17 enero 2007

Mil imágenes cuestan mil palabras

Aprovechando una tarde fría estuve ayer releyendo City of glass, el cómic que David Mazzucchelli y Paul Karasik realizaron sobre la novela homónima de Paul Auster. Lo hice, por supuesto, en la edición de Faber and Faber, la edición británica que reproduce la original de la editorial estadounidense Avon Books. El lector español puede buscar una buena edición en los tres comic-books que editó La Cúpula hace unos años –aunque lo va a tener bastante difícil, la verdad-, lo digo porque la edición que hiciera Anagrama hace un año, la que se encuentra con facilidad en las librerías, evidencia que no están acostumbrados a la edición de tebeos: ni el papel elegido, ni el tamaño de la caja son los que esta obra exige.
La lectura del texto sirve para clarificar dos cuestiones fundamentales:
Por un lado la robustez de una trama capaz de sostenerse independientemente del tratamiento narrativo o estético al que se la someta. La novela de Auster resulta fascinante para cualquier que se acerque a ella –yo recordaré siempre la impactante lectura que realicé, a mis dieciséis años, en la edición de Júcar- pero este cómic no lo es menos. Karasik, editor de la revista Raw, conoce de primera mano los problemas que el autismo genera –escribió junto a su hermana Judy el libro The Ride Together: A Brother’s and Sister’s Memoir of Autism in the Family- así que no es de extrañar que le interesara la historia de Peter Stillman, un hombre al que su padre cercenó el aprendizaje del lenguaje en la infancia para llevar a cabo un experimento.
Por otro lado, Mazzucchelli es un dibujante arriesgado, que ha evolucionado desde un estilo cercano al de Gene Colan hasta un aire personalísimo en el que se trasluce una capacidad innovadora evidente. Mazzucchelli es un autor escaso, con pocas obras, pero todas han sido extraordinariamente relevantes para el género. Daredevil: Born Again, Batman: Año Uno y esta pequeña obra maestra. Partiendo de una retícula de nueve viñetas, que usa como base, en cada una de las planchas se permite juegos fascinantes, combinaciones de viñetas, montajes orgánicos y, cuando lo ve necesario, rebasa los márgenes para lograr ilustraciones a página completa o de páginas combinadas. Resumiendo: consigue que una, en apariencia, férrea estructura resulte a los ojos del lector dúctil y cambiante.
El trabajo de Karasik y Mazzucchelli logra ir más allá de una adaptación servil, la lectura de este cómic no se restringe a una traslación de la novela de Auster a otro lenguaje, sino que es una creación auténtica, al convertir una historia narrada con palabras en otra narrada en imágenes. Los mecanismos son distintos y, por eso, los resultados también. No es ya la misma historia, o lo es y no lo es, y ahí radica el interés que para los que ya hayan leído la historia puede tener esta adaptación.
Por otro lado esa relectura me ha servido para confirmar que todo Auster, o al menos lo mejor de él, ya está en esa novela. Yo siempre lo he creído así y no me cansaré de decirlo, La trilogía de Nueva York es la gran obra de su autor.
La relectura de las relaciones entre ficción y realidad –esa ficción consensuada- que toma como referencia al Quijote y las teorías de Wittgenstein están en la base de todas sus narraciones. Ese azar omnipresente que tanto ha fascinado a los lectores de Auster –y que tantos plagiadores usan sin su maestría- es el síntoma de la capacidad de la invención humana, de nuestra imaginación, de influir en la realidad. Los personajes de las novelas de Auster son ficciones que solidifican la realidad, al mostrar las extrañas conexiones que solamente un creador puede no ver, sino construir.
Auster, Karasik y Mazzucchelli City of glass Faber and Faber, London, 2005