01 mayo 2006

Definiciones

No quiere uno, la verdad, pero es que me lo ponen muy difícil. La semana pasada hubo una temática política recurrente, y esta peca un poco de lo mismo, al menos de momento –supongo que lo de comer y tomar copas de vez en cuando con un grupo de amiguetes que están descubriendo la filosofía, más particularmente su terminología, y están hablándole a uno todo el rato del hombre político, y la actitud política, como si estuviera uno en la academia de Platón debe tener parte de su culpa en todo esto.
Leo en una noticia que el simpático del líder de la oposición británica es un verdadero político, de los que ha comprendido a la perfección que importa más lo que uno aparente que lo que sea. Resulta que David Cameron, el líder tory, se va algunas veces al trabajo –suponemos que este hombre trabaja en el parlamento, o al menos es el lugar donde debería hacerlo- en bicicleta. Que no lo hace por salud está claro, una mirada a cualquier mapa de la capital británica permite ver que, de Notting Hill –donde vive- al parlamento no hay una tirada tan grande como para pensar que haga mucho ejercicio. Esto no tiene nada de extraordinario, es algo que hace mucha gente. Lo que no lo es tanto es que valiéndose de esa práctica saca a relucir un ecologismo militante un tanto extraño. Y digo que es extraño porque, mientras el buen hombre pedalea un coche oficial hace el mismo recorrido con su maletín de trabajo, su traje y sus zapatos. O sea, que lo único que sacamos en claro es que este hombre es un buen actor o es decididamente tonto. Con gente así cómo no va a ganar Blair todas las elecciones que quiera, lo de menos es el pelo de su señora, hombre.
Lo que a uno le gustaría de verdad ver es a un político yendo al trabajo en transporte público, como un trabajador responsable cualquiera. Si uno tiene que soportar esas campañas de promoción del transporte público, lo mínimo es que prediquen con el ejemplo. Así podrá conocer de primera mano, no por estadísticas y sonrojantes informes que preparan los think tanks cómo es la vida de sus ciudadanos. De vivir en Madrid podría disfrutar de las interminables esperas de un autobús que siempre viene lleno y en el que hay como sardinas en lata, de esos trenes de metro atestados que se quedan detenidos casi una hora en túneles –cuando circulan y no hay huelga, claro- o de esos cercanías que son puntuales pero que van siempre hasta la bandera de gente en las horas punta –que son en las que se usan, a qué mentirnos. Todo eso si a donde va hay transporte público, claro, que si no pague usted un parquímetro a precio de oro.
En fin, que, como dicen mis amigos, se convertiría de verdad en un político, alguien que conoce y se preocupa por los asuntos de la polis, de la ciudad y sus habitantes. Claro que yo, algo más escéptico, pienso que sí que es, de verdad, un político.
Más finos son, en cambio, en Francia –mis amigos los filósofos son descaradamente francófilos y en eso, como en otras cosas, demuestran estar acertados- y si no que le pregunten a Chirac y Villepin. Cuando uno sabe que, como político –otras de las características del político es saber ser un buen vendedor de su propia imagen- está perdiendo la partida frente a un competidor, parece ser que debe estar dispuesto a hacer lo que pueda, y eso es lo que ellos, como buenos políticos, han hecho. Sarkozy es un líder político de derechas de los que le gusta a la nueva burguesía europea, la que vive en guetos voluntarios y no conoce más terror que una congelación de cuentas. Como todavía no podían prever que los jóvenes de los suburbios pedirían ser considerados como seres que existen –hasta que se echaron a la calle a quemar coches y montarlas no eran más que estadística- y que el ya ministro actuaría con profesionalidad encomiable llamándoles chusma, decidieron que había que involucrarle en algún negocio turbio. Así que el primer ministro que ha llegado a su cargo sin elecciones de por medio y el presidente que salió elegido cuando los franceses, por perezosos, se vieron obligados a elegir entre el neoliberalismo sin trabas o la ultraderecha, decidieron implicarle en un conglomerado de cuentas extranjeras destinadas a cobros de sobornos.
Digo que son más finos porque han realizado una labor digna de un fino político de raza: manchar irremisiblemente al rival. Lo mejor es que digan que no es para tanto.
Lo terrible de esta historia es que son todos del mismo partido, luego se supone que su objetivo debería ser el mismo, pero se conoce que no, que el político es, hoy, no un hombre preocupado por los asuntos de su entorno, como piensan los bienintencionados estudiantes de filosofía, sino el que medra a costa de su entorno. No el que trabaja para, sino el que se beneficia de.
Vistas las cosas habrá que escribir a Víctor (García de la Conha) para pedirle que, en sucesivas ediciones del DRAE aparezca parásito como una de las definiciones de político. Con un poco de suerte tendremos para otro comentario, esta vez porque los políticos en general, y no sólo los del Bloque Nacionalista Galego, protesten. Soplagaitas.