20 septiembre 2011

El personal mundo de Adrian Tomine



Ejemplo perfecto de lo que será el artista del siglo XXI, o al menos de la idea de un artista mestizo, precoz y en constante transformación que se nos ofrece como la distintiva del futuro, Adrian Tomine reúne el sabor y la esencia de la mejor narrativa norteamericana, literaria o cinematográfica, combinada con el refinamiento y la sofisticación estéticas de la estampa japonesa. También por la deriva cada vez más autobiográfica, o quizás sea más exacto decir explícitamente autobiográfica, que han ido tomando sus narraciones. Y todo ello siendo, además, indignantemente joven, sobre todo si uno repara en la contundencia y calidad inapelable de su trayectoria: joven sí, pero para nada un advenedizo.

1. El joven superdotado: Optic Nerve
Adrian Tomine comenzó a autoeditarse sus propias revistas cuando contaba con apenas diecisiete años. Bautizó su revista con el título de Optic Nerve, y llegó a publicar ocho números en total aprovechando sus ratos libres como estudiante de bachillerato en Sacramento. Hoy en día es casi imposible encontrar, claro, ejemplares de esa primera época de la publicación. Buena parte de esas primeras historias se recopilaron en 1998 con el título "32 Stories: The Complete Optic Nerve Mini-Comics". Es de sus pocos álbumes que todavía no se ha animado ningún editor a traducir al castellano.
Tras autoeditarla durante cuatro años, recibe una oferta de Chris Oliveros para editar de modo profesional su revista dentro del catálogo de Drawn & Quaterly. Dicha editorial, afincada en Montreal, constituye, junto a la editorial de los hermanos Hernández, Fantagraphics, la punta de lanza del cómic underground e independiente norteamericano. Comienza así la segunda época de Optic Nerve, que abarca hasta el día de hoy once números. Que el último de ellos se editase hace ya cuatro años, en 2007, permite sospechar que es muy probable que la revista duerma ya el sueño de los justos.

2. El “Carver del cómic”: "Rubia de verano" y "Noctámbulo y otras historias"
Raymond Carver llegó para cambiarlo todo: la historia de la literatura estadounidense reciente y por extensión la de occidente, la supuesta primacía de la novela sobre el cuento e, incluso, los temas sobre los que debían girar las narraciones. Así que no es de extrañar que cualquier periodista use a Carver como referencia para ensalzar a un autor que quiera contar historias y que pueda tener algo en común con la estrella literaria. Tomine ha sido, de hecho, muchas veces comparado con él, ya que comparten una mirada similar y desoladora hacia la condición humana, en especial sobre nuestra incapacidad de comunicarnos. En palabras del propio Tomine: “ Me hice dolorosamente consciente de mi desprendimiento de cualquier tipo de interacción social en mi primer año de instituto. Fue una de esas tranquilas noches de fin de semana cuando incluso mis padres estaban fuera divirtiéndose que comencé a hacer intentos serios para crear historias en formato cómic. Es una forma barata para mantenerme ocupado, y cuando una historieta comenzó a juntarse, en realidad me olvidé de que la mayoría de mis compañeros estaban interactuando y socializándose".
Aunque, quizás, el nexo más evidente se origina en la misma elección de formatos breves. Como es sabido, Carver repartió su obra entre pequeños ensayos, poemas y cuentos, y a lo largo de los ocho primeros números de la edición profesional de Optic Nerve Tomine se decanta, también, por historias cortas, cercanas en el tono y el espíritu a las narraciones carverianas. Son esas las historias reunidas en los dos volúmenes recopilatorios publicados por La Cúpula que lo presentaron al público español: "Noctámbulo y otras historias" y "Rubia de verano", que ha sido recientemente reeditado en una edición más lujosa.
Es ahí, con casi total certeza, donde se inició la identificación habitual entre ambos autores. Algo que se vio reforzado, sin duda, cuando el omnipresente Dave Eggers incluyó “Amenaza de bomba”, la historia que se publicó en el número octavo de Optic Nerve y cierra el álbum "Rubia de verano" dentro del volumen de 2002 de la colección The Best American Non-Required Reading , una serie de antologías publicadas anualmente que reúnen narraciones incómodas o alejadas de las recomendaciones de lectura escolares y que están destinadas a hipotéticos lectores de entre 15 y 25 años. La inclusión de un cómic dentro de dicha selección supuso un acontecimiento evidente: la narración gráfica podía ya tratarse de tú a tú con la literatura más sofisticada. Un hito para un autor que, con apenas veintiocho años, podría ser, casi, uno de esos lectores hipotéticos de la antología.

3. El salto a la novela (gráfica): "Shortcomings".
Aunque pueda parecer sorprendente, una de las críticas más reiteradas que Tomine había sufrido a lo largo de su carrera pasaba por una cuestión racial. Descendiente de japoneses, él supone la cuarta generación de su familia nacida en los Estados Unidos, muchos lectores le cuestionaban por no haber usado en ninguna de sus narraciones los choques culturales y los conflictos de integración que todavía hoy viven los americano-japoneses. Tal vez motivado por ello se lanza a escribir la más larga de las narraciones que ha encarado, que se extiende a lo largo de los tres últimos números de Optic Nerve y más tarde fue recogida en el álbum "Shortcomings". Este álbum supone incluso su reconocimiento de pleno derecho dentro del panteón de los grandes autores de cómic actuales, que refrendó el vanguardista Chris Ware, elegido por Eggers como editor del número 13 de McSweeney’s, un especial dedicado al cómic, al incluir varias páginas de esta historia en dicho especial.
Este álbum, que recibió alabanzas de modo casi unánime, supone el cierre de muchas cuestiones pendientes en la trayectoria de Tomine. Por un lado sirve para terminar de evidenciar la contundente influencia de Jaime Hernández y de la estilizada estampa japonesa en su estilo de dibujo, frente a las acusaciones de mero imitador de Daniel Clowes que había tenido que sufrir por parte de muchos críticos poco o nada enterados a lo largo de los años anteriores. También logra articular una narración de largo aliento y de mayor profundidad psicológica, si cabe, que las de sus pequeños relatos anteriores, lo que sirve para sacudirse el estigma de “Carver del cómic” y abrazar de modo mucho más intenso a narradores actuales como Foster Wallace o Jonathan Lethem. De hecho, fue el propio Lethem, que ha elegido a veces ilustraciones de Tomine como cubiertas de sus libros, quien se descolgó con el más intenso y entusiasta de los piropos hacia "Shortcomings", al decir que combinaba la capacidad narrativa del realizador Eric Rohmer con un retrato de personajes digno de Alice Munro. Ahí es nada.
La realidad es que Tomine se muestra en esta obra como un narrador de una madurez portentosa. Capaz de reflejar los vaivenes sentimentales de sus personajes y el modo en que su contexto los obliga a tomar decisiones con la sobriedad y limpieza de una película de Ozu, del que Tomine es un rendido admirador. Es obvio que cualquiera con dos dedos de frente es un rendido admirador del cineasta japonés, pero es que Tomine ha sabido asimilar la mejor de sus herencias: la capacidad narrativa llena de naturalidad y estremecedoramente acogedora con el espectador de Ozu.

4. La autobiografía: Scenes From an Impending Marriage
En una entrevista concedida a Ricardo Mena, Tomine declaraba: “ Una persona más inteligente, o más calculadora que yo, probablemente diría que su obra es enteramente autobiográfica o completamente ficticia. Hace poco leí una entrevista con Charlie Kaufman donde decía que, incluso una película como Transformers podría ser vista como algo autobiográfico y personal. Creo que un montón de esas cosas son indefinibles, imposibles de medir, y muy a menudo escapan de las manos del propio escritor.”
Todo esto sería válido dentro del contexto de su obra anterior, pero a comienzos de este año 2011, Tomine publicó su más reciente álbum: Scenes From an Impending Marriage: A Prenuptial Memoir ("Escenas de un matrimonio inminente: unas memorias prenupciales"), que, supongo, será traducido en breve al castellano. Es, sin duda, su trabajo más autobiográfico, y lo es de modo explícito. Comenzó siendo un pequeño opúsculo de apenas dieciséis páginas fotocopiadas que se entregó a los asistentes a su boda. Pero se ha convertido en un álbum de cincuenta y cuatro páginas donde el estilo muta para acercarse a la caricatura. Sirva como ejemplo perfecto la cubierta que puede ser vista como un homenaje a Charles Schulz, el primer dibujante de cómics cuya obra Tomine devoró según ha confesado en alguna entrevista. En el álbum, además de usar la comicidad y angustia inherentes a los preparativos de una boda, se explaya con las diferencias entre su familia de origen japonés y la de su mujer, de ascendencia irlandesa, con los contrastes entre los modos de vida de la costa Este y la Oeste y su particular estatus de hombre recién trasladado a Brooklyn para convertirse en el esposo de la señora Brennan. Una delicia más salida de los pinceles de Tomine.

Artículo realizado para la sección "Manual de uso" de la revista virtual numerozero.es
La ilustración, del propio Tomine, apareció como ilustración de Sunday Book Review de The New York Times

15 septiembre 2011

El ocaso de un seductor

Hay una pregunta que todo lector se hace, supongo, antes de leer Piña. ¿Le estarían dando tanto bombo a este relato y lo habrían traducido de estar escrito por alguien desconocido -un autor de 23 años al que nadie conociera, quiero decir- o tiene mucho que ver el hecho de que Michael Cera sea uno de los jóvenes actores más reputados de Hollywood? Conviene responderla desde ya: tiene mucho que ver. No porque el relato sea malo. No lo es, para nada, pero es evidente que el eco obtenido está directamente relacionado con la noticia de "oye, el chaval ese no sólo actúa bien, también escribe". Que nadie se llame engaño.
Cuando apareció Pinecone en el número 30 de McSweeney's, estaba introducido por unas entusiastas palabras de Dave Eggers, uno de los gurús de la literatura norteamericana actual y el fundador de la mencionada revista. Eso sí, conviene ir aclarando cuestiones: la experiencia demuestra que lo mejor es coger con pinzas las recomendaciones de Eggers. Su posición, como autor inquieto y de extraordinaria influencia en el mundo cultural de los USA -y por extensión en el resto del mundo, el imperio es el imperio- se confunde muchas veces con una infalibilidad que parece tener más en común con la fe ciega que muchos católicos tienen en el papa de Roma.
Sin ir más lejos, la audaz propuesta estética de la revista McSweeney's no tiene un correlato similar en lo tocante a los riesgos estéticos de buena parte de los colaboradores habituales de la misma, por ejemplo, y aún así, por haber sido publicados en ella se les presupone un marchamo vanguardista del que carecen. Por mucho que Eggers lo haya publicado. Eso de seguir a Eggers como las ratas al flautista de Hamelin puede ser peligroso.
Un ejemplo de ello es la revista española El estado mental, cuyo formato recuerda demasiado a la otra revista de Eggers, The Believer. The Believer es una revista estéticamente torpe. Es cuadrada, que es lo que todo diseñador pide para tener más margen de experimentación en la maqueta, o sea, el formato es el idóneo para una revista de tendencias y grafismo, no para una revista de texto. Pero luego el interior es una sucesión de textos maquetados en una horrorosa doble columna que convierte a sus páginas en una secuencia horrorosamente estática, menos dinámica, incluso, que la triple columna del "clásico" The New Yorker. Por otro lado, la unidad estética que propician las portadas de Charles Burns se pierde totalmente en el batiburrillo estético que intenta recoger El estado mental, que se desliza a los terrenos de McSweeney's en la inclusión de formatos extraños que casan mal con el resto de la revista. Toda esta disertación sobre revistas pretende ofrecer un ejemplo válido de los peligros de la imitación poco o nada razonada. Muy próximos a los de la exaltación acrítica, que le da poco, o ningún juego a cualquier proyecto artístico o intelectual.
Pero es mejor volver al asunto de estas líneas: Piña. Michael Cera ofrece, sí, un texto interesante, que permite intuir hasta dónde puede llegar un autor capaz de rebuscar en las miserias del alma humana. Además sabe, y es importante también, construir un relato donde no haya elementos que sobren y cada página haya sido calibrada en su justa medida para permitir que la trama avance de modo coherente. O sea, que el señor Cera ha hecho lo que cualquier autor con un poco de vergüenza debería hacer: trabajar su texto. Nada más, y nada menos. El relato está bien, es una lectura recomendadísima, pero tampoco conviene echar las campanas al vuelo. La pregunta que hay que hacerse después de leerlo es: ¿habría conseguido un autor con un solo relato publicado en una revista ser traducido al español en un libro autónomo? No, seguramente, no. Conviene no ser ingenuo al respecto.
La historia de este actor venido a menos, de un seductor que ya tan sólo atrae a las dependientas de los restaurantes de comida rápida, tiene tintes de crueldad, de ironía que contrastan con el estilo ingenuo, muy plano, quizás pretendidamente anodino, que Mercedes Cebrián ha sabido captar en su traducción. Con todo, es quizás ahí, en la casi total ausencia de trabajo linguístico donde más flojea el texto. Porque lo mejor es la crueldad con la que dibuja al acto adolescente venido a menos, mezquino y sin demasiadas salidas. Se trata pues de un texto que, siguiendo la tradición de las revistas literarias estadounidenses -aunque casi todas se hagan entre New York y San Francisco usaremos el gentilicio de la federación íntegra-, sirve como lectura idónea para acompañar un buen café -bueno, la bebida la dejo a la elección del lector- la idea es que tiene la extensión adecuada para ese cuarto de hora de relax.
Con todo, y ya pensando en el lector, mejor la opción elegida por la editorial de traducir buenos relatos puntuales que no otras cosas que se han ofrecido al lector. Al menos, la profundidad e ironía de Piña sirve para dar cera y servir como modelo válido a los autores patrios. Con veintitrés añitos se pueden escribir buenos relatos.
Michael Cera Piña Alpha-Decay, Barcelona, 2011

09 septiembre 2011

Game over

Esteban Castromán es quizás más conocido por su capacidad de agitación cultural dentro de la editorial Clase Turista que por su faceta como autor. Es, desde luego, injusto, pero se comprende dentro de los parámetros de la información cultural de hoy en día. Si uno tiene una idea genial como las de los formatos en los que presentan sus publicaciones, como las Mental Movies, que han conseguido comenzar a exportar desde Argentina a España o México, es muy posible que los medios de comunicación se pongan en contacto con uno para hablar de eso. Y uno quede para siempre encasillado dentro de la etiqueta de "editor de vanguardia", "gestor cultural" o, en el mejor de los casos, "agitador artístico". No parece que pueda esperarse mucho más de la prensa cultural (ese oxímoron).
Pero Esteban Castromán es mucho más, es, entre otras cosas, un autor inquieto capaz de desbordar las fronteras rígidamente establecidas del discurso literario. Lo ha demostrado con sus poemarios, desenfadados y perturbadores, capaces de mirar a la cara del hombre actual y de hablarle con su mismo lenguaje, desplazando así la poesía a terrenos insospechados para el común de los lectores. Sirva, como ejemplo, uno de sus poemas más conocidos:
MARCELINO

Le pegábamos porque era un pelotudo.
Pero también, Marcelino era el instrumento
que nos permitía discriminar de qué lado de la vida
uno se encontraba.


En los recreos corríamos tras él
para molestarlo.
“Tu mamá es una puta”,
le decíamos todo el tiempo.

Marcelino se escondía, corría y
se hacía amigo de las chicas.
Nosotros, le bajábamos los pantalones
delante de ellas.

Mientras lloraba le pegábamos.
Y temíamos ser Marcelino.
Por eso, la noticia de la edición de 380 voltios en la editorial Pánico el pánico es un verdadero acontecimiento. Cuatro narraciones relacionadas que permitirán a algunos hablar de novela y a otros de libro de cuentos, dependiendo de lo que más les convenga. Pero lo verdaderamente interesante del libro no radica en el deslinde de su condición genérica, sino en el lugar elegido para las narraciones, el modo en que se establece el diálogo con el lector. El voltaje que da título al volumen, como algunos sabrán, es el de la maquinaria industrial y en buena medida Castromán se deja llevar por el juego de someter a un lector acostumbrado a voltajes más bajos, los 220 de las casas, por ejemplo, a una descarga de mayor potencia de la esperada. Ángel González García, uno de los más interesantes ensayistas españoles dice que el arte contemporáneo se basa en buena medida en ese recurso, en someter al espectador a cargas para las que no está preparado, sin ofrecer nada más como discurso que el mero impacto, la descarga, para ver hasta donde aguanta. Como si se tratase de esos borrachos que se someten en las cantinas del DF a las máquinas de toques, sólo por ver quién es capaz de someterse a descargas eléctricas de mayor voltaje durante más tiempo. El lector se ve sometido a esa descarga también. Porque no sabe a ciencia cierta qué está pasando. Las narraciones reúnen una serie de recursos, como las referencias cinematográficas y el subgénero del terror, para ir envolviendo al lector en una realidad distorsionada, donde todo parece adulterado y las acciones y reacciones de los protagonistas algo exagerado, incluso por momentos un poco salido de madre. Sólo cuando la lectura permite sumergirse en el universo que proponen las historias uno entiende que sí hay una lógica detrás: la del videojuego. Todos los personajes parecen empeñarse en hacer algo, en cumplir una misión, en lograr algo que les permita pasar a la siguiente fase. Y para ello deben superar una serie de obstáculos a cual más extraño y comprometido.
Mucho se está hablando y escribiendo de la influencia del videojuego en la literatura y viceversa. Pero, en realidad, esa presencia es hoy, todavía, mínima. Y todo eso pese a que el videojuego está basado en lo mismo que la literatura más vanguardista: en la interacción con el destinatario del producto, sea el lector o el jugador. Frente a la narrativa que parece prescindir del lector más allá de su mero lugar de destinatario, hay textos en los que el autor ha tenido muy en cuenta la participación de ese lector, que debe ser activo y no pasivo ante la obra. Los videojuegos, resulta obvio, son ese sentido mucho más cercanos a esa literatura, y por eso triunfan más entre el público, que se ve no sólo inmerso en un nuevo universo, sino que puede manipular los hechos de esa realidad, ese universo, con sus acciones.
Castromán ha ensartado cuatro misiles que se leen con la velocidad de una partida del mejor arcade y que sirven para evidenciar que la literatura puede dialogar con el mundo en que ha sido concebida si su autor tiene la voluntad de que así sea. Muy lejos de la mayoría de la literatura que abarrota la mesa de novedades y que es tan escapista como un best seller de Follet aunque se pretenda culta.
Esteban castromán 380 voltios Pánico el pánico, Buenos Aires, 2011
Foto: Esteban Castromán, en el centro, acompañado por sus socios de la editorial Clase Turista, Lorena Iglesias e Iván Moiseff.

27 agosto 2011

Montaje del narrador


La del montador es una labor que tan sólo los verdaderos entendidos en narrativa cinematográfica han sabido valorar en su justa medida. La mayoría cree que su trabajo se limita a seguir las instrucciones del director –o del productor en el caso de las grandes superproducciones- y desconocen la importancia determinante que tienen para el acabado final de un film. Curiosamente, estos dos libros de Maximiliano Barrientos hablan de la excepcional labor como montador de narraciones que exhibe el autor y, secundariamente, de la habilidad del editor a la hora de editar –no es casual que en inglés el montaje se llame editing- los materiales del autor.
Barrientos había publicado dos libros en Bolivia cuando Julián Rodríguez se interesó por su obra para editarla en Periférica. Dos años después, tras una redistribución de los textos incluidos en los libros bolivianos y un profundo trabajo de reescritura de Barrientos y edición de Rodríguez, han cobrado forma definitiva la novela Hoteles y el libro de relatos Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer. La comparación con los libros originales, tanto Los daños como Hoteles, evidencia que los textos han ganado en solidez y pegada. La novela brilla mucho más en solitario, sin la compañía de otras narraciones, y los cuentos se han pulido para hacer más patentes los aciertos que apuntaban en esas primeras ediciones. Todo este proceso demuestra que la destilación inteligente y el trabajo bien encaminado sirve para resaltar las virtudes latentes en unos buenos textos.
Virtudes que son palpables para el lector más clásico como pueda ser la capacidad de reflejar los conflictos sentimentales de unos personajes dibujados con maestría inusual. Porque, como los grandes cuentistas que han marcado la historia del género, Barrientos se vale de unas pocas páginas para entregar toda la intensidad vital de sus personajes, que se quedan impregnados en la memoria del lector.
El lector más arriesgado encontrará quizás más interesante lo que tiene de novedoso el tratamiento que se da en los cuentos a la herencia de la narrativa cinematográfica. No como una mera cita, porque es obvio que el cine ha supuesto un punto de inflexión en la narración literaria y muchos autores jóvenes dejan traslucir una formación más audiovisual que letrada, y muchos caen en el recurso fácil de explicitar referentes y terminología cinematográfica sin función narrativa alguna a la hora de vestir de modernidad sus narraciones. Barrientos opera de modo mucho más inteligente. En sus narraciones uno puede apreciar el cuidado labor de un montador de alto nivel, que puede al mismo tiempo fusionar imágenes y momentos a través de las palabras, o bien trasladar el curioso efecto de los testimonios y la voz en off de un narrador en un documental que trata de encontrar en la experiencia de los protagonistas la razón de vida de un realizador que no sabe qué hacer con los recursos que ha grabado.
Hoteles, la novela, narra precisamente eso, traspone al papel la grabación y montaje de un documental sobre una huida, un viaje sin sentido de dos personajes que sólo buscan ocultarse, que sirve a un director para tomar conciencia del vacío de su propia vida. Los relatos reunidos en Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer exhiben un abanico de procesos narrativos más variado, pero en todos el narrador aparece como ese observador que se mueve entre la condición del montador o del testigo, aunque quizás se trate de la misma, ya que un montador se ve obligado, fatalmente, a tomar partido en la narración al descartar unos materiales o potenciar otros, para poder vertebrar la historia.
La narrativa de Maximiliano Barrientos luce, pues, como un modo de contar esplendorosamente moderno porque, con enorme acierto, ha asimilado la fuerza y rotundidad de la narración clásica, eterna y siempre moderna.
Maximiliano Barrientos Hoteles Periférica, Cáceres, 2011
Maximiliano Barrientos Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer Periférica, Cáceres, 2011
Texto publicado el día 23 de julio de 2011 en suplemento ABC Cultura

17 agosto 2011

La violencia nuestra de cada día


Nos resulta más consolador pensar que la violencia está encerrada en las pantallas, del cine o de la televisión o dentro de las páginas de un libro, de las noticias del periódico, de algún noticiero de la radio. Son cosas que suceden siempre lejos, en la ficción, en las secciones de sucesos. Como mucho las asumimos cuando se trata de una narración “basada en hechos reales”, que finalmente nos convence de la suerte que tenemos de vivir en un mundo más o menos pacífico gracias al simulacro de algo que, en realidad, nosotros hemos consumido como ficción. Por fortuna casi nadie contempla un tiroteo en su vida. Pocos son los ciudadanos europeos que hayan visto morir a un semejante alcanzando por un arma de fuego si no es en algún telediario. Pero la violencia está mucho más cerca de lo que nos gusta pensar , de lo que preferimos creer. Muchas veces al otro lado de la pared que separa nuestra casa de la del vecino. De eso trata este cómic.
No moriré cazado no está basado en un hecho real, sino en una novela homónima de Guillaume Guéraud, pero hay algo en ella que nos dice que hechos como esos están sucediendo todos los días al lado nuestro, que son inquietantemente más reales de lo que podríamos pensar cuando decidimos arriesgarnos a abrir el libro y lanzarnos a su lectura. No me refiero con ello tanto a la matanza que sirve como inicio y final de la narración y que es, a la postre, lo que puede parecer más significativo de esa violencia sobre la que pivota la narración, porque es ahí donde se da lo extraordinario y singular que alberga la historia -por fortuna no todos los días nos sorprenden noticias como las de Puerto Hurraco-, sino el modo en que los miembros de la sociedad van poco a poco inoculándose ante la violencia, que es el verdadero germen de esa matanza final. Ya sea porque prefieren mirar hacia otro lado cuando esta sucede o, más terrible todavía, porque la han convertido en una parte más de su existencia hasta el punto de que disfrutan de ella o no son, siquiera, conscientes de su presencia. Lo cotidiano pasa inadvertido. Ahí es donde reside el verdadero interés de la historia de Guéraud y la habilidad de Alfred para trasladar eso a una narración gráfica consistente, que es el reto al que se ha sometido al hacer este álbum.
Lo más interesante del enfoque de Alfred es que la violencia aparece tan sólo en el momento en que puede ser asumida por el lector, cuando está ya preparado para, si no identificarse con ella, sí justificarla, comprenderla. Antes se ha ido presentando la vida cotidiana del pueblo, las miserias de sus habitantes y, sobre todo, el entorno sádico en que el protagonista y narrador se ha visto envuelto desde la infancia; para, finalmente mostrarnos al tonto del pueblo y sus relaciones con la sociedad. Porque es el elemento que funciona como vórtice de la historia, ya que es él quien sufre de modo totalmente silencioso, sin capacidad alguna de defenderse, esa violencia. Alfred no cae en la tentación de poner ante los ojos del lector el acto violento en sí, sino los resultados, el cuerpo lacerado y sangrante de la víctima, pero no la violencia que ha ocasionado esas heridas.Más adelante, cuando los resultados son fatales ni siquiera se llega a mostrar el cuerpo torturado de la víctima. Se sirve de un escueto texto de apoyo, uno más de los que han servido para vertebrar la voz en off del narrador, y un fuera de campo pudoroso que deja a la imaginación del lector la clausura de la escena, construir en su propia imaginación la imagen de la víctima moribunda. Para qué más, parece decirse Alfred, ¿cómo va a poder construir gráficamente esa barbarie? Ahí hay que buscar uno de los principales aciertos del autor. Frente a la tendencia casi absurda de mostrar hasta el más mínimo detalle la violencia, de recrearse en su vacua espectacularidad, Alfred prefiere dejar en las manos del lector la labor de visualizar, de construir esa violencia. ¿Cuánta violencia podemos imaginar? Parece dirigirse a ese algo turbio que duerme en nosotros, a obligarnos a atisbar cosas que no queremos reconocer.
En cambio, sí decide mostrar esa violencia en acto cuando se retorna al inicio de la narración, el momento de la matanza. Una salida trasera y falsa, un desesperado grito de derrota al que el narrador no puede escapar, porque aunque ha intentado no caer en la molicie de su entorno, tampoco ha logrado finalmente salir de ella, escapar al destino trágico y violento al que parecía condenado. Eso hace que la hipotética lectura de este álbum como una mera muestra más de serie negra sea absurda. Por muchas referencias y homenajes que haya en él, como el que se intuye a Jim Thompson y su Pop. 1280 (1280 almas), por ejemplo. No, Alfred va más allá de un sencillo thriller, ahí reside el verdadero acierto de este álbum. En la capacidad de trascender la historia que tiene entre manos para forzar al lector a pensar, a tomar conciencia clara de lo que sucede a su alrededor.
Sería una pena que, por el simple hecho de que el libro se pusiese a la venta en el mes de agosto del año pasado, no tuviera todos los lectores que merece. De momento han sido pocos, pero quizás se trate de uno de esos casos en que la obra va llegando poco a poco a un público más amplio. Pensemos que, a veces, tiene razón la canción popular: “No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar.”
Alfred No moriré cazado Astiberri, 2010
Este texto apareció dentro de la sección Lost & Found de la revista virtual numerocero.es

20 julio 2011

Las entrañas de la familia

Posiblemente, si me preguntan qué escritor recordaré de entre mis lecturas del año 2011, Gay Talese ocupe un lugar destacado. Hace tres años era casi imposible encontrar ejemplares de sus libros y la publicación de Retratos y encuentros el año pasado en Alfaguara sirvió como detonante para la recuperación de su obra. En Debate han recuperado la edición ya descatalogada que se publicó en los ochenta en Grijalbo de La mujer de tu prójimo y ahora, con nueva traducción respecto a la antigua edición de Grijalbo, aparece en Alfaguara Honrarás a tu padre. Y he devorado ambos con el placer casi adolescente que se encuentra en los mundos que te ofrecen un mundo en el que sumergirte. Con la diferencia de que, en el caso de ambos libros, ese mundo es el mismo en el que, día a día, desempañamos nuestras rutinas. Porque lo verdaderamente fantástico, valga la paradoja, de los libros de Talese es que están construidos desde hechos reales perfectamente contrastados. Buena parte de la atención que la no-ficción y la crónica merece hoy entre los lectores tiene que ver con los patrones y modelos que Talase ha ayudado a instaurar.
De Honrarás a tu padre podría decirse prácticamente lo mismo que ya escribí sobre La mujer de tu prójimo. Sin duda lo más determinante, lo que convierte estos libros de Talese en piezas fundamentales, es el modo en que el autor se ha acercado a las fuentes para construir su discurso. No basta con entrevistarlos, no es suficiente con documentarse hasta la extenuación. Si uno quiere escribir un texto donde realmente aparezcan las motivaciones y las dudas de los personajes y que éstos no tengan problema en aparecer allí con sus nombres verdaderos, sin que haya ningún tipo de máscara que oculte la verdad al lector, hay que formar parte de sus vidas. Talese lo hace. En un esclarecedor epílogo -los epílogos de sus libros son una muestra de que puede irse un poco más allá cuando ya parece que se han hecho todas las acrobacias, demostrando que trabaja, siempre, sin red- queda clara la relación de amistad que se ha llegado a establecer entre Talase y Bill Bonnano, y la participación que el propio Talese ha tenido en la historia, algo que hasta ese momento nos sospechábamos por la capacidad de construir la objetividad del autor. Incluso, llega a implicarse con los personajes del libro hasta el punto de que, como confiesa en el prólogo, llegó a involucrarse personalmente en la financiación de la universidad de los hijos de Bill Bonnano. No es, me temo, una sencilla cuestión de agradecimiento por el material facilitado para un éxito. En absoluto. Bill Bonnano y Gay Talese tienen mucho más en común de lo que podría pensarse.
En el ya citado epílogo, Talese explicita que el origen del libro tiene mucho que ver con la rabia que su padre sentía cuando, por tener un apellido italiano, era automáticamente señalado por la sociedad como un hipotético delincuente. Bill Bonnano, curiosamente, es alguien que pese a haber crecido como un joven estadounidense más, casi un WASP, se ve abocado a continuar con la tradición familiar dentro del crimen organizado. Y es eso, el modo en que la segunda generación vive esa herencia, lo que une mucho a Bill Bonnano y Gay Talase. Son más parecidos de lo que podría pensarse, y eso facilita la relación que se establece entre ellos. Hay un momento, de hecho, cuando queda claro que muchos de los implicados en el libro, sobre todo la familia más íntima de los Bonnano, ha terminado usando al periodista como un modo de comunicarse, que en buena medida han terminado sabiendo muchas más cosas de sí mismos y de sus seres queridos a través de la lectura del libro. Porque la ley del silencio que rige la convivencia de la familia es un lastre demasiado pesado en ciertos aspectos. Y en medio de todos ellos, el hombre, verdadera leyenda, Joseph Bonnano, del que apenas llegamos a saber nada, lo que no hace sino engrandecer el mito que proyecta sobre toda su familia y el resto de sus colegas dentro del crimen organizado por su singularidad.
Por lo demás hay que repetir lo que tantas veces se ha dicho de este libro. Frente a creaciones audiovisuales como la saga de El Padrino, las incursiones de Scorsese o la ya mítica por derecho propio The Soprano's, y a algunas creaciones literarias -curiosamente mucho menos vistosas y reconocidas- la importancia de Honrarás a tu padre tiene mucho que ver con la cantidad de información de primera mano que Talese manejó, en muchos casos más que los propios investigadores del FBI o los fiscales, lo que humaniza mucho más la visión que ofrece de esa entidad todavía discutida que ha dado en llamarse Mafia. La articulación narrativa de lo que podría haber sido tan sólo un libro de entrevistas y testimonios hace de su lectura un placer constante, una agitación -thrill- que no da tregua al lector desde la primera hasta la última página, y son seiscientas. Así que el lector tiene el doble regalo de poder documentarse de modo muy pormenorizado en las acciones criminales, la organización de las familias, la vida rutinaria de todos ellos y hacerlo de un modo vivaz y entretenido gracias a la habilidad narrativa de este autor de no-ficción que sabe extraer de la realidad los más jugosos frutos.
Gay Talese Honrarás a tu padre Alfaguara, Madrid, 2011
En la foto aparece el autor comiendo pasta y tras él una edición original del libro

19 julio 2011

La vida metida en unas páginas


A juzgar por lo que dice la crítica literaria de hoy, todas las semanas aparecen una plétora de obras maestras fundamentales para la evolución de la literatura. Visto así es fácil convencerse de que vivimos un momento único y maravilloso. Pero, paradoja curiosa, casi todos esos libros imprescindibles se convierten al cabo de dos semanas en pasto del olvido para ceder su hueco a una nueva batería de obras cumbre del devenir artístico.
En medio de esos libros destinados a ser hitos literarios destaca mucho más Sobre la felicidad a ultranza de Ugo Cornia, un libro que crece con las relecturas, que se agiganta a medida que uno reflexiona sobre lo leído y vivido y que, finalmente, se convierte en una experiencia destinada a marcar la vida de sus lectores.
Porque Cornia no ha escrito una simple novela, ha hecho mucho más: ha sabido meter buena parte de sus experiencias personales en una narración aparentemente espontánea y, sin embargo, muy sofisticada en la presentación de los personajes y el manejo del tiempo que, más allá de la mera acumulación de hechos y anécdotas, transpira una singularísima poesía que trasciende la expresión de unos sentimientos para convertirse en experiencia propia para un lector que sale de su lectura profundamente conmovido.
Don DeLillo, casi al inicio de su novela Punto Omega, afirma que “La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos, los momentos submicroscópicos.” Evidentemente, Ugo Cornia no pudo leer estas líneas antes de escribir Sobre la felicidad a ultranza, que es una novela publicada diez años antes de la de DeLillo, pero sí que podría, haciendo una pirueta crítica, afirmarse que parece escrito con la idea de rebatir dicha afirmación. Porque Cornia sabe que la vida, en toda su riqueza, no puede, efectivamente encerrarse en sus páginas, pero sí puede ser recreada por el autor y experimentada por el lector mediante la narración de una selección de hechos fundamentales y la vivencia y contraste de esos mismos hechos por parte del lector.
La novela de Cornia va creciendo a medida que uno avanza su lectura de modo fascinante. El lector va haciendo suyos cada uno de los personajes: el padre, la madre, el perro Brown, cada una de las novias que van pasando por la vida del narrador, que es en realidad la gran creación de Cornia, porque se trata de un tipo extraño e incómodo, capaz de decir las cosas más insospechadas y de narrarlo todo con una sinceridad desarmante, como una especie de Holden Cauldfield madurado, que no ha perdido la capacidad de recrear y conmover al lector pero que, además, habla desde el poso de la experiencia de lo vivido. Cosas tan cotidianas como conducir se convierten en una fuente de placer inagotable. Y, siempre, porque es importantísimo, sin ceder en ningún momento a la tentación de hacer una literatura que apele al sentimentalismo del lector aunque haya mucho dolor en las vivencias del narrador. Este libro, de hecho, podría leerse como una continua elegía donde se da las gracias por haber vivido en vez de entonar un lastimero canto a lo perdido.
Porque, leyendo esta novela, lo que verdaderamente siente uno, más allá de la fascinación por la historia que cuenta o por el cómo lo hace, es unas terribles ganas de cerrar el libro y lanzarse a vivir la vida, la de los días festivos y también la de los días de diario. Leer este libro es en realidad una fiesta única, que trastoca de modo radical el modo en que uno disfruta la vida. Mucho más que literatura, este libro es vida.
Ugo Cornia Sobre la felicidad a ultranza Periférica, Cáceres, 2011
Texto publicado el día 16 de julio de 2011 en suplemento ABC Cultural

11 julio 2011

Álbum

Buscando fotos para ilustrar una entrada me he encontrado esta foto que hizo la poeta Laura Crespi. Me ha hecho tanta ilusión ver a dos amigos juntos, y más ahora que uno ya partió hace casi un año, que me apetecía compartirla.

07 julio 2011

Versiones (1)

El índice rojo
No te envidio la grasa, los fámulos, la hacienda,
la hopalanda grotesca de color escarlata,
ni el hermoso palacio que tienes por vivienda,
ni el capelo romano, ni la vieja Vulgata.
No pretendo que vivas como Juan el Bautista,
ni lo mismo que Onofre te deshagas en llanto:
tu pectoral conserva, tu anillo de amatista,
tu báculo de plata, tu careta de santo.
Mas con el rojo índice te señala el destino.
Cuando, envuelto en las sábanas de finísimo lino,
descansa el leve peso de tu leve jornada,
en la piedra más dura de tu propio palacio,
lentamente, sin ruido, despacio, muy despacio,
el pueblo, que no duerme, saca filo a su espada.
Pedro Luis de Gálvez

Inaugurada queda una sección donde reunir poemas fantásticos, de los mejores de la poesía en lengua española, que han sido levemente retocados por mí -muy levemente en algunos casos, pequeñas correcciones con las que, a mi juicio, estos poemas que son, ya de por sí, redondos, brillan un poco más. ¿Presunción? No, al contrario, humildad pura y dura. Como sabe todo aficionado a la poesía, lo máximo a lo que puede aspirar un poeta es al anonimato, a que todo un pueblo haga suyos sus versos y los pula para entrañarlos más todavía en la lírica popular. Estas versiones son pues el primero de una serie de pasos en los que yo no soy yo, sino tan sólo la primera de las voces de un pueblo haciendo suyos estos versos.

06 julio 2011

Escenas de la vida posmoderna

El cómic está de moda. Quizás, ojalá, más que una moda se trate de una consolidación y se pueda hablar en el futuro de estos primeros años del siglo XXI como los que supusieron el salto cualitativo de la narrativa gráfica en nuestro país. De momento, la gran ventaja que todo esto supone para los aficionados, tanto los veteranos como los que se van aficionando al medio, es la posibilidad de encontrar ejemplares en ediciones cada vez más cuidadas de numerosos álbumes. Es el caso de la obra de Adrian Tomine. A falta de que poco a poco los editores se animen a traducir algunos de los títulos inéditos que todavía no han aparecido en España, lo que sí se va produciendo es la reedición en formatos de mayor calidad y, por extensión, más caros, que permiten mayores beneficios a una editorial necesitada de mayores ventas. Ahora le ha llegado el turno a Rubia de verano, como sucedió con Como un guante de seda forjado en hierro de Clowes, pasar de la edición original en rústica a una lujosa presentación en cartoné.
Y es un motivo más que oportuno para meditar sobre la trayectoria de uno de los más interesantes autores de cómic que ha dado la más que fecunda escena independiente yanqui. Lo primero que se debe destacar es su edad, es el más joven de los que han obtenido reconocimiento mundial por su trabajo. Tomine nació en 1974, y comenzó a autoeditarse sus trabajos en una publicación amateur que bautizó como Optic Nerve y comenzó a hacer pública en 1991, cuando contaba con tan sólo diecisiete años. Este aspecto de la edad no es casual ni gratuito. Paradójicamente, Tomine se ha criado en una sociedad en la que los autores ya no se veían encaminados al entorno underground si su obra escapaba a los cauces más establecidos. El éxito crítico, primero, y más tarde económico, de publicaciones como Love & Rockets de los hermanos Hernández –otros precocísimos autores, por cierto- y su editorial Phantagraphics propició la llegada de toda la oleada de editoriales similares permitió que otros autores de referencia hoy como Art Spiegelman, Seth, Charles Burns, Daniel Clowes o Chris Ware –creo que he respetado el orden de sus fechas de nacimiento- abrirse un hueco en la industria, independiente, sí, pero no under, del cómic.
Quizás por todo ello la narrativa de Tomine es la menos vanguardista de todos los mencionados. No explora las posibilidades narrativas de la imagen como Ware, no introduce experimentos sobre el transcurso temporal como Seth, no explora los miedos contemporáneos y alucinados como Clowes o Burns, no relee la historia y usa el medio como estandarte como hizo Spiegelman. ¿Y por qué, siendo el más “conformista”, por así decirlo, de esta nómina de autores es tan interesante? Precisamente porque Tomine ha sabido releer la tradición independiente como nadie, aprovechando ciertas peculiaridades personales.
Acertadamente, se ha señalado la influencia de Jaime Hernández en la estética de las planchas de Tomine. Resulta evidente para cualquiera que conozca el trabajo de ambos. La sofisticación narrativa y estética del pequeño de los Hernández ha marcado a toda una generación. Pero, es más, también la influencia de Beto en el músculo narrativo está ahí. Es más que probable que Tomine se haya formado como lector leyendo una y otra vez la obra de ambos que, como la suya, tiene la peculiaridad de reflejar las tensiones culturales a las que se ven sometidas las familias inmigrantes. Los Hernández son hispanos, la familia de Tomine japonesa. La elegancia narrativa de Shortcomings (Mondadori, 2008), la penúltima obra publicada de Tomine y la última traducida, encuentra en las historias reunidas en Rubia de verano un antecedente válido, como sucedía en Sonámbulo. Y esa elegancia y sofisticación surgen de la fusión de una estética muy desarrollada y pulida, pero también de unos guiones planteados con una solidez única donde se deja sentir todo el peso de la soledad, de la incomunicación y del miedo al compromiso del hombre contemporáneo.
El problema es que, muchas veces, surge la tentación de relacionar a Tomine con los grandes narradores del minimalismo norteamericano por el tipo de historias con las que trabaja. Al hacerlo, se cargan demasiado las tintas en lo argumental, en la historia, y menos en la narración gráfica, que es, en sí la gran diferencia y aportación del género. Ahí cada día puede apreciarse de un modo más constante la herencia de cineastas como, por ejemplo, Yasujiro Ozu, del que Tomine es rendido admirador. El milagro del cine de Ozu radica en que parece no haber artificio alguno en sus películas, coloca la cámara a la altura de un hombre que, sentado, contemplase las escenas que van ocurriendo ante sus ojos y todo parece extraído de la realidad sin que haya planificación alguna o puesta en escena alguna. Ese es el misterio de Ozu, el genial artificio de haber sabido borrar todo rastro de lo que se está contemplando: una película, ficción costosamente recreada ante una cámara. Esa mirada al interior de las vidas de cada uno de nosotros es, sin duda, la característica del cómic de Tomine y la sencillez en la planificación perfecto reflejo de ello. Por eso huye de los temas sórdidos, de las composiciones complicadas y rebuscadas, de los puntos de vista insólitos. No, lo que Tomine busca es que al cabo de unas pocas páginas nos hayamos olvidado completamente de que estamos ante unas viñetas, a él le interesa, como a Ozu, que prevalezca la naturalidad y no el artificio.
Por eso, cualquier reedición sirve, siempre, como regalo inigualable para dejarse mecer por el mundo, y no ya la obra, que nos depara el trabajo de Tomine. Mucho más que un simple cómic, desde luego.
Adrian Tomine, Rubia de verano, La Cúpula, Barcelona, 2011
Las ilustraciones son del propio Adrian Tomine,
realizadas para una edición de dos películas de Ozu en The Criterion Collection

05 julio 2011

Los cimientos de una literatura


Aunque sea injusto hay que ser sincero: decir Augusto Roa Bastos es, prácticamente, decir literatura paraguaya. Es injusto, desde luego, pero también es algo tan evidente e incómodo que duele el tener que reconocerlo. Yo, que procuro leer todo autor latinoamericano del que tengo noticia para ver por dónde respira, no he logrado hacerme con un sólo libro de, por ejemplo, José Pérez Reyes, que era el autor paraguayo de Bogotá '39. Si no recuerdo mal, en la selección de Diego Trelles Paz, El futuro no es nuestro, no hay ningún autor paraguayo. Y, de hecho, basta con observar la escasez de editoriales y la casi nula presencia de ellas en las diversas reuniones, simposios y demás que se celebran. De hecho, habría que preguntarse si la visibilidad de la obra de Roa Bastos no estuvo directamente relacionada con su exilio. La edición de Hijo de hombre en la editorial Losada de Buenos Aires, tras ganar el concurso literario que convocaba fue, sin duda, importantísima para que su obra tuviera una visibilidad imprescindible para que fuera noticia su indudable calidad.
Por eso, cuando los críticos fascinados por la eclosión editorial y mercantil que propiciaron Carmen Balcells y Carlos Barral, buscaron unos "hermanos mayores" para esos novelistas del llamado Boom, los nombres de autores como Onetti, Rulfo o Roa Bastos no tardaron en hacerse presentes. Los tres habían aportado a lo largo de la década del 1950 al 1960 las tres grandes novelas que se publicaron en América Latina, libros fundamentales para entender que esa explosión no era algo espontáneo: La vida breve en el 1950, Pedro Páramo en 1955, e Hijo de hombre en 1960.
De ese modo, el que hasta entonces era visto como un notable dramaturgo de vanguardia en su país, un reputado periodista en el extranjero que había entrevistado a De Gaulle o asistido al juicio de Nuremberg y un activista de izquierdas para las fuerzas policiales, pasaba a ser, además, un referente de la literatura en español para todo el mundo. Y todo habiendo surgido en uno de los países con menor presencia editorial y cultural del continente americano. Pero, además, lo hacía ejerciendo una labor de estandarte de la singularidad de la cultura autóctona de su patria. Frente a la literatura peruana de su tiempo donde, por ejemplo, apenas hay rastros de la cultura quechua, la narrativa de Roa Bastos estaba profundamente marcada por la cultura guaraní. Sus orígenes mestizos marcaron el destino de su obra literaria.
Además, Hijo de hombre es un repaso a un siglo de la historia de su país. Con la Guerra de la Triple Alianza y la del Chaco como marcos y límites, retrata los conflictos sociales y la nefasta influencia de las jerarquías eclesiásticas en la vida del pueblo paraguayo. Combativa como pocas y muy hábil, los horrores y la crueldad que retrata se quedan incrustados para siempre en la memoria del lector. En ese sentido, la novela aporta lo que un lector común busca en un buen libro: historias conmovedoras e inolvidables. Pero es que, además, Hijo de hombre, es una fuente de recursos y logros que todo escritor puede analizar detenidamente, una verdadera escuela de narrativa condensada en cuatrocientas páginas.
No hace mucho me decía un escritor mexicano afincado en España que una de las cosas que le resultaban más interesantes de nuestra narrativa era la costumbre de construir novelas mediante la fusión temática y espacial de diversos relatos, algo que no era muy habitual en otras tradiciones, donde de modo inequívoco los autores eligen la novela de trama o la colección de cuentos como los dos caminos narrativos casi únicos. Yo le dije entonces que ahí estaba Hijo de hombre para contradecir esa visión, posiblemente el ejemplo más logrado de esa novela que es el resultado de la yuxtaposición de diversos relatos. Le recordé, claro, que aunque Roa Bastos vivió muchos años en España no era un escritor español.
Pero, más allá de esos detalles, Hijo de hombre es la muestra palpable de que la gran literatura está por encima de modas y de corrientes, que se resiste a ser clausurada como la muestra de una literatura nacional y similares catalogaciones más o menos simplonas que se suelen hacer -ya saben: literatura alemana, cine francés o canción italiana-, y que, por fortuna, está siempre al alcance de los lectores interesados en acercarse a ella. Lo llevan diciendo muchos lectores desde hace medio siglo: Hijo de hombre es un libro único y siempre fascinante.
Augusto Roa Bastos Hijo de hombre Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2011

04 julio 2011

Mucho más que una parodia


Desde que llegó lo de la TDT yo no puedo ver la tele, porque no tengo el dichoso aparato que permite ver los canales digitales. No lo echo de menos para nada, la verdad, porque me paso el día viendo películas y series. Siempre, eso sí, a mi ritmo, porque tal y como señalaba Rodrigo Fresán en un artículo cuando hablaba de que la explosión de las teleseries de calidad que vivimos estas han triunfado cuando el espectador no se ve sometido al ritmo de emisión que las cadenas imponen. Así yo me he disfrutado de The Soprano's cuando esta había terminado, lo mismo sucedió con The Wire y demás. Ahora, al menos, veo por temporadas completas aquellas a las que me he ido enganchando (Mad Men, Bored To Death, Weeds, Treme, The Big Bang Theory, etc).
Y, como les sucede a muchos de los seguidores de estas series, me he preguntado siempre por qué en España, que exporta tantos directores, actores, técnicos e, incluso guionistas -Ruíz Zafón era un guionista mediocre de la industria de Hollywood antes de que su libro se convirtiese en superventas-, no se hacen series de calidad. Sé en parte cuáles son los motivos. Uno de ellos es que las cadenas en España exigen formatos imposibles. Como sabe cualquier profesional del ramo los dramáticos tienen cincuenta y pico minutos para ocupar una hora de parrilla con anuncios, y las comedias veintipico para ocupar media hora. Pero en España las cadenas quieren llevar una hora con las comedias y dos con los dramáticos, cuando no mezclar ambos formatos para ofrecer capítulos de casi dos horas donde el drama y la comedia deben mezclarse para total lío del espectador. Así no hay quien haga una serie decente, desde luego.
Pero, al menos, todavía hay productoras que ofrecen productos más arriesgados y cadenas que se atreven a programarlos. En particular la cadena de pago Canal+. Lo hizo con Crematorio, un dramático que se ha quedado a medio camino de lo que prometía pero que, al menos, ha demostrado la voluntad de ir más allá respecto a lo que se acostumbra por estos pagos. Y, por otro lado, ¿Qué fue de Jorge Sanz?
Mucho se ha hablado de esta serie en relación con Curb Your Enthusiasm (El show de Larry David la llamaron aquí, nadie entiende por qué), y mucho tiene que ver en la elección de un personaje real, del trabajo sobre las relaciones entre realidad y ficción y en el formato de falso documental. Y, sobre todo, en el enfoque, nada complaciente, con el personaje y la imagen que de él se tiene. Para ello ha sido necesario que el propio Jorge Sanz se haya atrevido a exhibir una capacidad de autocrítica y una ironía nada despreciables. Por de pronto porque la serie está montada sobre un hecho real: Jorge Sanz pasó de ser la gran estrella del cine español a desaparecer de modo casi absoluto en las producciones recientes. Y en muchos casos sigue siendo un papel interpretado cuando todavía era un niño, apenas doce años tenía cuando rodó Valentina, el que todos le recuerdan como su gran interpretación. Quizás por eso, porque parece que su carrera estuviese dormida, por lo que todos los episodios se inician con Jorge Sanz durmiendo, algunas veces en posiciones inverosímiles, y siendo despertado por la llamada de su nuevo agente, un novato en la profesión que antes trabajaba como comercial de quesos, el entrañable Amador interpretado por el excelente Eduardo Antuña.
Irónica, pero al mismo tiempo tierna, por la serie desfila todo un plantel de actores, directores, pero también de escritores o editores interpretándose a sí mismos, y a actores clavando, literalmente, sus papeles. Y es ese aire entre cine amateur y cuidada planificación lo que le da el mayor encanto a los seis episodios que, de momento, conforman la serie. Una serie que va poco a poco insertándose en la memoria del espectador gracias a la calibrada intensidad de cada capítulo.
Una serie que, finalmente, se va construyendo ante los ojos del espectador como un todo sin fisuras, donde el retrato que se hace de la profesión de actor y del mundo del espectáculo en general es muy poco indulgente sin caer en la sátira fácil. Y donde Jorge Sanz ha sabido ir más allá de muchos de los registros en los que, mal que bien, ha estado encajado. Por ejemplo, en el cuarto capítulo hay un momento donde el actor en decadencia queda a un lado para lograr una hondura excepcional en la escena en la que conoce a la hija que tuvo siendo un actor muy joven y un tanto alocado. La escena, rodada con tiendo y sencillez es, sin duda, el momento en que Jorge Sanz se luce y demuestra que hay dentro de él un actor con mucho más recorrido de lo que muchos han sabido extraer de él.
Los que no la han visto son, sin duda, los que están de suerte, porque finalmente se ha puesto a la venta la temporada completa, de modo que uno puede dedicarle una tarde de fin de semana, o dos, o seis, o las que quiera, a deleitarse con una serie que hace albergar esperanzas para una industria que en España no suele entregar más que bodrios y cosas muy olvidables.

28 junio 2011

El movimiento estático


Sin duda una de las paradojas más conocidas de Zenón de Elea es la de Aquiles y la tortuga. Zenón la usa para negar el movimiento, lo que no deja de ser sorprendente, de ahí el éxito del planteamiento, ya que nos habla de un hombre que corre para alcanzara una tortuga, algo que nunca logrará realizar.
César Aira es un autor que tras cada uno de sus libros, sobre todo de los más logrados, utiliza un aparato conceptual que sorprende al lector atento que busca algo más allá de la mera narración en el texto. Paradójicamente, el desprecio de la forma por el que muchos le han criticado, ya sea primero por la constante puesta en duda del concepto académico de prosa de calidad o cuidada -debo decir que son dos conceptos que tampoco he sabido nunca entender bien, como no he sido capaz de disfrutar de un artículo de opinión del ABC de Sevilla, y tampoco logro entender a esa gente que, sin ofrecer prueba alguna que defienda su postura, dicen que tal o cual escritor es el mejor prosista o estilista que hay en castellano, aunque escriba como si lo tradujesen, mal, del inglés- que en su caso va más allá, ya que no duda en escribir mal, contra la norma o la corrección académica cuando lo estima necesario, o la segunda y quizás incluso más incómoda para muchos, que es el desprecio total y absoluto por aspectos que obsesionan a otros autores como la verosimilitud o la eficacia de la trama y su desenlace adecuado a los elementos puestos en juego, no hace sino apuntar a la importancia que ese objetivo conceptual tiene. Claro que desentrañar esa armazón conceptual requiere, por de pronto, pensar. Y ahí ya topamos con problemas.
En el caso de La vida nueva parece que la paradoja de Zenón es el modelo que ha seguido Aira para trazar un curioso alegato en contra de la obsesión por la publicación que él mismo se encargó de alentar y que tantas veces ha sido malentendida desde su famoso: "Primero publicar y luego escribir". La prolífica actividad de Aira, que no es tanta si nos remitiéramos al número de palabras publicadas, ya que Aira publica varios libros al año, sí, pero casi siempre son novelas breves, él las llama novelitas, y hay que recordar que rara vez publica artículo alguno o colabora en antologías y compilaciones. O sea, que muchos de esos autores de gruesa novela por año, con colaboraciones semanales, a veces en varios medios o varias en el mismo, que escriben pregones o participan en cualquier libro colectivo que se les presenta publican, seguramente, mucho más que Aira. La diferencia es que Aira se centra en un proyecto muy ambicioso cuya importancia él mismo se encarga de disimular con sus diminutivos o esa proliferación por editoriales pequeñas o independientes que los obsesionados con la carrera literaria de cara a la galería no entienden, pero que a día de hoy abarca más de setenta libros de los que al menos la mitad son excelentes, y una cuarta parte verdaderas obras de referencia. ¿Cuántos pueden afirmar algo parecido?
Como decíamos, La vida nueva juega con el estatismo móvil de la paradoja de Zenón. En este caso se trata del dilatado proceso de edición del primer libro de un imaginario autor que pasa de ser promesa en ciernes a genio oculto mientras pasan los años sin que el texto termine de cobrar entidad física como libro editado. Lo curioso es que la narración usa la paradoja al revés. El editor, Achával -resulta siempre tentadora la lectura biográfica al recordar que fue Achával el editor del primero de los libros de Aira: Moreira-, siempre ofrece una fecha bastante optimista para fijar el momento en que el libro exista físicamente y deje de ser uno, un manuscrito en constante transformación, para convertirse en muchos ejemplares, en concreto mil, múltiples aunque todos iguales. Pero el autor, curiosamente, en vez de actuar como es de esperar en él, de modo ansioso y pidiendo que se acorten los plazos, duplica siempre el contacto sobre la fecha marcada. O sea, actúa de modo exactamente inverso que Aquiles, en vez de quedar siempre a medio camino, duplica las distancias. Pero el editor, Achával, no pierde nunca de vista el proceso de edición, ni olvida a su autor. De ese modo, en realidad, lo que leemos es la misma y total falta de movimiento, un movimiento estático al fin, que se asemeja al resultado propuesta por Zenón, salvo que siguiendo el camino contrario.
Se podría, cómo no, postular que en realidad Aira consigue dotar al tiempo de la elasticidad necesaria para crear la metáfora que todo autor siente durante la espera de ver convertido su original, único, en esa serie de libros todos iguales y todos distintos. Pero Aira va más allá, refuta la misma idea de la publicación como final del proceso, y convierte el procedimiento de la espera, el momento en que uno ya no puede hacer otra cosa sino esperar, en un aspecto más de la labor creadora, sobre todo desde un aspecto ético. El libro, incluso cuando escapa ya de las manos del creador sigue siendo responsabilidad suya, y eso no lo transforma, como muchos creen en más o menos autor. No se trata de eso el hecho de publicar es, sencilla y mágicamente, el proceso de transformación, de multiplicación de un original.
Resulta casi automático relacionar este proceso con la reciente edición del penúltimo libro de Aira: El mármol, que ha aparecido en la editorial La Bestia Equilátera con una tirada de 1500 ejemplares publicados bajo tres cubiertas distintas. Lejos de convertirse en una curiosidad, hay que leer ese gesto como una atrevida relectura de la obra de Aira, ya que un libro se convierte en tres o quizás, por qué no, en 1500 distintos. ¿Cuándo una tirada que convierta no mediante una sencilla numeración y recuento, a cada uno de los ejemplares en algo único? La locura comercial que ideó Liniers para el lanzamiento de Macanudo #6 en su propia editorial, de lanzar una tirada de 5000 ejemplares con cubiertas realizadas a mano, y por tanto únicas, queda un tanto desvalorizada cuando uno ve que, en realidad, son todas más o menos iguales, y que están hechas desde una perspectiva artesanal y no artística. Pero, quién sabe, Aira es muy capaz de darnos una sorpresa, una más, cualquier día de estos.
César Aira, La vida nueva, Mansalva, Buenos Aires, 2007

Traducciones de Chejfec

La alegría de la tarde me la llevo al encontrarme, un poco de rebote y sin pretenderlo, como deben ser las alegrías, con la noticia de que para cuando termine el verano, habrá traducciones al francés y al inglés de una de las novelas más interesantes que he leído en los últimos años: la fundamental Mis dos mundos de Sergio Chejfec.
La edición francesa aparece en la editorial Passage du Nord-Ouest, una de las más atentas a lo que se escribe en español, que ya ha traducido a Fogwill o Bellatin, entre otros. La inglesa en la exquisita editorial Open Letter Books, donde se editan las traducciones de la Universidad de Rochester, y que ya ha traducico, entre otros, a Saer, Macedonio Fernández o Alejandro Zambra.
Si hay algún libro que nos puede indicar qué tipo de literatura sobrevivirá hacia el futuro, es este. Si tienen amigos que sólo pueden leer en francés o inglés y no en castellano, este es, sin duda, uno de los mejores regalos que se les puede hacer. Para los que sí leen en español, recordarles que en Argentina el libro se editó en Alfaguara y en España en Candaya.

18 junio 2011

Recuento de apariciones

Como cualquier autónomo sabe, hay picos de trabajo que lo abstraen a uno de la vida, si uno se dedica al mundo del libro, ve como ese aumento de las obligaciones laborales coincide con una serie de obligaciones sociales que convierten los meses de mayo y junio en un triatlón no apto para los no entrenados. Y ha sido durante ese periodo que han ido llegando buenas noticias.
La primera es la edición en México, por parte de Textofilia ediciones, del libro 5 metros de cuentos perversos donde, siguiendo el ejemplo del libro original de Carlos Oquendo de Amat, se han reunido narraciones con el tema común de las perversiones sexuales en un formato que, ya de por sí, pervierte el formato tradicional del libro. Se trata de una edición casi artesanal en acordeón donde pueden leerse los cuentos firmados por Paola Tinoco, Valeria Luiselli, Samanta Schweblin, Ana García Bergua, Gabriela Alemán, Fabrizio Mejía Madrid, Alfredo Núñez Lanz y un servidor, prologado todo por Andrés Barba. Por desgracia no he tenido aún un ejemplar del libro en mis manos, pero la nómina de acompañantes hace que uno esté deseando devorarlo. Perversamente, claro.

La nómina de los autores incluidos en el libro Los oficios del libro, editado por los alumnos de la promoción 2010-11 del Máster de edición Versus-UAM bajo la coordinación de Eduardo Becerra y Virginia Rodríguez es no menos impresionante, y mucho más extensa: Rafael Reig, Mario Cuenca Sandoval, Rodrigo Fresán, Julio Fajardo Herrero, Doménico Chiappe, Juan Carlos Chirinos, Clara Obligado, Edmundo Paz Soldán, Javier Azpeitia, Cristina Cerrada, Begoña Huertas, Marta Sanz, David Roas, Lola López Mondéjar, Elvira Navarro, Héctor Abad Faciolince, Ernesto Pérez Zúñiga, Juan Carlos Méndez Guédez, Hipólito G. Navarro, Ronaldo Menéndez, Jorge Eduardo Benavides, Luis Magrinyà, Toni Iturbe, Felipe Rodríguez Martín, Alberto Olmos, Antonio Orejudo, José Carlos Somoza, Fernando Iwasaki, Andrés Neuman, Pedro Ugarte y un servidor hemos aportado cuentos. El prólogo es de Juan Villoro. Treinta y un narraciones relacionadas con los oficios, o quizás los vicios, por qué negarlo, relacionados con ese objeto que vive una perpetua crisis y peligro de extinción.

Y, para terminar, lo más reciente: acaba de colgarse en la web el nuevo número de la revista virtual Big Sur. Para quien no conozca esta deliciosa revista argentina informarle de que en cada número reúne trabajos de creación de tres ámbitos: la videocreación (llámenle audiovisual si les es más cómodo), la creación plástica (ya sea pintura o fotografía) y la literatura (sin barreras genéricas predeterminadas). Lo que la convierte en un lugar más que interesante donde poder ver piezas de creadores de todo el mundo, aunque está más centrada en el ámbito latinoamericano. César Vásconez Romero no ha tenido peor idea que invitarme a participar, así que deprecio un poco la entrega con mi presencia. No se dejen llevar por tan infausta noticia y disfruten del resto, que sí merecen la pena.
Un abrazo y perdonen la exhibición de ego. No pasa a menudo.

16 mayo 2011

Una entrevista extraordinariamente generosa


Hace unos meses, en un encuentro de escritores en Barcelona al que fui invitado, tuve la alegría de conocer en persona a Marta Aponte Alsina. Yo, que he leído, por desgracia tan sólo una, de sus novelas, Sexto sueño, que ha sido editada por la editorial Veintisiete letras y merecería mayor atención de la que se le dio, era ya un respetuoso admirador de su escritura. Pero conocerla fue, además, una enorme alegría, porque pude conocer a una mujer de una inteligencia afiladísima y un humor envidiable. Fue, para mí y para todos los que acudimos allá, uno de los mejores hallazgos de aquel encuentro. Suena adolescente, como es lógico, pero yo creo que somos ya muchos los fans de Marta Aponte Alsina.
Para mi sorpresa, a la vuelta de unos meses me encontré con la grata sorpresa de un mail atento en el que Marta demostraba haber leído mi libro y haberlo hecho de un modo generosísimo. El mail incluía una batería de preguntas que fue tremendamente costosa de responder porque uno se siente en la obligación de hacer un milagro: responder algo mínimamente inteligente a unas preguntas tan certeras y profundas.
El resultado de esa conversación se ha editado en una publicación digital puertorriqueña y puede leerse aquí.
La foto es de Cecilia Orso y está tomada en los días en que respondía a esta entrevista,
poco antes de que Federico Falco, quien me acompaña en esta "espontánea" foto
concluyera su estancia como estudiante en Madrid.

05 mayo 2011

Noticias de otro mundo posible


¿Qué es noticia? ¿Quién lo decide, cómo, por qué, cuándo, dónde? Quizá deberíamos plantearnos desde nuevas perspectivas menos transitadas las famosas preguntas a las que, según se aprende en las facultades de periodismo, debe responder toda noticia para informar al completo de lo que ha sucedido. No lo hacemos a menudo, porque a fin de cuentas nos hemos acostumbrado a recibir las noticias como simples consumidores, sin hacer un verdadero uso de ellas, sin analizarlas y, sobre todo, cuestionarlas. Si lo hiciéramos tal vez nos sorprendería contrastar esas noticias con lo vivido, porque en muchos casos somos nosotros los verdaderos protagonistas de aquello desde lo que nos informa un diario aunque no seamos, nunca, los que aparecemos en los titulares.
Pero Santiago Alba Rico sí se ha lanzado, de modo detenido y brillante, a preguntarse cómo se producen esas elecciones y a plantear nuevos acercamientos a los hechos que hemos aprendido a llamar noticiosos. Ha entendido en primer lugar de qué se habla en los medios y de qué se elude toda noticia o comentario. Ha continuado su labor preguntándose el porqué de esas elecciones, yendo más allá para informarse sobre esos hechos que nunca merecen ser noticia. Más tarde ha ido analizando los mecanismos con que se estructura el discurso de los medios de comunicación y el modo en que éste va, poco a poco, construyendo una realidad paralela, muy parecida a la que podemos vivir pero construida desde dichos medios. Finalmente ha construido un anuario a base de “otras noticias”. Un repaso a lo que podría ser uno de esos resúmenes anuales en los que se realiza el arqueo del año y que nos permiten hacernos una idea más cabal de lo que ha sucedido, porque lo efímero y veloz de esas noticias –algo que, desde luego, no parece casual, ya que como todo producto destinado al consumo debe durar poco y facilitar un fácil recambio al consumidor- no deja hacerse una idea cabal de lo que ha sucedido.
Su particular resumen del año es este libro: Noticias. De su lectura sale uno sorprendido porque lo que a primera vista –a través de esa lectura superficial que propician los medios- podría parecer una visión utópica y algo ingenua de lo que pudiera ser el mundo, ese “otro mundo posible” que se nos ofrece desde los grupos antisistema, se transforma ante nuestros ojos en un demoledor y muy afinado texto sobre la perversión de los medios. No se trata de informar, sino de deformar, de ir construyendo un mercado, un modo de consumir la realidad, claramente dirigido e intencionado. Alba Rico utiliza esas mismas herramientas, el mismo discurso de los medios, para desactivarlos, para demostrar que pueden servir para dar la información que se desee, pero no para ofrecerle al lector la verdad. La verdad es algo que, hace mucho tiempo, no importa en los despachos de los propietarios de los medios de comunicación. Este libro es, en realidad, un manual para empezar a mirar al mundo con nuestros propios ojos.

Santiago Alba Rico Noticias Caballo de Troya, Madrid, 2010
Texto publicado en el nº 1 de la revista Suroeste, Revista de literaturas ibéricas
La fotografía es de Gonzalo Juanes

04 mayo 2011

La fotografía como creación


Para el lector inquieto es una suerte que coincidan en las mesas de novedades dos libros de Joan Fontcuberta. Uno es el ensayo La cámara de Pandora, que recoge algunos artículos ya publicados en revistas junto a nuevos textos que sirven para consolidar y dar matices al fecundo discurso teórico del fotógrafo. El otro es Blow Up Blow Up, publicado por la editorial Periférica, que no es en sí un ensayo de Fontcuberta, sino el catálogo de la exposición exhibida en la galería cacereña Casa Sin Fin en la que el artista toma como punto de partida la película de Antonioni y su relación con la fotografía. Un catálogo que en la mayoría de sus páginas alberga en realidad un interesantísimo ensayo sobre su toda su trayectoria tanto artística como teórica realizado por el crítico Iván de la Nuez.
Quien se haya acercado tanto a su labor como fotógrafo, comisario de exposiciones o teórico, sabe que a Fontcuberta le interesan los territorios mestizos y se plantea muchas dudas sobre la condición esencial de la fotografía. Que su escrutadora mirada haya coincidido con un momento especialmente significativo para la historia de dicha forma artística lo ha tornado, además, en uno de los más agudos analistas de los cambios que están poniendo cabeza abajo la idea que tenemos de los que es el trabajo fotográfico. Y en buena medida La cámara de Pandora va desgranando una serie de textos sobre el fin de la fotografía analógica, o documental, y el advenimiento de la fotografía digital, creadora y más cercana a la pintura de lo que muchas veces queremos creer (o estamos dispuestos a asumir). La fotografía parece abandonar pues su función decodificadora del mundo, como reflejo de este, para crear un universo propio que dialoga directamente con él y puede suplantarlo. El futuro no se verá reflejado en la fotografía, del mismo modo que la memoria se ha conservado a través de los documentos fotográficos, sino que se construirá a través de una imagen fotográfica, pero ya desde una concepción más pictórica, creadora. Vista así la fotografía analógica parece apenas un paréntesis histórico ya superado.
Las tensiones que ese cambio de paradigma provoca se dejan ver, también, en el propio trabajo de Fontcuberta como fotógrafo o artista, a elegir. La película de Antonioni pivota en torno a una escena especialmente significativa, cuando el análisis detallado de la imagen fotográfica sirve para revelar una realidad que ha escapado al ojo humano en primera instancia. Pero qué sucede si continuamos ampliando hasta el infinito esa misma imagen, esa sombra analógica. Volvemos a la abstracción, la negación en sí de la mirada, del reconocimiento. Por ese interesante sendero se ha encaminado Fontcuberta en su exposición, e Iván de la Nuez parte de ese proceso para sopesar lo novedoso de sus argumentos lanzando al lector y espectador interesantes preguntas: si nuestra mirada no se dedica más a crear que a registrar o cómo afirmar con certeza que lo que vemos es realidad. Quedan invitados al debate.

Joan Fontcuberta La cámara de Pandora Gustavo Gili, Barcelona, 2010
Joan Fontcuberta Blow Up Blow Up Periférica, Cáceres, 2010
Texto publicado en el nº 1 de la revista Suroeste, Revista de literaturas ibéricas
La fotografía es un montaje realizado por Joan Fontcuberta para el libro La cámara de Pandora

30 abril 2011

Pasión


Lo más curioso de la pasión es que, pese a que siempre pensamos que se trata de un sentimiento íntimo y propio, realmente consiste en dejarse invadir por otro. Para que haya pasión debemos renunciar a ser los dueños de nuestros actos y convertir nuestro cuerpo en el espacio donde alguien nos someta a sus acciones. Su presencia, llena de olores, de sabores, de roces, junto al recuerdo de todas esas experiencias, todo creado en nuestra imaginación. Pasión, etimológicamente, tiene su origen en el verbo padecer. Uno padece los actos que otro realiza en uno, la excitación, el placer, y, finalmente, el dolor. Por eso la pasión es tan perturbadora, y por eso necesitamos hacerla nuestra, aunque sea violentando el mismo origen de su significado. Y queremos apasionadamente, cuando deberíamos ser más honestos y usar el adverbio arrebatadamente.
Es padecimiento tiene, quizás, un correlato más exacto en el éxtasis, que primero fue místico y luego, secularmente, amoroso. Tan sencillo resulta ver en el cuerpo del amado la imagen divina, tan lógico y comprensible habida cuenta que es a través del frenesí sexual cuando logramos salir de nosotros mismos, perder por unos instantes la corporeidad en la que estamos encarcelados y sentirnos un poco muertos, un poco idos. Ese es el éxtasis, salir del cuerpo, abandonar el espacio del padecimiento.
¿Cuándo comenzamos a mezclar la pasión y el éxtasis? ¿En qué noche oscura del alma nos abandonamos y comenzamos a pensar que el objetivo era el padecimiento y no el abandono?
Quiero que tú me sometas al padecimiento necesario para poder sentirme fuera de este cuerpo.

Publicado en el número 62 de la revista argentina La mujer de mi vida
La imagen es un fotograma de Nuit Noire, película de Olivier Smolders

27 abril 2011

Los libros infinitos


No sé cuántos seremos a día de hoy, pero comenzamos a constituir una cantidad respetable. Me refiero a los fanáticos de César Aira. No llegamos al exceso adolescente de empapelar nuestros dormitorios con fotografías suyas, ni siquiera a lucir por las calles camisetas con su rostro. Pero todo se andará, tiempo al tiempo.
Entretanto lo que sí intentamos es mantenernos al día en lo tocante a su producción literaria, lo que no deja de ser una gincana con todas las de la ley, y más si uno no vive en Argentina. Como bien sabemos sus fanáticos, quizá también ustedes terminen siéndolo así que no está de más divulgarlo, Aira tiene el detalle de suministrar varias dosis a lo largo del año. Si los cálculos no me fallan, y lo que voy a decir ahora, lo sé, es un síntoma evidente de mi patología, los años más prolíficos editorialmente han sido 1998 y 2001, porque hay cinco libros editados en cada uno. Sin ir más lejos, en el 2010 contabilicé cuatro, lo que no es sorprendente porque hay varios años con cuatro libros editados. Repasemos la cosecha de 2010: Una de ellas se editó en España. Se trata de El error (Mondadori), y se puede comprar sin complicarse uno demasiado la vida. La segunda llega sin excesivos problemas a la península mediante la importación: El divorcio (Mansalva). La tercera, que no llega a las librerías peninsulares, se puede comprar sin excesivas complicaciones en la mayoría de las librerías porteñas: Yo era una mujer casada (Blatt & Ríos). Pero, ¿y la cuarta? La cuarta es una edición limitada hecha en Guatemala de El Té de Dios (Matamala). Yo la tengo, pero porque he ido al único lugar en todo Buenos Aires donde podría comprarla y me ha tocado regatear con el librero. Cosa que, por otro lado, me pareció muy divertida porque de un día para otro había bajado el precio como una cuarta parte. Quizás por eso estoy mucho más orgulloso de tenerla, y de haberla disfrutado. Es lo que tiene ser un adicto, que al final todas las dosis son pocas y, cuantas más lleguen, más disfruta uno. Hacer las cosas por vicio es, desde luego, mucho más satisfactorio que hacerlas por obligación.
Este año 2011 parece andar con buen ritmo en ese aspecto. Aún no hemos terminado el cuarto mes del año, el segundo en realidad si tenemos en cuenta que enero y febrero en tierras australes son meses veraniegos en los que apenas hay novedades, y ya tenemos cuatro libros de Aira. ¿Cuatro? Sí, cuatro. Uno es la novelita que ha editado el BAFICI, Festival, que en estos momentos debe estar en la maleta de una amiga sobrevolando el océano. Los otros tres son unas novelas que han editado en La Bestia Equilátera con un mismo título. Se llama El mármol. Yo he logrado hacerme con una de ellas, la que tiene en la tapa los sapos que, como buen adicto, me parecía la más prometedora por aquello de los viajes lisérgicos.

La leí apenas me la trajo un amigo al que acaban de editar en España, por fin, su primer libro de cuentos. Apenas me hizo entrega del ejemplar, en un restaurante cercano al hotel donde se alojó, lo abrí y comencé a hojearlo. Si no me puse a leerla allí mismo es porque todavía me queda un poco de educación. Lo que sí hice fue leerla en un bar junto al hotel apenas terminamos la comida y hacía tiempo antes de que nos acercáramos a la librería donde teníamos la presentación. Estuve tentado de pedirle a mi amigo que me dejase leerla en la bañera del hotel, pero me contuve. En lo de leer en la bañera me parece que Aira demuestra una inteligencia digna de elogio, porque en muchos de los hoteles modernos, el cuarto de baño es el único lugar convenientemente iluminado. Si desistí de hacerlo es porque una cosa es ser un fan y otra andar imitando actitudes. Imaginen que uno se hiciera fan de Lennon o, mucho peor, de Chapman. No, mejor un café y una mesa con buena iluminación.
La novela que yo leí es, como todas las de Aira, veloz y delirante, llena de ocurrencias y mucho más cohesionada como narración que las del año pasado, que parecían compilaciones de novelas atomizadas. El mármol narra las peripecias de un maduro parado en medio de los comercios regentados por orientales en el barrio porteño de Flores y es una delicia de principio a fin. Se conoce que, cuando se besan los sapos, sigue uno convirtiéndose en príncipe. Quizás me estoy confundiendo. Me gustaría leer las otras dos, la verdad, porque esta me ha dejado un gratísimo sabor de boca.
Me dicen los que bien me quieren que, en realidad, se trata de la misma novela, que tan sólo cambian las cubiertas. Alguno, más perspicaz, me ha intentado convencer diciéndome que se trata de un inteligente subterfugio de los editores para aprovecharse de fanáticos como yo porque así compraremos un ejemplar de cada portada y se agotará antes la tirada. Pero yo sé que eso no puede ser así. Sería demasiado sencillo, algo casi burdo si viene de la cabeza de Aira. Yo sé que en cada uno de esos libros hay algo distinto más allá de la tapa, es más, creo que debería hacerme con cada uno de los mil quinientos ejemplares porque en esa variedad de las cubiertas hay que leer una clave fundamental para entender el mensaje de su autor: cada uno de los ejemplares es distinto. Tal vez reuniendo el millar y medio encuentre una clave que se escapa a los que tan sólo lean uno. No sé si estaré en lo cierto, pero creo que sí. Tiempo al tiempo.
César Aira El mármol La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2011
La foto de Aira es de Daniel Mordzinski

25 abril 2011

Un hueco que urgía tapar lo antes posible


Las coincidencias son, desde luego, muy curiosas: A lo largo de esta Semana Santa, en Long Island ha tenido lugar un derribo: el la mansión de Land's End en Sands Point, la casa en la que se inspiró Francis Scott Fitzgerald para la que, en la ficción, era el hogar de Daisy Buchanan. Se convertirá en varias casas de lujo, cinco, cada una con un precio de salida de diez millones de dólares. Se trata de la última de las propiedades de la Costa Dorada de Long Island que se mantenía en pie.
Y, en estos mismos días, coincidiendo con el día del Libro, ha llegado a las librerías españolas El precio era alto. Una recopilación de diecinueve relatos de Scott Fitzgerald. Han tenido que animarse a cruzar el charco los editores de Eterna Cadencia para que los seguidores de Scott Fitzgerald puedan, esta vez sí, decir que pueden tener todos sus cuentos en los estantes de su biblioteca. Hasta ahora, pese a que se encuentra en el mercado una edición titulada Cuentos completos, no podían leerse todos los relatos de uno de los grandes autores de la Generación perdida. Porque, pese a lo que dice el título, faltaban muchos, diecisiete al menos, relatos en ese libro como para poder llamarse así. Con la reedición de El precio era alto se soluciona un vacío importante.
El origen de este libro es curioso: En 1982, hace ahora casi treinta años, se publicaron dos volúmenes en la colección Libro amigo de Bruguera con el título El precio era alto, que era la traducción íntegra del volumen publicado en los Estados Unidos en 1979 bajo el título The Price Was High: The Last Uncollected Stories of F. Scott Fitzgerald. Para los que no sepan inglés Los últimos, o definitivos, cuentos nunca recopilados de Scott Fitzgerald. La traducción la firmó Marcelo Cohen.
Supongo que por motivos mercantiles, dicha recopilación no se reeditó nunca desde entonces. Yo tengo el ejemplar que aparece en la foto porque uno ha sido, de siempre, aficionado a revolver en las librerías de viejo, pero era, ya, un título que no se encontraba en librerías. Además, el hecho de que hace ya unos diez años en la colección de recopilaciones de cuentos en volúmenes de gran formato de Alfaguara se editasen en dos volúmenes los que se titularon Cuentos completos -reeditados en uno sólo con el nuevo diseño de la colección el año pasado, es el que se ve en la foto- creó la confusión de que, realmente, se incluían en ese libro todas y cada una de las narraciones breves que firmó el autor de El gran Gatsby. Pero no era así.
Scott Fitzgerald, como todo aficionado sabe, vivió una vida digna de cualquiera de sus relatos. Su relación con Zelda, la afición mutua a la bebida y su obsesión por los ricos marcaron su biografía. Scott Fitzgerald consiguió que todo el mundo conociera sus dos nombres en un país donde la gente tiene tan sólo el nombre de pila, lo que habla a las claras de su temprano éxito, del reconocimiento casi automático que obtuvo y, paradójicamente, de como su estrella se fue eclipsando, quizás injustamente, a medida que ascendía la de su amigo Ernest Hemingway y su compañero de generación, quien finalmente recibió el premio Nobel: William Faulkner. Mientras tanto, él no hacía más que escribir numerosos relatos para vender a las revistas y obtener dinero fresco con el que intentar mantener el excesivo tren de vida que su mujer y él pretendían llevar. Muchos de esos relatos se recogieron en El precio era alto.
Puede resultar demasiado sencillo relacionar esos objetivos eminentemente crematísticos de la su escritura con la calidad de estos textos. Pero sería injusto, además de apresurado. En estas narraciones está el mejor Scott Fitzgerald: el estilo grácil de su escritura, la capacidad de introducirse en la psicología de unos personajes escurridizos, y su vocación narrativa. De hecho, puede afirmarse que en estos diecinueve relatos hay más de lo mismo que siempre nos ha dado: momentos de un intenso y emotivo placer lector.
Por suerte, el libro ya está al alcance de todo el que quiera leerlo.
Francis Scott Fitzgerald El precio era alto Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2010