahí.
Como yo también soy dado al filo y a ir embozado, aprovecho esta antrada sobre Marsé, Nabokov y Lobo Antunes, para meterle un cuchillazo al portugués. En este artículo demuestra que tira poco, que no relee lo escrito, que le da todo un poco igual, vamos, y que ese aire divagatorio que tienen sus novelas -que a los pánfilos tanto gustan con esa disposición tipográfica antojadiza con párrafos y frases cortadas, como de poeta vanguardista de banquillo de reserva- no es un esfuerzo estilístico, sino una dejadez evidente que le permite escribir tres novelas de quinientas páginas cada dos años.
Yo leí mucho a Antunes una temporada, hasta Esplendor de Portugal, pero cuando corroboré que es un autor repetitivo, que cuenta siempre lo mismo y de la misma manera, me cansé un poco, la verdad, de andar leyéndolo. Además, tiene uno la extraña sensación de que es un poco caradura, de que siempre está vendiendo lo de haber estado en Angola durante las guerras coloniales, y lo de ser psiquiatra -por cierto, me gustaría preguntar a las autoridades lusas como es que alguien que se ha jubilado puede seguir usando su despecho en un hospital psiquiátrico, el Miguel Bombarda, en vez de dejarlo para alguien que esté ejerciendo. Hubo, lo he leído, una época en que se descubrió el monólogo interior, el flujo de conciencia, fue un descubrimiento y un recurso novedoso. Construir con monólogos todas tus novelas, siendo psicólogo, me parece lo más cómodo e insulso que uno puede hacer. Al menos podía echar un ojo en los historiales de ese hospital que se niega a abandonar para renovar las patologías.
Eso sí, me parece maravilloso que le caiga bien Marsé. ¿A quién con cabeza no le gustá Marsé? No hace falta darse cuenta de que Nabokov no es tan maravilloso para admirar a Marsé. Pero me parece genial que lo diga, y en un periódico de tanta tirada, sobre todo ahora que, algunos, habían comenzado a murmurar cosas de él por ser más honesto que la mayoría de la gente del mundillo literario, que hacen suya esa bandera de "llámame tonto y dame de comer".
Llegará un día en que a Marsé le den premios oficiales y demás. Y los aceptará, con ironía, sin creérselo del todo, los aceptará. Porque los narradores buenos, como él, saben que todo es relativo, y que ni antes era un francotirador ni por ser reconocido será un acomodado. Lo que más me ha atraído de Marsé, desde siempre, es que ha trabajado, que se aprecia en cada una de las historias que nos ha contado que él sabe lo que es tener que ganarse el pan con el sudor de la frente. Nunca ha sido un catedrático universitario, ni un señorito. No, siempre ha sido un hombre del pueblo con una fascinante capacidad de contar historias. Y sólo por eso uno ya lo admira. Que encima las cuente tan bien como sabe hacerlo lo convierte en alguien único.
La imagen, por cierto, es de cuando Marsé, siendo muy joven, trabajó en un taller de joyería.

23 enero 2006

La matanza


Por estas fechas están en muchos pueblos de España afilando el cuchillo de matar y despidiéndose de los cerdos que se van a ir al otro mundo para entregarnos un sin fin de manjares y días de placer gastronómico. Es uno de los ritos más antiguos y maravillosos de nuestra cultura, y creo que es un placer ver una matanza limpia, en la que se respeta al animal, y en la que se siguen las directrices tradicionales. Todo aquel que no haya visto una no sabe lo que se pierde.
Pues bien, se conoce que no son los matarifes los únicos que por estas fechas se aprestan a aprovechar todo lo que se pueda aprovechar sin desperdiciar nada. Como la gente de la SGAE. No contentos con el dinero que ingresan abusivamente de la venta de videocassetes, cassettes de audio, cd y demás, quieren ahora que haya un porcentaje de los ordenadores, aparatos electrónicos de almacenaje, vamos prácticamente de cada cosa que se venda, que vaya a parar a sus manos.
Incluso quieren que los bares paguen por poner música del mismo modo que pagan por tener una televisión y demás.
Todo esto estaría muy bien de no ser porque a lo mejor yo tengo un ordenador para trabajar y no lo uso para hacer descargas de internet. Y los CD que compro los uso para llevar mis archivos a otros aparatos. ¿Por qué debería yo pagar por eso? La ley reconoce el derecho a la copia privada. ¿Por qué debo pagar por ejercer un derecho?
Todo esto me cabrea aún más si tenemos en cuenta que en un país occidental, de cultura de libre mercado y en el que se fomenta la competencia, hay tan sólo una entidad a la que el estado paga estas cantidades recaudadas. Una entidad que, dirigida por músicos, sólo vela por los derechos de los mismos, dejando muy abandonados a los autores literarios o audiovisuales. Tan dejados de la mano estaban los trabajadores del cine y la televisión españoles que montaron una sociedad, DAMA, a la que el estado no apoya, y obliga a autores a poner un juicio a la SGAE para que estos dejen de realizar el cobro de sus derechos para poder hacerlo con la sociedad que ellos deseen.
Pero, ¿para qué sirve el dinero que pagamos todos los españoles? Pues para que el señor Tedy Bautista haga viajes suntuosos y viva como Dios con un sueldo bastante hinchado -porque de su faceta como músico no queda ni el recuerdo y además tenemos que creernos que el sueldo es justo pero no sabemos a cuánto asciende-, para que se les adelante a todo "artista" un dinero que puede ser que no genere nunca sin ningún tipo de interés -mientras que cualquier otro currito suda tinta para tener un vulgar crédito personal- y una promoción exclusiva de su obra.
Resumiendo, mientras del cerdo se aprovecha hasta los andares, de la sociedad se aprovecha, también, todo.

19 enero 2006

Valor y precio


Ha querido la "casualidad" que coincidan en fechas dos ediciones distintas del Paraíso perdido de John Milton. Pongo entre comillas lo de casualidad porque cada vez son más las casualidades de este tipo en el panorama editorial español. Sucedió con Proust y su Recherche, sucedió recientemente con el Genji Monogatari, y ha vuelto a pasar con Milton. Pero no, no se preocupen, no es de filtraciones editoriales de lo que voy a hablar.
Me llamó mucho la atención que en un periódico destacasen dentro de la noticia sobre la presentación de una de las dos ediciones referidas, la de Galaxia Gutenberg para ser exactos, que Milton cobró por su poema tan sólo 10 libras.
Es muy normal, al hablar de los creadores, sacar a reducir este tipo de insustancialidades que, por otra parte, son mentira. O peor aún, son medias verdades.
Por un lado hay que dejar claro que la cantidad cobrada por una obra es algo irrelevante, algo que le puede interesar a un biógrafo, pero que no le debe importar a un lector o receptor de la obra. ¿Que Van Gogh no vendiera un solo cuadro en vida es importante?, ¿que a Cervantes o a Milton les dieran dos duros por su obra es importante? No lo es, porque no es algo consustancial a la obra. Si nos fijamos en estas cuestiones estamos distrayendo la atención de las realmente relevantes. En la misma presentación del libro se destacaron asuntos mucho más interesantes, como el hecho de que por la noche ideara sus versos, memorizándolos y dictándoselos a la mañana siguientea un amanuense. Bueno, el señor Atreides lo pinta mucho más épico e interesante de lo que seguramete fue para convencer a los periodistas de que hablen del libro -o tal vez lo pinte así el periodista sobre unas correctas y exactas palabras del traductor, hoy por hoy no puede uno casarse con nadie.
¿Por qué hay que seguir alumbrando al malditismo para que la gente lea libros? Cada vez que para convencerme de la grandeza de un artista alguien recurre a lo canutas que las pasó me pongo en guardia.
Eso es algo anecdótico, que no tiene nada que ver con el arte. Pasando hambre escribió Cervantes el Quijote y agasajado por el emperador escribió Virgilio su Eneida, ¿es mejor una obra que la otra?
Pero es que, además, se dicen las cosas a medias. ¿Sabe el señor Atreides cuánto eran 10 libras de la época? Tal vez no fuera una fortuna, pero seguro que no era una miseria. Hoy con cinco pesetas no se hace nada, pero cuando yo era pequeño con un duro daba para bastante, y cuando mi padre más todavía. Así que en 1667 debía ser un dinero esas 10 libras que cobró el señor Milton. A lo mejor resulta que esas diez libras eran, en la época, algo parecido a los anticipos fastuosos que ahora consiguen los representantes para los autores de éxito. Tal vez se Milton era envidiado por sus compañeros como lo son hoy Amis o Houllebecq, que han visto como les deban el oro y el moro por sus libros sin haber leído una sola línea.
Me molesta que, como ahora el mercado manda, y todo tiene un precio, haya que saber qué precio le puso el autor. No sé si para poder calcular la espectacular plusvalía generada, la verdad.
Me viene a la memoria esa genial frase de Oscar Wilde, que fue un generador constante de frases geniales, en la que dice que solamente un necio confunde valor y precio.

18 enero 2006

El precio de Judas

Las treinta monedas de plata que cobró Judas han sido, sin lugar a dudas, la remuneración más famosa de la Historia.
Nos parece un precio exiguo por delatar al Hijo de Dios -lo pongo con mayúsculas como me enseñaron en el colegio-, aunque tampoco sabemos, por ejemplo, qué recibirá el alumno al delatar al profesor que imparte las clases en español en una universidad catalana. Esta posibilidad, que mencionan algunos periódicos y que de sólo meditarla da pavor, parece ser una de las posibles medidas de las nuevas normas de normalización -qué eufemismo más lamentable y fascista- que se están estudiando.
La delación es, en cualquier caso, una acción fácil, simple. A lo largo de la Historia -esta me enseñaron que también había que escribirla en mayúsculas- ha sido uno de los recursos más dúctiles para la venganza. Lo fue usándola con el Santo Oficio, lo fue con las checas y lo será en un futuro con nuevas formas y métodos.
Y lo más curioso es la imagen tan negativa que se tiene del delator. No importa la orientación política, religiosa o moral de cada uno. La ética, que no deja de ser la misma para todos, nos dice que el chivato es un ser desagradable, despreciable, infecto, asqueroso... Un indeseable del que hay que alejarse por el bien de cada uno. Da lo mismo que lo que se haya hecho esté o bien o mal, nadie debe romper la ley de silencio, nadie debe ser el que se levante, acusador, para señalar al que ha obrado mal.
Por eso lo que más me preocupa es cómo van a vender a la sociedad, a la juventud catalana, las virtudes de la delación. Evidentemente tendrán que darla la vuelta a la tortilla, y convencer a la gente de que al señalar a ese profesor que escoge una de las dos lenguas oficiales a las que puede recurrir -que es a fin de cuentas a lo que se reduce todo- está realmente rompiendo el pacto de silencio, la unidad de los catalanohablantes, y que es él, en este caso, el delator, el chivato, el topo, el intruso al que hay que eliminar.

La desaparición

Hay muchas cosas que desaparecen. Desaparecen, por ejemplo, los ceniceros en las oficinas. Antes, según entrabas en cualquier recinto, había un cenicero para los que debían permanecer a la espera de alguien. Hoy no, hoy el cigarro hay que fumárselo en la calle antes de entrar.
Estamos también acostumbrados a que desaparezca dinero. Desaparece de nuestras cuentas de banco sin que nos demos casi cuenta -aunque en ese caso son dígitos, tan sólo dígitos, lo que cambia y va bajando- y estamos también tristemente acostumbrados a que desaparezca el dinero de la gente. Ya sea a manos de un político corrupto, un gobernante inepto o un vigilante de seguridad listo.
Nos hemos acostumbrado a que desaparezcan miles de millones de pesetas, porque realmente no han desparecido, sencillamente nunca existieron. Alguien movió unas cantidades de una cuenta a otra, cambiaron unas cifras, eso es todo.
Hacer desaparecer dinero no es difícil. Un mago que se precie no dedicaría a ello su esfuerzo. Es más difícil hacer desaparecer un objeto físico. Por ejemplo ahí tenemos a la mafia, unos especialistas en hacer desaparecer personas, ni Paco Lobatón podría con ellos. O el señor Macarrón. No es broma, la empresa Macarrón S.A., que se dedica al montaje de exposiciones y demás, ha perdido una escultura de 38 toneladas. No es broma. Lo cuentan hoy en El País.
Lo mejor es la contestación que, según el artículo, ha dado la empresa: "que no se puede ver y no quiere decir nada más". Imaginen que contratan ustedes un guardamuebles y les contesta eso sobre sus pertenencias, inaudito. Pues hay gente con ese cuajo.
Tampoco deja de ser curioso que los propietarios hayan dejado transcurrir quince años sin preguntarse qué era de la obra. Supongo que pensaron que, como les salió barata, tan sólo 36 millones de pesetas gastaron en 1990, que al cambio es una minucia, pues no había que preocuparse. ¿Cuánto valdría hoy esa obra? No sé cuánto habrá pagado la gente del Guggenheim por las que le encargó para el museo de Bilbao, pero la cifra debe ser de vértigo.
Desde lugo hay que aplaudir al que haya conseguido algo que ni David Copperfield se atrevería a intentar. De hecho, desde aquí aprovecho para invitar al artista a montar espectáculos por ahí de desaparición de estatuas, porque podría ser incluso una verdadera labor social: Las numerosas estatuas encargadas por el ayuntamiento populachero de Madrid que son a cual más fea, las de Chillida -no acierto a imaginar lo bonito que sería Gijón sin el "Eulogio" del horizonte, mi amigo Juan Antonio lo llama El wáter de King Kong- y alguna otra que se me escapa.
Denle carta blanca a este hombre para que limpie España, por favor, del mismo modo que ha hecho desaparecer 38 toneladas -por cierto, a más lo pienso más me convenzo de que fue barata, ni a millón de pesetas la tonelada de hierro, ni los chatarreros son tan generosos- puede hacer desaparecer un millón.
Macarrón lo ha conseguido, ha convertido a Perec y su novela La desaparición en una obra de aficionado. Y creíamos que escribir una novela sin usar la letra e -la a en la traducción española- era difícil. Haga usted desaparecer 38 toneladas de escultura y luego hablamos.

17 enero 2006

El periodista deportivo

Ha llegado el momento de reconocerlo. Ahora la religión es el deporte. De ahí surgen símbolos, de ahí nacen los nuevos mitos de la sociedad. Ahora el objetivo es tener diecinueve años, una carrera deportiva existosa y, a ser posible, -aunque lo normal es que venga acompañada con el éxito- la cuenta corriente repleta de ceros. A las niñas se las prepara para que sean tenistas de primera línea, a los niños futbolistas -aunque siempre hay casos raros como golfistas o pilotos de cerreras-, lo importante es que estén dando dividendos lo antes posible.
A algunos les extraña, incluso se indignan, cuando ven que los noticiarios televisivos reparten su tiempo de emisión entre las noticias propiamente dichas y el tiempo de deporte. A partes iguales. O sea, que les produce una enorme desazón ver que se dedica el mismo tiempo a la Guerra en Irak -que, por cierto, todavía no sé porque la llaman guerra en vez de ocupación o invasión, pero de la manipulación del lenguaje hablaremos otro día- que a la crisis del Atlético de Madrid, camino del descenso. A mí a veces me pasa lo mismo. Pero, en vez de indignarme, apago la telvisión y veo como en mi cada reina una merecida paz.
Ahora bien, hay otra cosa que me preocupa más y es que, no sé si por ósmosis -acentuada por la cercanía, ya que comparten mesa en el plató- o porque son conscientes de que la gente apenas atiende a las noticias y espera ansioso las del deporte, los periodistas "serios" están tomando los modos y las tácticas de sus compañeros de la sección deportiva.
Así, podemos ver que el rifirrafe que se traen los políticos con el Estatut se nos cuenta más o menos del mismo modo que la lucha en la liga entre el Real Madrid y el F.C. Barcelona -porque eso es lo que cuenta de cada liga, el combate pugilístico que nació cuando el tirano mandaba y el famoso caso Di Estéfano, independientemente de que otros equipos ganen ligas o tengan una mejor marcha que alguno de los dos grandes, pero ni aún así tienen tantos minutos como ellos-, y vemos como los sucesivos acuerdos se nos narran igual que las lesiones, o el empeoramiento o mejora del juego de cada uno de los equipos. En cualquier momento se desmelenarán, seguramente apelando a la livbertad metafórica, y hablaran del último fichaje del tripartito o del cambio de entrenador de los populares.
O, para que no me acusen de jugar en terreno local, está el ejemplo de la crisis nuclear de Irán -muy parecida por cierto a la que no hace mucho vivimos con Corea del Norte. Sin entrar a juzgar la cuestión -¿por qué los USA, Alemania, Inglaterra y Rusia sí pueden tener armamento nuclear y el resto de los países no?; ¿por qué nadie impide a la India que lo tenga?, ¿será porque es un subterfugio yanqui para tener misiles junto al suelo chino?; ¿por qué Brasil tiene armamento nuclear?, muchos porqués, claro- lo evidente es que la manera de presentárnoslo todo se parece mucho a las técnicas de los promotores de combates de boxeo para calentar las veladas. Amenazas, apariciones en medios de comunicación provocando al rival... Todo con tal de que el graderío esté caliente y abarrotado, paraque luego se pueda retransmitir el espectáculo: vía CNN o Fox, que para eso pagan, en los cinco continentes.
Supongo que todo se reduce a que un grupo de hombres sentados alrededor de una mesa a puerta cerrada dialogando como seres humanos es un espectáculo anodino y primitivo, propio de viejas civilizaciones como la polis griega. No hay ninguna cadena de televisión, ningún patrocinador, que pague por eso. La gente, comportándose como tal, no es noticia.
Por cierto, si alguno se pregunta el por qué de la foto -otro porqué- es porque se trata del Misil de Panamá. Encontrado en la web.

La sociedad del espectáculo

Lo de que cada vez vivimos menos, o con menos intensidad, y entendemos el mundo como representación debe ser cierto. Tampoco vamos ahora a detenernos en analizar porque la gente cada vez saca más veces el móvil para grabar las cosas que les suceden en vez de vivirlas, del mismo modo que vemos a los japoneses más preocupados por recolectar documentos -fotográficos y videográficos- de sus visitas en vez de disfrutarlas e, incluso, -tampoco vamos a señalar la paja en el ojo ajeno y hacer como que no vemos la viga en el propio- relatar las cosas que a uno le suceden, incluso las que no le suceden, en un blog.
Pero lo que me ha llamado poderosamente la atención hoy ha sido que ya seamos conscientes de nuestra sociedad espectacular, que vivamos con tranquilidad exhibicionista el ser observados. Hasta el punto de que en la calle Preciados -una de las más transitadas de Madrid para los que no la conozcan- los obreros que están realizando las obras del nuevo intercambiador de transportes han decidido, como si se tratase de concursantes de un reality o de atores interpretando una obra -y creo que Gallardón es el director de escena- abrir "ventanas" en la valla protectora para que los transeúntes puedan seguir sin mayor problema cómo va la obra. Hasta hoy veíamos cómo los ociosos se las apañaban para echarle un ojo por los resquicios de las vallas, pero que los obreros ejercieran su papel de entertainers con tanto desparpajo no lo había visto nunca.

16 enero 2006

Instrucciones de uso

Le cojo prestado a Perec medio título de su novela para hablar de la incapacidad de algunos para moverse por el mundo.
Supongo que el estado de indignación en el que me encuentro se debe a que hoy, camino del trabajo, dos señoras -ya saben, las de mejor especie: más de cincuenta y menos de setenta- casi me sacan un ojo con el paraguas. ¿Por qué no prohíben el uso del paraguas en este país, habida cuenta de que la gente no sabe usarlos? Basta que llueva para que la oficina se llene de anécdotas de gente que les ha agredido -No lo he hecho a drede, no se ponga usted así, hombre, Perdone usted que le grite por haberme sacado un ojo- con un paraguas en medio de la calle.
Algo parecido a los de la gente que no sabe usar el paraguas le pasa a los que deciden quién debe ser jurado de los British Book Awards británicos. Como premios son, de por sí, bastante curiosos, porque igual premian a un autor por consenso crítico que a uno cuyo mérito es haber vendido mucho.
De hecho premiraron a David Beckham por su autobiografía My side -lo siento, he buscado el título en internet y paso de buscar cómo la tradujeron, porque seguro que lo tradujeron. La razón fundamental del premio se debe a que fue la autobiografía de mayor y más rápida venta en el Reino Unido de toda la historia. Bien, evidentemente un jurado le da los premios a quien quiere, pero no deja de ser muy custionable que, además del éxito mercantil de un producto, luego le llegue el reconocimiento de prestigio de un premio que debería reconocer a los libros bien escritos.
Porque ahí es donde surje la otra gran duda que este ingenuo escriba se plantea. Que Beckham no domine el español es, en cierto modo, lógico. También que la vida en palmitas que llevan los futbolistas hace que, tras un par de años por estas tierras no hablen mucho mejor que un turista después de quince días en Benidorm. Pero lo que tal vez muchos no sepan es que el señor Beckham tiene fama de taruguillo, de chico poco brillante y bruto hasta decir basta en el hablar que no hace sino levantar suspicacias sobre la verdadera autoría del libro. ¿Ha escrito él el libro o lo ha hecho un periodista? La respuesta obvia es que alguien le ha echado una mano.
Por eso lo extraño es que este año Beckham va a ser uno de los miembros del jurado de los British Book Awards. O sea, que alguien que, con casi total seguridad, no ha escrito un libro, sino que como mucho lo ha dictado para que alguien lo pula, va a juzgar los libros de otros.
En fin, sobran comentarios.
Y la nave va.

13 enero 2006

Mirando al norte

La Estrella polar no es una, sino tres. La sorpresa ha sido mayúscula. Hasta hacía nada se sabía que eran dos, pero ahora resulta que es un sistema de tres estrellas. Parece ser que este sistema de estrellas, que gira entorno de la que ahora se denomina Polaris Am es conocido desde hace mucho tiempo. Por eso a la estrella satélite que conocemos desde siempre se le llama Polaris B. La sorpresa ha venido al descubrir que ese enorme y luminoso núcleo son, en realidad,dos estrellas. Se suponía la existencia de esa segunda estrella por el tirón gravitacional que ejercía sobre la importante, pero hasta hoy, y a través del Hubble -que gracias a que se ha retirado la financiación de su mantenimiento se convertirá en chatarra espacial de aquí a un par de años- hemos podido verla por primera vez. Ahora ya tenemos una Polaris A y una Polaris Ab, que es como ahora se llaman.

Más que la noticia, que creo que es importantísima para entender como es nuestra Estrella Polar -cada planeta tiene la suya-, me ha llamado la atención saber que la naturaleza -llámela Dios si es usted creyente o Demiurgo si es platónico- ha sabido crear esa estrella que nos sirve para guiarnos como un conjunto. Lejos de que sea una estrella solitaria es un grupo de tres que conviven juntas y en armonía.
Resulta tranquilizador saber que no están solas.

12 enero 2006

Las intermitencias del pensamiento

Piensa uno que lo peor que le puede suceder a un creador es ser famoso, y pasar de ser un artista a un producto, cuando uno descubre que el problema es que sólo los verdaderamente incapaces caen en las redes de la estulticia, y se dejan manejar como una materia para vender.
Sé que dicho así parece un poco abstracto, así que voy a ponerle cara a lo que digo para que nos entendamos.
El primero fue el pobre Muñoz Molina, él, tan dotado para la prosa y tan escaso para rellenar esos bellos ropajes de cuerpo, de ideas, se dejó seducir por la retórica Prisa. Francisco Javier Satué habla siempre del Jinete polanco, y creo que no hay una manera más elegante de decirlo todo. Porque Muñoz Molina es un escritor hábil, que se preocupa de estar al tanto de lo que sucede en el mundo y en la cultura, y rapiña sin escrúpulo todo lo que pueda ser susceptible de ser vestido con su estilo, y de su pluma salen textos curiosos resultones, pero que indefectiblemente os suenan a eco, a copia, a algo que ya hemos leído y que conocemos. Muñoz Molina es ideal por eso para convertirlo en intelectual orgánico, y conseguir que tenga opinión de todo -que sea además la que le indican desde Santillana del Mar- y que suene bonito.
Pero, ay, lo que natura non da Salamanca non presta, y aunque uno lea A sangre fría le sale Ardor guerrero, y aunque lea a Genet le sale Plenilunio, y aunque lea a Bellow y a Roth le sale Sefarad. Son todos libros muy bien escritos, ojalá muchos de los que se publican estuvieran la mitad de cuidados, pero son ecos, y como el eco pierden fuerza, autenticidad, alma.
Que luego se haya querido apartar de los tentáculos de Prisa -¿alguna pelea con Cruz?- o que Prisa se haya querido apartar de él porque ya tenía en la recámara al siguiente, es algo lógico, y tampoco ha terminado mal, en Nueva York y con suelo pagado por todos los españoles.
Luego fue Vargas Llosa, que de pobre no tiene un pelo, y al que no hay que compadecer para nada, porque tiene un olfato para meter las narices donde hay dinero que ya querrían muchos inversores bursátiles.
Don Mario les condujo a hispaoamérica. Un escritor de prestigio, que es respetado en todo el mundo, y es candidato al Nobel, ahí es nada. Él ha sido el siguiente intelectual orgánico del grupo Prisa. Como Muñoz Molina ha colocado a la parentela -Elvira Lindo que superó al maestro y que tiene su lugar como escritora simpática y con un aire marujil que la convierte en válida para todo, y los Vargas Llosa, Álvaro y Morgana, cuyo mérito fundamental es ser hijos de su padre, porque ni los textos de Álvaro van muy allá ni las fotos de Morgana son para colgarlas en la pared-, y como Muñoz Molina ha sido ya un poco alejado para no contaminar con su aire de ultraliberal los aires progres del grupo.
Para que los que corrieron ante los grises y para los que se fumaban porros en los mítines de Felipe González -esa clase media de cuarentones que se siguen creyendo rojetes en sus chalets adosados con la pantalla de plasma y el digital plus-, siguieran pensando que el grupo no era una mera sociedad económica ficharon a Saramago.
Saramago es majete, predica todo el día el progresismo, ayuda a causas nobles, e incluso ha escrito buenos libros -algunos muy buenos, a qué negarlo- y quiere mucho a España. Además, al contrario que los otros que quieren ganar el Nobel, él ya lo tiene -aunque antes de tenerlo se le veía mucho que estaba loco por ganarlo, y si no lean los Cuadernos de Lanzarote, ese monumento al narcisismo. Ahora bien, está muy bien eso de aparecer en la foto de todos los actos medianamente políticos y sociales que se ponen a tiro, pero abandonar tu país porque un gobierno de centroderecha no apoya tu obra está un poco salido de madre, y estar tan preocupado por los pobres teniendo casa en Lanzarote, otra en Lisboa, en Madrid deben de tener alguna más porque están aquí cada dos por tres, y otra en el pueblo de Granada de donde es su señora -la misma que en la presentación de El hombre duplicado a los medios españoles le gritó a un cámara porque estaba grabando unas páginas del libro y, al hacerlo, estaba mermando los derechos de autor de su José, así, como lo leen, que estaba yo delante- y que lleva ya veiente años con el mismo discurso... Pues, vale, se lo perdonamos porque ha escrito El año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio según Jesucristo y Ensayo sobre la ceguera.
Ahora, que en la promoción de la última novela tengamos que escuchar, o leer en los titulares, perlas como: "La religión se alimenta de la muerte" o el de hoy: "Los seres humanos matamos más que la muerte", y pensar que a este hombre hay que tenerle como una opinión de referencia, cuando suelta frases de cola de la charcutería, de barra de bar... No sé, la verdad.
O a este hombre se le ha ido la cabeza o se la ha ido al mundo por ponerle en un pedestal. Ambas posibilidades hablan mal de nosotros como sociedad. A qué mentirnos.

11 enero 2006

¿Orwell tenía razón?, ¿y Huxley?

Viene hoy el periódico -el que hay que comprar y leer los miércoles: La Vanguardia- muy divertido. Hay noticias para todos los gustos, como debe ser, pero la primera que me ha llamado la atención hoy es la última de esa marioneta de afilado verbo y oscuro fondo llamado Toni Blair -qué vergüenza compartir nombre con este mastuerzo. Resulta que quiere aprobar una nueva ley destinada a castigar la violencia -hasta dónde llegaremos con esta alarma de seguridad que nos lleva a ver la inseguridad donde no la hay- y el incivismo de los ciudadanos. Y para ello quiere una ley que deja a Bush y su acceso y archivo de llamadas telefónicas en pecata minuta.
Hay medidas para todos los gustos pero, bajo el nombre de Respeto, la campaña propugna, en realidad, un interés evidente de recortar los gastos sociales y redirigirlos a la industria armamentística y la vigilancia de la población bajo la excusa de "protegerla".
La ley es, en sí, un refrito de aquella con la que, en el 2004, buscó hacer esos recortes sociales.
Lo más espectacular es, evidentemente, la vigilancia por satélite que quiere imponer tanto a los coches que se muevan por el país -no es broma, propone vigilar todos los movimientos de coches del país- y de los domicilios británicos. La excusa -esta es buena- es evitar que coches vayan por ahí sin seguro o que la gente instale parabólicas sin permiso, tale árboles protegidos o customice su casa con barbacoas o invernaderos ilegales. O sea, que no se van a preocupar de quién vive en cada casa, no va a haber vigilancia especial contra extranjeros, musulmanes o activistas políticos, esa gente tan bien vista y tratada desde los atentados de Londres. Eso sólo lo puede ver un paranoico.
También prevee la creación de un cuerpo de seguridad especial, de unos 24000 hombres, para vigilar a los chavales considerados incómodos, asegurarse de que asistan a clase y con poder para dispersar a adolescentes de zonas conflictivas. A saber: más policía -afortunadamente en el Reino Unido no gastan pistolas a diario- que se encarga de que los chavales estudien y de que no se reúnan, por lo que pueda ser... Si se es un chico rico se tiene la ventaja de que no habrá policías encargándose de que no haya grupitos, porque, como hemos visto recientemente en el assesinato de la mendigo del cajero de Barcelona, los chicos que la asesinaron eran de una zona conflictiva. Además, ¿cuál será el criterio de número que decidirá qué es un grupo y qué no? Un partido de fútbol, ¿es un grupo de jóvenes?, ¿peligroso? ¿Era peligroso para la policía el grupo de ultras del Español que se lió a golpes con los extranjeros en el estadio? A lo mejor no, porque no eran chavales.
¿En qué consisten esos cursos a los padres de hijos conflictivos para que aprendan a educar a sus hijos? ¿Les darán un trabajo a los padres, les ofrecerán unas condiciones de vida dignas? ¿Por qué van a multar a un padre trabajador que sale pronto de casa si su hijo decide hacer una trastada? Pues la ley contempla hasta la posibilidad de retirar la ayuda social. O sea, la idea es algo así como: si tu hijo hace una gamberrada os quitamos el dinero con el que coméis para que él siga haciendo gamberradas y tú te veas obligado a delinquir. Muy social, a la raíz del problema, convertimos a todos en delincuentes, y así no tienen derecho a nada.
Muchos interrogantes, aunque lo mejor es lo de la expulsión de inquilinos y propietarios por conducta antisocial a residencias de castigo.

Lo primero que me gustaría saber es en qué consisten esas residencias: ¿están más lejos del centro y hay que viajaer más rato para llegar al trabajo?, ¿no tienen vistas?, ¿no tienen agua caliente? Rizando el rizo: teniendo en cuenta las condiciones de vida de muchos británicos -los que anden faltos de información pueden ver las películas de Ken Loach, Riff Raff por ejemplo, y ver los frutos de thatcherismo-, ¿no es posible que muchos ciudadanos prefieran esas viviendas que, posiblemente, tendrán más comodidades que las suyas?
Lo segundo: saber en qué consiste una conducta antisocial. Si es cagarse en las zonas comunes de un edificio lo veo claro, pero... ¿esa señora cotilla que en pleno verano pone la televisión a mil en horas de siesta?, ¿esa pareja de jóvenes profesionales que no tiene tiempo de cuidar a los niños y los deja en manos de sus abuelos que se ven incapacitados de controlarlos y están correteando todo el día sin importarle que el vecino de abajo quiera estar tranquilo en su casa?, ¿ese aficionado al bricolage que los fines de semana a las 10 está ya dándole a la taladradora? Yendo más allá: en barrios céntricos como el que habito no hay otra posibilidad de caldearse que instalar una calefacción eléctrica, para poder pagarla hay que pedir la tarifa nocturna, y, por lo tanto, si uno quiere mandar a sus hijos a la universidad, debe poner la lavadora de noche, después de las once, que es cuando comienza la tarifa nocturna. ¿Me podrían echar de mi casa porque mi vecino llama a ese teléfono que dicen que van a habilitar para denunciar el incivismo? A fin de cuentas yo le entiendo, se tiene que levantar a las seis de la mañana y no le aperece oír como mi lavadora centrifuga a las doce y media, qué coño.
Bueno, si el teléfono de denuncia del incivismo es tan eficaz como el de la policía no tengo mucho de qué preocuparme, incluso podría poner dos lavadoras antes de que a mi vecino le hablara una persona. Y seguramente le dirían que tiene que ir a una comisaría a poner una denuncia, porque ellos no pueden actuar de oficio -no es broma, eso me dijo a mi la telefonista de la policía cuando vi como le daban una paliza a un tipo dos porteros de un bar de copas y llamé con el móvil.
Y menos mal que ya han abandonado pretensiones como lo de acompañar al infractor al cajero para hacer el cobro inmediato de la multa -muchos adolescentes no tienen ni tarjeta de crédito y me gustaría ver a guardia civiles como Antonio David Flores cobrando multas de este tipo, todo el mundo queriéndose meter a policía, oiga- o lo de prohibir beber alcohol en transportes públicos -porque haya imbéciles no me tengo que quedar yo, que no hago daño a nadie, sin poder tomarme una cerveza en el tren.
En fin, que uno no sabe a ciencia cierta si está en una pesadilla o el mundo se ha vuelto loco. La política británica sí, desde luego, porque esto lo propone un líder laborista y lo critica la oposición, que se supone que es de derechas, y el tercer partido en liza lo llevaba hasta ayer un eficaz, pero alcohólico, político.
Ahora, que lo que más me sorprende es que periodistas que se supone que tienen criterio, o deberían tenerlo para dirigir un periódico monárquico como La Vanguardia -que por encima de ese detalle de la realeza no está mal- aplaudan esas decisiones y aprovechen para señalar que las medidas que propone Clos en Barcelona, que también atentan contra la libertad del individuo, sobre todo la del que no hace nada y no tiene el por qué andar con mil ojos a ver qué puede y qué no puede hacer, son beneficiosas para la sociedad. Que no se lo creen, lean el editorial de José Antich.
No se lo van a creer, de verdad, pero es así.

10 enero 2006

Libertad de expresión

Ayer por la noche, ejerciendo de español común-esto es, viendo las noticias deportivas- vi que el que fuera seleccionador nacional Javier Clemente imitaba a un periodista deportivo, bueno: imitaba su defecto físico, y por eso era unánimemente criticado por todos los miembros de la tertulia deportiva que yo presenciaba.
Vaya por delante que a mí también me parece de un evidente mal gusto burlarse de alguien por una tara física, y que, hoy por hoy, gracias a la buena educación que recibimos, eso es algo casi imposible de ver. Pero sigue sucediendo, claro, y no está de más criticar al que lo hace.
Ahora bien, no he podido dejar de pensar en otra cosa, que a lo mejor no gusta tampoco a los periodistas, ya se sabe como son estas cosas, y es en el corporativismo de esa profesión. No he podido evitar recordar las numerosas imitaciones que se hacen, en los mismos programas, de otros defectos. Si el futbolista es tartaja el humorista que ameniza el programa no duda en exagerar la pronunicación defectuosa del jugador. Y no consentiría que nadie se metiese con él por ello, porque está informando, lo hace con humor, etc.
El periodista, el serio y el que no lo es tanto, es una persona poco propensa a la rectificación. Todos sabemos que la información, ya sea escrita, hablada o televisada, es efímera, pero eso no es un osbtáculo para la rectificación. Cuando Urdaci y los servicios de información de televisión española fueron obligados a rectificar por mandato judicial tras haber dado una información voluntariamente sesgada, lo hicieron de un modo casi críptico, rápido -sin imagen alguna de soporte- y con mala cara.
La fe de erratas de los periódicos aparece casi como un anuncio por palabras, y los desmentidos en televisión o radio son casi inexistentes.
Y cuando hablo de mentir, de informar sin base alguna, de hacer juicios de valor y sentencias sociales sin manejar datos contrastados no me refiero solo al mundo del corazón, del amarillismo, donde es el pan de cada día y que permite que algunos, incluso, paguen con esas engañifas sus hipotecas.
No, hablo de medios de información de prestigio, como el diario El Mundo que cuando mi primo político -sí, lo siento, soy parte interesada de lo que voy a contar-, Eduardo García, fue acusado de colaboración terrorista y envio de cartas bomba, cargos de los que ha sido sobreseído en su casi totalidad, ya que sólo tiene pendiente una acusación, la de tenencia de explosivos, por la que ha sido condenado a cuatro años de prisión, de los cuales ha cumplido ya uno y medio y se le niega, no sabemos por qué, el indulto. Pero en los editoriales del periódico citado, en columnas de opinión, en La (sin)Razón, en el programa de María Teresa Campos -ecuánime y preparada periodista que, finalmente, ha visto ajusticiado su programa de mal gusto y peor intención, propio de una maruja nueva rica ante el empuje de la señorona cotilla de clase bien de toda la vida: Ana Rosa- todos corrieron a condenar, a él y a su familia -porque además su padre debe tener la culpa de haberse eslomado a trabajar para tener dinero-, hasta el punto de que la empresa en la que trabajaba el padre de Eduardo, la Caixa, se planteó querellas judiciales contra estos medios. de todas esas acusaciones y juicios paralelos ninguno ha pedido perdón.
Porque, claro, pedir perdón no es noticia.
Son los mismos valientes que, en la semana del 11-M y del 14-M hablaban del clamor popular de indignación por la mentira, todos los que retransmitían lo que sucedía en la calle Génova. Deben ser esos periodistas amantes de la verdad que dicen propagar.
Por eso, más que indignarse todos por la burda imitación de un entrenador de fútbol -que ya sabemos todos que no son filósofos precisamente- les valdría plantearse la mofa que ellos hacen de la sociedad día a día con tal de tener alguna tontería con la que rellenar una página, un minuto de radio, o medio de televisión.

09 enero 2006

Los imprevistos

Una de las cosas más horribles que te puede pasar es que estés pensando mucho tiempo en algo importante y, al final, salga todo mal. Es una sensación que todos hemos tenido y que ha debido sorprender a mucha gente cuando más ilusionada estaba.
Pasa mucho a la hora de poner nombre a un proyecto. Los padres dudan mucho el nombre del niño, y buena parte de los nueve meses se van en decidir el nombre del vástago. Ya saben, si es niño: Pepe, como su abuelo; si es niña: Amalia, como su abuela. Querrás decir como mi suegra. No pienso tener dos Amalias en mi vida, bastante es con una, la niña se llamará Luisa, como mi madre. ¿Tu madre es mejor que la mía? No sólo mejor, sino que es menos cotilla y entrometida. Claro, ése es el problema, como mi madre se preocupa de nosotros, le iría mejor estando ahí, todo el día liada con jovencitos como la tuya. Oye, con mi madre...
Pero hay otros casos en los que el nombre dice mucho del "padre". Está la historia, por ejemplo, del cine Picasso, que ya no existe. El buen hombre que montó el cine debía de estar algo pez en el séptimo arte, porque parece ser que vio que un colega montaba unos cines y les llamaba Renoir. No se lo pensó más, se dijo: Pues yo también voy a ponerle nombre de pintor, y qué mejor pintor en España que Picasso. Lo que este buen hombre no debía saber es que los cines Renoir se llaman así por Jean Renoir, el director de cine, hijo del pintor Auguste que tanto conocía el dueño del cine Picasso.
O los hoteles High Tech. Parece ser que esta empresa, española -no se dejen engañar por el nombre inglés-, ha decidido, desde su fundación en 2001 trufar la geografía española de preciosos, y modernos -teniendo en cuenta el nombre supongo que es lo que venden fundamentalmente-, hoteles. Uno de los primeros lo hicieron al lado de mi antiguo barrio, junto al aeropuerto. Vaya por delante que, como respetuoso ciudadano español le deseo lo mejor a esta empresa en su trayectoria, hacen falta emprendedores como estos para aupar a España.
Pues bien, una de las línas empresariales de esta empresa son los hoteles Petit Palace. Así, como lo oyen, eso demuestra vocación internacional: Hoteles -español- Petit -francés- Palace -inglés-. Todo junto ahí, en el mismo nombre. Yo supongo que esto se deberá a que el hotel Palace ha sido desde siempre, en Madrid y en muchas otras ciudades, una referencia, y ellos han decidido hacer pequeños palacetes a disposición del viajero. Ahora, eso sí, podrían haber pedido que alguien les asesorara con esto del idioma. Espero que los recepcionistas estén más puestos que los jefes. Y es una pena, porque siendo justos el concepto de la empresa es bueno, pero se les ha ido la mano con el nombre.
En fin, estos y otros son los imprevistos que le surgen a uno cuando no elige bien. Por ejemplo, el nombre, la vida está llena de estas sorpresas.

05 enero 2006

Elogio del plomo

No ha querido uno nunca entrar en el discurso tan reiterado de que España es diferente, casi siempre peor que con lo que se compare, que ha imperado durante muchos años, pero hay cosas que no hacen sino confirmarlo.
Mientras en este terruño las publicaciones que más venden están hechas con cientos de fotos a las que, como mucho, se les añade un pie donde se explica lo que vemos -vean ustedes el Hola, Lecturas, etc.- y esta estética alcanza cada vez a más diarios de información general -de los gratuitos y deportivos obvio todo comentario para no hacerles, ni hacerme, perder tiempo-, en otros países la banalización de una publicación provoca iras de sus lectores y suscriptores.
Es lo que esta sucediendo con el Frankfurter Allgemeine -existe la posibilidad de admirar la edición en papel a través de la web-. Para los que no lo conozcan les diré que es una de las intituciones periodísticas de Europa, que hasta hace poco mantenía una estética clásica de preiódico formato sábana en la que no había fotos y el único color que podía encontrarse en el periódico era el negro de las letras sobre el fondo blanco, el Frankfurter hace de Le Monde un periódico de aspecto alegre. Era, y es, un periódico más inclinado al análisis y la reflexión que a la información rápida y apresurada, y en él se concedía el lugar de privilegio a lo que realmente importa en un periódico: los textos. Hasta tal punto era clásico que había mantenido los caracteres góticos alemanes para la cabecera y los títulos de las secciones.
Pues bien, en noviembre la cúpula directiva -tiene cinco directores- y supongo que los accionistas mayoritarios decidieron poner en marcha algunos cambios. Agrandaron un poco la letra -lo que supone acortar los textos-, incluyeron el rojo como marca en los sumarios -que no deja de ser un toque elegante pero parece menospreciar la inteligencia del lector- e incluyó fotos a todo color en el las páginas interiores -uno de los propios directores, Werner D'Inka, ha negado que se les haya pasado ni tan siquiera por la cabeza incluir una foto en portada- y eso ha depertado oleadas de críticas por parte de sus lectores. Muchos amenazan con cancelar su suscripción al diario si no se da marcha atrás en los cambios.
Para algunos esto se debe al perfil claramente conservador del diario y, por extensión, de sus lectores, pero olvidan que muchos de los que han alzado su voz son jóvenes veinteañeros que han escogido el FAZ -siglas por las que se lo conoce- precisamente por ese respeto tipográfico. Que en la era de Internet y la televisión, donde es sumamente fácil estar al tanto de lo que ocurre en segundos, e incluso contar con fuentes de información independientes que se mueven a través de la web, muchos jóvenes que han crecido inmersos en esa cultura de la imagen se aferren a un medio de comunicación escrito no es algo baladí. Los que compran este periódico están dispuestos a pagar por leer textos amplios, textos en los que se permite el sosiego de la lectura y la reflexión frente a la urgencia que imponen los medios habituales. Estos jóvenes disfrutan con el pensamiento.
En España esto resulta impensable, no ya por la escasa cultura tipográfica del español -frente a la rica tradición analítica y creadora de la tipografía centroeuropea-, ni por que los niveles de lectura sean lamentables -y basta con ver el éxito que tienen los rotativos gratuitos que ensucian los suelos de las calles y transportes públicos de Madrid de lunes a viernes-, ni tan siquiera porque aquí la gente esté más enganchada al fácil consumo televisivo -como indican los estudios sociológicos-, sino porque en España nunca se ha fomentado el pensar, la conversación, la reflexión y, por ende, la lectura.
Cada vez que leo alguna noticia como esta me acuerdo de que, siendo yo pequeño, mi madre decía que para qué quería tantos libros, que me gastase el dinero en otra cosa más práctica, o en como mi padre me arrancó una vez un periódico de las manos porque no entendía que perdiera tanto tiempo con la lectura. No creo que mis padres fueran mucho peores que el español medio, la verdad.
(Por respeto al FAZ, esta entrada va sin imágenes).

04 enero 2006

Ya vienen los reyes

Qué no harán los padres por sus hijos. Ya está aquí la fecha más querida por los niños, a pesar de que muchos padre les adelantan ahora los regalos al día de Navidad "para que pueden disfrutar de los juguetes durante las fiestas", aunque la realidad es "no encuentro la manera de mantenerlos ocultos tanto tiempo". Uno de esos padres orgullosos que a la mínima ocasión te sacan la cartera para que veas a sus hijos es Melitón, que, entre caña y caña, me puso ayer al tanto de la difícil vida que espera a todo padre hoy en día.
"Lo primero es averiguar qué le piden a los reyes, luego encontrarlo y, si puedes, pagarlo". Por lo visto el pequeño, que tan sólo tiene dos años ya sabe pedir el Arca de Noé de Playmobil. O sea, no les basta con estar al tanto de las historias bíblicas, sino que conocen hasta los nombre de las compañías que comercializan los juguetes. Alguno dirá que estoy medio colgado por escribir lo que he escrito, pero prefiero pensar eso que el hecho de que no saben quién coño fue Noé, ni en que libro se cuentan sus historias -por cierto, me recuerda el chiste ese de: ¿Qué lees? El Quijote. ¿Y de qué va?-, porque cada uno prefiere vivir en su nube particular.
Pero lo mejor parece ser que ha venido por la niña, que tiene cuatro años y ha pedido el Poni Mimitos -se acompaña foto-, uno de los éxitos de esta campaña a juicio de los jugueteros porque se ha agotado. Evidentemente, mi amigo Melitón no ha tenido la suerte de ser uno de los que compró a tiempo el dichoso caballito, así que le tocó preguntarle a su hija qué quería en lugar del poni -por cierto, aprovecho para comentar que esta grafía de la palabra es la recomendada en el reciente Panhispánico de dudas, por si a alguien le ha extrañado-, porque los reyes estaban teniendo problemas para encontrarlo.
"-No te preocupes, papá, que los reyes, como son magos, no tienen problema para encontrar uno" le soltó su hija.
Visto lo visto, tocó aguzar el ingenio. La solución fue una carta de los propios reyes magos. No sé cómo la redactó, si a mano 0 a máquina, o si cogió alguno de los papeles que como abogado y administrador debe tener por casa e hizo que leía una carta delante de la hija, pero parece ser que la convenció de que los dichosos ponis mimitos se habían repartido ya entre los niños pobres y por eso no tenáin más.
La niña, que debe tener una clara vocación de veterinaria cariñosa, pidió en tal caso el Gato Mimitos, que es lo que le traerán sus majestades el próximo viernes.
Total, que si uno tiene dos niños, aunque sean así de pequeños, se gasta cien euros -unos cincuenta por el Arca y otro tanto por el poni- sólo en los platos fuertes, porque siempre cae algo más, claro, y no sé cuánto tiempo en buscar de tienda en tienda los dichosos juguetes que sus hijos desean.
Con historias como esta, que a mí, todo hay que decirlo, me entretuvo buena parte de las diez cañas que debí tomarme, uno adquiere un conocimiento claro de las raíces de los términos, es como hacer un curso de etimología acelerado, que nos permite saber que los Reyes magos se llaman así no por el evangelio, ni por los chavales, sino, evidentemente, por los jugueteros, tanto fabricantes como vendedores.
En fin, de momento me sigo librando gracias a mi escasa voluntad reproductora y a la apatía maternal de mis hermanas. Pero ya veremos. Tiempo al tiempo.

03 enero 2006

Harold Pinter, el Nobel y la verdad

Cuando un escritor tiene la suerte de ser reconocido con un premio como el Nobel, con la resonancia que conlleva, es de agradecer que utilice su privilgiada tribuna para hacernos llegar sus opiniones, sus quejas, para lanzar su grito a los cuatro vientos.
Harold Pinter lo ha hecho, y eso parece molestar mucho a la misma gente a la que le molestó que un grupo de trabajadores del cine se expresaran el la gala de los Goya del año 2003, o los que apoyaron una invasión paramilitar en la bahía de Cochinos -qué bien elegida la bahía, ¿no?-, o los que siempre censuran a todo aquel que quiera decir lo que piensa.
Pinter, que es un autor al que no he leído porque no disfruto demasiado con el teatro ni con los textos escritos para el mismo -no sé si eso es bueno o malo pero desde aquí lo confieso-, me parece, tras leer su discurso de agradecimiento del premio Nobel -puede usar este enlace con el ratón para leerlo- uno de los autores más pegados a la tierra que se pueden encontrar.
Sólo por eso voy a buscar sus piezas teatrales, su novela, porque Pinter ha demostrado ser un autor comprometido, valiente, que dice en voz alta lo que todos pensamos: Estados Unidos es una potencia que se sabe enferma y en decadencia, y su gobierno entiende como única solución a sus problemas la invasión y la acción armada.

Ofertas de última hora

Una de las cosas que nos demuestran que el tiempo va desgastándonos inexorablemente -perdón por el tópico- es ver cómo desaparecen las cosas que teníamos por eternas. A lo largo de mi vida me han desaparecido dos limbos.
El primero era un bar de Chueca que tampoco frecuentaba mucho, pero en el que me dejaba caer de vez en cuando. Allí perdió una amiga mi primera edición de El que apaga la luz de Juan Bonilla, por ejemplo. Luego me compró otro ejemplar, porque para esto de los libros todos dicen que soy un infierno, pero la realidad es que aqul libro se quedó allí, en el limbo.
El segundo que me han cerrado es el teológico. Uno nunca ha sido muy religioso, la verdad, pero le tiene un pánico paralizante a eso de la muerte, y entiende por eso actitudes como las de Chesterton. Por eso siempre me ha interesado eso de los posibles lugares de retiro tras la muerte.
La oferta que, hasta hace poco, ofertaba la iglesia católica era muy interesante -tampoco es que sea uno muy seguidor de la liturgia, pero la Iglesia es una fuente de símbolos fascinante-, a saber: si uno había satisfecho las cuotas de bondad y fe tenía derecho a disfrutar de un resort en primera línea de playa con pulsera de todo incluído en el hotel Paraíso -si no hay plazas disponibles se le puede pasar a los otros hoteles de la cadena: Edén, Valhala, etc.
Si uno había invertido algo, pero no lo suficiente, se quedaba a la espera de las ofertas de última hora, o bien en un destino carente de interés. A la web donde ofertan estos billetes a vaya usted a saber dónde la llamaban Purgatorio.
Si uno se había pegado la gran vida sin ser previsor le tocaba un retiro infernal, rodeado de suplicios laborales y miseria la espera de que algún alma caritativa aliviara un poco el tormento.
Pero había un cuarto destino, muy extraño, para los niños que viajaban solos y sin billete. Lo llamaban campamento Limbo, y tenía un aspecto muy tenebroso. Allí no se trataba mal a los niños, al contrario, eran todos muy jóvenes y no habían podido disfrutar de pecado alguno, pero tampoco era un parque de atracciones porque, aunque inocentes, todos cargaban con la culpa de ser hombres y, por lo tanto, pecadores. Así que yo siempre me imaginaba -en las clases de religión del colegio y en la catequesis de la primera comunión- el limbo como una de esas horas de la siesta del verano, en las que nadie te castigaba ni tenías que hacer algo insoportable, pero que eran mortalmente aburridas la espera de que te dejaran salir a la calle o meter algo de ruido jugando en casa.
Pero ahora ya no hay limbo. Del mismo modo que ahora los padres no mandan a los niños a los campamentos, y mira que pasamos nosotros veraneos allí, sino que los llevan con ellos a la playa o a la casa rural de turno, y, sólo si hay dinero en la familia, a un país anglosajón en verano para que entiendan los menús en los juegos de la consola. Pues así, el amigo Mazinger se ha cepillado el limbo, para que todos esos niños inocentes puedan ir al resort igual que los que ha sido buenos, y que los curas, aunque sea para satisfacer a la clientela que busca en sus vacaciones satisfacciones infantiles. Y que cada uno entienda lo que quiera, que hay turismo para todos los gustos.

02 enero 2006

Al rico extranjerismo

Parece ser que el boca a boca funciona y cada día más gente se acerca a ojear esta bitácora. Para mi sorpresa me llegan, además de los comentarios a cada entrada, correos electrónicos y llamadas al respecto de los asuntos que en la bitácora se tratan. Parece ser que lo del boca a boca frente al boca oreja ha despertado interés. Dejando a un lado los fanáticos de Boca Juniors que se alegran mucho de que, en un caso o en otro, se hable de los colores que son su pasión -no es broma-, de lo más interesante me lo ha hecho llegar mi amigo Pedro Navarro. Traductor y profesor de español para extranjeros, tiene acceso a una página web de recursos llamada Formespa donde ha encontrado interesantes aportaciones al tema.
Parece ser que el origen de esta expresión es la francesa de bouche à l'oreille. Hemos conseguido averiguar de dónde nacen estas ingeniosas aportaciones a la lengua castellana: del extranjerismo y el papanatismo cultural más irredento. O sea, la expresión francesa que designda, a juicio de los que la usan, los mismo que la española, es mejor que la autóctona. Deben ser los mismos que, entre un mal novelista vallisoletano y un mal novelista gascón se quedan con el gascón. Pues nada, espero que disfruten con el exquisito jamón pata negra que hacen en Nantes.
A la luz de los comentarios que, sobre dicho tema, se daban en la web mencionada -y que el amigo Pedro me ha hecho llegar en un mail, porque piden una clave para acceder a dichos recursos-, se ve que en la enseñanza del español para extranjeros sigue produciéndose un desfase importante entre la pragmática y la lógica. Lo que no deja de ser curioso porque debieran ir unidas. Parece ser que todavía hay problemas para distinguir entre el significado literal de una frase y el significado real, pragmático de la misma. Y eso despierta en mí la incertidumbre de qué entendrá esta gente que aprende español cuando escucha giros como "pasarse por la piedra a alguien", o "mandar con viento fresco" o "ir al quinto pino", etc.
Bien, visto lo visto voy a esperar que el boca a boca de sus frutos, mientras la gente que se encarga de que la comunicación se extienda de "boca a oreja" siga dándole vueltas al mecanismo del bocadillo de chorizo.