21 junio 2007

La novela de una amistad

Las memorias de personajes históricos suelen leerse para conocer más sobre la biografía del protagonista y autor de ellas, pero en el caso de las de Albert Speer uno se acerca a ellas más interesado por la figura de Hitler que por la del propio Speer. Es evidente que la figura de Speer es, se mire por donde se mire, fascinante. Su labor como arquitecto del Tercer Reich es interesantísima, su ideario de la construcción sólida que debe transformase en ruinas que sobrevolaran los siglos como las de la antigüedad clásica, y no menos interesante fue su labor durante tres años como ministro de Armamento y Producción Bélica. Pero, conviene no engañarse, uno no le lee casi mil páginas por Speer, lo hace por una figura tan controvertida e interesante como Hitler.
Joachim Fest, al que siempre se ha aludido como ghost writer de estas memorias, fue, por ejemplo, el autor de la biografía de referencia sobre el dictador alemán, y seguramente muchos de los puntos de vista y de la información sobre su persona las obtuvo de sus conversaciones con Albert Speer.
Estas mil páginas son, en realidad, la historia de una amistad. De una fascinación inicial que le llevó a seguir a ojos ciegos al Führer y de una decepción posterior que de todos modos no puede empañar los recuerdos y los sentimientos en que está basada esa amistad. En el juicio de Nuremberg, Speer llegó a observar –como recuerda en el prólogo- que si Hitler hubiera tenido amigos él habría sido uno de ellos. Y es en torno a esa relación en la que se mueve este libro.
Lo que sucede es que Speer no mantiene una relación pura y diáfana con Hitler. Para Speer es también un modelo, una guía de conducta, y por eso cuando ese ideal se va resquebrajando a medida que avanza la guerra –y comienza a romperse en el momento en que la política alemana pasó del desarrollo industrial y económico a la expansión territorial- vemos que Speer llega a plantearse su participación en un complot destinado a matar a su amigo.
Speer es un arquitecto, un ingeniero eficaz que no puede actuar irreflexivamente, como ve que sucede en la cúpula militar y política alemana durante la guerra. No deja de ser curioso que, de creer lo que dice en estas memorias y el tono es suficientemente honesto como para pensar que no miente, parece ser el único de los grandes mandatarios nazis que no pierde la cabeza cuando se precipita la derrota final y uno sospecha si el mando de Speer no habría provocado un final distinto a la guerra. Tampoco podemos saber hasta qué punto estas memorias están escritas con un afán exculpatorio, buscando limpiar su nombre, asociado ya para siempre a los desmanes nacionalsocialistas. Modesta u orgullosamente, el propio arquitecto nos responde en el libro cuando vislumbra que su labor habría sido prolongar la agonía alemana, lo que habría sido peor para todos los enfrentados en el conflicto.
La imagen que se proyecta en la mente del lector que se acerque a este libro es muy distinta de la eficacia que uno relaciona con los alemanes y del perfeccionismo que siempre se achacó a los nazis. Uno se queda más con la impresión de unos gobernantes caprichosos, alucinados, entregados al hedonismo más pueril y a las intrigas de poder. Pero siempre tiene en cuenta que Speer estuvo allí, que está hablando de lo que vio con sus propios ojos, y por eso gana con su verdad frente a las ideas preconcebidas con las que el lector pueda llegar al libro.
Aunque, como ya he dicho, es Hitler el centro del mismo. Las tres partes del libro siguen la evolución de la relación de ambos amigos. En la primera Speer es el arquitecto de Hitler. Tiene acceso a su intimidad, es el confesor del dictador y este siempre tiene tiempo para él. Es el momento del idilio en que Hitler desea y Speer proyecta. Es una lástima que esas edificaciones no se realizaran o de que muchas hayan sido destruidas por su poder simbólico.
En la segunda parta la relación se enfría. Speer tiene ahora responsabilidades políticas. La gestión de su cargo le enfrenta con jerarcas nacionalsocialistas, comienza a ser consciente de las limitaciones de Hitler a la hora de gobernar y se va produciendo un enfriamiento de las relaciones entre los amigos, con el consiguiente distanciamiento. Ya no hay un idilio, sino una amistad basada en los momentos vividos y en los ideales compartidos.
La tercera es la de la ruptura. Speer nos desgrana los desmanes del Führer, las luchas intestinas en el gobierno, el desgobierno y la derrota. En ese momento Speer aparece como un héroe –o ha sido capaz de construir esa imagen a través de la escritura de sus memorias, tanto da, este centón de páginas no sirve para exculparle de los crímenes cometidos-, pormenoriza los hechos que le valieron un trato amable en los tribunales de Nuremberg: él protegió el tejido social e industrial del país frente a los deseos exterminadores de Hitler y sus allegados. Ahora los sentimientos hacia el antiguo amigo oscilan entre el temor, la repulsa y, a veces, el odio. Pero no deja de ser curioso que siga buscando la protección, la bendición del dictador, lo que demuestra la influencia que, toda su vida, ejercicio Hitler sobre su arquitecto.
Leer las memorias de Albert Speer debería ser cita obligada para todos los interesados en la Historia, especialmente en la de la Segunda guerra mundial, pero lo sorprendente de este libro es que resultaría igualmente satisfactorio para un lector de novelas, que quiera presenciar la historia de una historia de amor, la de la relación entre Hitler y su arquitecto y ministro. Es un verdadero novelón que nos alumbra sobre los mecanismos de la amistad, sobre la dinámica del odio y el amor, de la envidia y de la gratitud, y que resultará apasionante no sólo para los que busquen aprender Historia, sino para todo aquel al que le interese el alma humana.
Albert Speer Memorias Acantilado, Barcelona, 2003