14 enero 2009

Público me manda de vacaciones

La noticia, caso de que la haya, será para todos que Ignacio Escolar, durante quince meses director de Público, ha sido sustituido por Félix Monteira, un profesional de casi sesenta años que hasta el día de hoy ha estado vinculado al grupo Prisa durante casi toda su carrera profesional. No creo que la noticia sea que uno de los críticos de libros de Público, y colaborador ocasional en la sección de Culturas, haya sido invitado a “tomarse unas vacaciones”. Pero ha sido así. Y, aunque pueda parecer egocéntrico, no puedo evitar relacionar ambas noticias.
El lector asiduo de este blog recordará que hace unos días expuse aquí mi desilusión por el modo en que el periódico con el que colaboraba había informado sobre el affaire entre Luis García Montero y José Antonio Fortes. Más adelante, expuse, asimismo, mi indignación por el interesado uso de mi nombre –que será poca cosa como valor de mercado, pero es mío- en un artículo donde se señalaba lo mejor del año literario y donde lo aparecido en el artículo tenía poco o nada que ver con las votaciones que los cuatro críticos habituales del periódico (Carlos Pardo, Paul Viejo, Ana Gorría y un servidor) habíamos realizado por correo electrónico. Ya cuando aparecieron ambas entradas del blog algunos lectores y amigos me hicieron saber de su inquietud por las consecuencias que podría tener presentar una postura enfrentada a la del periódico. Como todos han podido deducir, tener voz propia en este país tiene un precio.
Tras un correo electrónico en el que se me invitaba a tomarme unas vacaciones a finales de año y, al no haberse publicado en las últimas tres semanas ninguna de las colaboraciones que tenía entregadas, me he puesto en contacto con mi superior dentro de la sección para solicitarle una aclaración sobre mi situación profesional respecto al diario. La respuesta ha sido que “de momento, vamos a tomarnos un descanso”. Más allá de la retórica más propia de una relación sentimental que de una profesional que destila, lo preocupante es la impunidad de que disfruta un medio de comunicación para interrumpir unilateralmente una relación laboral. Como no hay contrato no es necesario informar de nada y se emplaza al trabajador –a fin de cuentas, esa es mi situación, la de trabajador- a tomarse un descanso o a irse de vacaciones, como prefiera verlo. O, lo que es lo mismo, no puedes decir nada, ni dentro –donde se controla cada palabra del artículo-, ni fuera –tu blog, por el que ellos no te pagan no puede ser un espacio de la libertad de expresión porque te puede traer represalias también-, ya que en cualquier caso se te va a poner de patitas en la calle. Como no hay contrato, no hay indemnización alguna. Lo más parecido a la esclavitud, por supuesto, que uno ha contemplado en su vida laboral.
Las razones, por supuesto, no dejan de ser sorprendentes. Por un lado no hay, como tal, una comunicación oficial de las razones de ese “descanso”. Uno, que no es tonto, intuye que tiene mucho que ver con los textos publicados en este blog donde se señalaban las incoherencias entre los actos del diario y sus principios que se airearon desde sus inicios. Ese “periódico de izquierdas para una nueva generación” ha ido, cada día más, tomando como único referente a El País, modelo impecable, eso sí, de lo que debe ser un medio de comunicación destinado a la promoción de una corporación empresarial. La sección de Culturas, donde se publicaban mis colaboraciones, es una muestra evidente de lo que hablo: el objetivo se reduce a dar lo mismo que el diario de Prisa pero, a ser posible, antes, una carrera en la que los perdedores son tanto los artistas -que ven como si uno de los medios llega antes el resto les ignora-, como el lector -que obtiene siempre una información cercenada-. En pleno siglo XXI, todo el mundo sabe que las noticias se dan antes en la televisión, la radio e Internet, y que un comprador de periódicos busca análisis y mayor profundidad en la información, no la rapidez que puede encontrar en otros medios. Se conoce que esto no es algo que sepan los responsables de Público, puesto que el espacio destinado a los textos es, siempre, mínimo -a veces parece más un catálogo de fotografias y gráficos que un medio escrito-, y finalmente uno se enfrenta a un periodismo de nota de prensa donde el redactor o colaborador ejerce tan sólo como copista de la nota que acompaña al lanzamiento del producto.
Por lo tanto, que dos semanas después de que yo señalase esa deriva cada vez más acusada hacia la mera imitación del punto de vista de El País, sea un periodista procedente de esa casa el nuevo director del diario no hace sino confirmar lo que uno ya afirmaba: que esa independencia y novedad del proyecto de Público se ha convertido en agua de borrajas y que, finalmente, el interesado en una información ponderada y realizada con tiempo y criterio debe volver a las páginas del diario de Prisa, donde uno puede, al menos, encontrar lo mismo pero hecho con más calidad en la mayoría de las ocasiones.
Por otro lado, en el segundo de los post causantes del referido “descanso”, se hablaba de que no se puede usar el nombre de uno para ofrecer unos criterios que no comparte. Como ya dije en el post ya no es cuestión del orden de las recomendaciones y demás, sino de que muchos de esos libros recomendados en el artículo no habían sido tan siquiera mencionados por los cuatro críticos del periódico. Uno no sabe cómo se deben hacer esos artículos, pero le parece que es tener mucha caradura usar el nombre de uno en ellos. Si van a hacer lo que quieran, ¿por qué preguntan? Si hay algo que puedo afirmar sin duda alguna es la enorme profesionalidad de mis tres compañeros críticos, que no sólo han sabido encontrar publicaciones interesantes semana a semana, sino saber sacarlas a la luz ante la confusión reinante.
No he podido evitar recordar otros paralelismos con El País a medida que escribía estas líneas. El primero de los directores, Juan Luis Cebrián, permaneció durante doce años en el cargo. Ignacio Escolar ha permanecido quince meses. Comparen las intenciones de los responsables.
A lo largo de la existencia de El País se ha expulsado, de manera más explícita o soterrada a diversos críticos, Constantino Bértolo o Ignacio Echevarría -a los que admiro y respeto- entre ellos. Me alegra mucho saber que ahora puede uno presumir de tener algo más en común con ellos. Me molesta, eso sí, que toda mi historia huela a sucedáneo, a imitación de menor calidad... pero qué se le va a hacer.