20 junio 2007

Alma o cuerpo

¿Está muerto? El teatro es uno de esos eternos moribundos, eternos resucitados, que pasan de un estado a otro dependiendo de la voluntad del firmante del artículo o del que opina. Yo creo que, si el teatro son esos musicales horrorosos de la Gran Vía madrileña, están muy vivos económicamente –que es lo que, en el fondo, parece ser que interesa- y enterrados en lo artístico. Si el teatro son esas producciones que hacen de motu proprio muchos aficionados y verdaderos creadores, entonces los términos se invierten, y podemos decir que está muy vivo artísticamente y, a tenor del número de asistentes a las representaciones –la mayoría invitados-, habría que pensar en un teatro moribundo.
Lo que sí parece crear un cierto consenso es el hecho de que en España hay pocos dramaturgos haciendo cosas interesantes. Y quizá una de esas excepciones es Juan Mayorga. Hoy por hoy es el autor hispano que más se representa fuera de nuestras fronteras, y eso quiere decir muchas cosas, pero sobre todo que sus textos logran comunicar cosas a los espectadores sin limitaciones geográficas, y eso se debe, principalmente, a dos razones. Por un lado a que el teatro de Mayorga es clásico, está construido con formas tradicionales, asumibles por el público sin especial esfuerzo, en las que la palabra es el eje del drama y se aprecia una lógica causal en el desarrollo del mismo. Por otro lado, Mayorga ha sabido escribir sobre asuntos candentes, a la orden del día, escarbando en la esencia, en el verdadero sentido, de los fenómenos modernos que nos rodean.
Cartas de amor a Stalin es, dentro de la trayectoria de Mayorga, el primero de sus grandes éxitos. Primero como texto –con él obtuvo, bajo el nombre El viaje el premio Caja España de textos dramáticos y el Borne. Con la representación de esta obra en el María Guerrero se inicia ya una etapa en la que las piezas de Mayorga han sido siempre bien recibidas por crítica y público, hasta situarle en la cumbre de los dramaturgos españoles de hoy.
Lo primero que habría que señalar de este texto es que debería haber sido editado en una colección literaria de mayor calado. Uno de los problemas endémicos en España es la edición de textos teatrales. Los hace la SGAE en una colección bastante burda, o en un par de pequeñas editoriales de escasa distribución, y tan sólo los clásicos, editados en colecciones de bolsillo, a veces con estudios críticos, se salvan.
El que se acerque a este drama –vayan a por el libro, no esperen a ver montada la obra en algún teatro, y a ser posible cojan el libro prestado en una biblioteca o róbenlo, recuerden que la SGAE está llena de ladrones y quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón- podrá disfrutar de una recreación magnífica de la represión que vivió Bulgákov por parte del régimen estalinista. Más allá de la crítica al régimen comunista de Stalin, que está ya bastante condenado a día de hoy y que sólo defienden ingenuos o canallas, lo verdaderamente interesante del texto está en que Mayorga ha sabido ver en la trágica experiencia de Bulgákov un anticipo de la actual presión que el mercado ejerce sobre el creador. La censura instaurada por Koba no siempre llevaba a la deportación del artista o a su muerte, sino que muchas veces se limitaba a condenarle al silencio. Nadie iba a su cada a exigirle que no escribiera, al contrario, Bulgákov podía pensar y escribir lo que le diese la real gana. No, el régimen se limita a no permitir representaciones de sus obras, a no editar libros, a no permitirle difundir sus ideas. No es arduo trasladar esos gestos, esas tácticas al mundo actual, donde el mercado ningunea al que no esté dispuesto a aceptar una serie de trámites, de concesiones.
Mayorga plasma la lucha interna del artista entre su libertad creadora y su voluntad, o necesidad, de reconocimiento, de ser escuchado, mediante un hábil recurso. El Bulgákov de esta obra termina por tener visiones, por hablar con un Stalin salido de su cabeza, y en los diálogos que mantiene con él se aprecia ese conflicto. Todo bajo la atenta mirada de su mujer, que no sabe cómo solucionar el asunto y lograr salir de la Unión soviética con su marido.
Intensa, emocionante, la progresiva enajenación de Bulgákov es un símbolo único de la psicosis a la que somete el mercado al artista. Al obligarle a elegir entre un prestigio lejano, tal vez inexistente, y unas comodidades más cercanas y deseables, que sólo el dinero puede permitirle, el mercado cultural condiciona, desde el inicio a los artistas. ¿Cómo conciliar las necesidades humanas con el arte? Ahí radica el verdadero problema que se cierne hoy sobre todo creador. Mayorga ha sabido darle una bella forma en este drama.
Juan Mayorga Cartas de amor a Stalin SGAE, Madrid, 2000