05 enero 2007

La mirada real/ La realidad de la mirada

A mediados de los años ochenta comenzaron a llegar a España los libros de los autores minimalistas o realistas sucios de los Estados Unidos. En la mayoría de los casos su influencia ha sido meramente epidérmica, por eso se ven tantos escritores que ahora son malos, muy malos, o quieren parecerlo, y aunque se irían por la pata abajo si se les apareciera un ladrón con una navaja en la mano, les gusta escribir sobre reyertas, drogas, bares en los que no se atreven a entrar mientras esperan en la puerta al amigo que, él sí, se ha mezclado en ese mundo y le pasa la droga que se toman en sus bares diseñados por interioristas en los que siempre hay que pedir cócteles. Anda uno harto de esas novelas en las que los protagonistas visten como en las series americanas, con camisas de cuadros, sobre camisetas, vaqueros, gorras, que piden cafés y desayunos con beicon en los bares. Anda uno estragado ya de tanta literatura que nace de mala literatura, superficial, que no puede nombrar verdad alguna porque se ha nutrido siempre de sucedáneos. Anda uno muy cansado ya de la mayoría de la literatura de grandes almacenes, que sigue el dictado de la temporada, que muy poco aporta. A veces entiende uno a la facción dura de la crítica, esa que se ampara en nombres falsos y caretas para reclamar la atención sobre otro modo de entender la literatura frente a la corriente que todo lo arrastra en nombre de la cuenta de resultados.
Perforaciones es un libro de relatos que ha asimilado la faceta verdaderamente interesante del realismo sucio: la de saber encontrar la verdad detrás de lo cotidiano. Es lo que uno encuentra en los buenos cuentos de Carver, de Ford, de Wolf, una mirada que, afilada como un bisturí, desgaja el velo de la realidad más basta y simple para encontrar la poesía. Y eso se encuentra en algunos de los cuentos de este autor salmantino al que conoce uno de cierto tiempo porque estuvo matriculado en los talleres de escritura donde trabajo. Fue alumno de Ángel Zapata –por eso aparece en los agradecimientos del libro- y yo tuve el placer de leer uno de los relatos que se incluyen en este volumen: “San Martín” –uno de los mejores del libro- porque se publicó en uno de los libros que editamos con textos de los alumnos del taller. Como tuve que leer los cuarenta cuentos que se seleccionaron de los casi trescientos presentados para maquetar el libro, puedo decir que era el mejor del libro.
Lo que sucede es que Afilado –qué buen seudónimo- no ha caído en lo más fácil, que es imitar servilmente los textos de sus maestros. Aquí los padres no tienen problemas en la serrería, ni piden cafés americanos, no, aquí los padres hacen la matanza y beben Torres Diez. Aquí las hijas no se lanzan a la carretera camino del sueño californiano, sino que se escapan con su novio a Tenerife. Aquí nadie coge el Mustang, sino que aparcan la C15. Puede parecer tonto, pero no lo es. Carver supo siempre ver que esas realidades contradictorias que azotan las vidas de sus protagonistas, los sueños que les provocan esa ansiedad, están construidos y sujetos por los objetos más triviales y cotidianos. En un relato de Ford tiene importancia una taza de té, una mesa o un gesto. Y en los cuentos de Francisco Afilado la realidad está tejida con cada uno de los detalles que nos son imprescindibles pese a que normalmente no reparemos en ellos. Eso es, también ser escritor, seguir la máxima de Nabokov –sí, así soy yo, meto en un mismo comentario al genial ruso con los minimalistas yanquis, chulo que es uno- “acariciar los divinos detalles”.
Todos los amantes del cuento tienen en este libro una cita ineludible, sobre todo con dos o tres piezas de estupenda factura. Al relato mencionado, por ejemplo, le sobre un párrafo para ser perfecto. En estos días de literatura superficial y acomodaticia, alguien que usa nuestro entorno cotidiano para construir retratos profundísimos de nosotros mismos es digno de una lectura detenida.

Francisco Afilado Perforaciones Tropismos, Salamanca, 2006