04 enero 2007

Vivir dentro del terror

El hombre es un animal extraño. No se imagina uno a cualquier otro espécimen de los que caminan sobre la tierra pagando por pasarlo mal. Y sin embargo somos muchos los que abonamos tranquilamente el precio de una entrada para que nos hagan pasar miedo. En el cine o en otros espectáculos, desfogamos la necesidad de pasarlo un poco mal. Yo creo que es porque tenemos la certeza de que en el fondo estamos seguros, de que ese sucedáneo que cuesta un puñado de monedas realmente no supone peligro alguno para nosotros.
Pasar miedo es una cosa, vivir dentro del terror es otra. Andrew Graham-Yooll tuvo que irse de su país por llevar la cuenta. Tan sencillo como eso. Por contar. Él trabajaba en el Buenos Aires Herald, un periódico editado en lengua inglesa para la nutrida colonia de británicos o descendientes de los mismos que habita la ciudad porteña. Cuando comenzaron los episodios de violencia en los años setenta comenzó a llevar una lista donde se incluían los muertos, fueran del bando que fueran, que se atribuían a los enfrentamientos ideológicos de los grupos de extrema derecha y extrema izquierda. Durante varios años esa lista fue la única fuente de información viable sobre el creciente clima de enfrentamiento político e ideológico que polarizó a la sociedad argentina y desembocó en el alzamiento de las Juntas militares, protagonistas de uno de los episodios más horribles de la Historia de la humanidad.
Este libro reúne las experiencias más directas, los recuerdos personales y sociales que él ha considerado más significativos de esa brecha de trece años que todavía –lean las noticias del día en diarios argentinos como Clarín, La Nación o Página 12 para poder comprobarlo- parece no haberse cerrado. No hace dos semanas un testigo de uno de los juicios que se están llevando a cabo contra los integrantes de las Juntas militares ha fallecido.
La dictadura argentina ha generado muchísima bibliografía. Desde el famosísimo “Informe Sábato”, editado bajo el nombre Nunca más y que reúne las conclusiones de la comisión de investigación formada bajo el gobierno de Alfonsín a los numerosos relatos de torturados –sólo decir la Escuela de Mecánica de la Armada a muchos argentinos les devuelve a la pesadilla-, e incluso, de todo hay en la viña del Señor, algunos autores que justifican el alzamiento militar y las acciones de sus dirigentes, escudados muchos de ellos, verdaderos asesinos, en la obediencia debida y demás zarandajas exculpatorias. La actitud de muchos dirigentes políticos en el Cono sur debería hacer pensar a políticos de aquí, ya sabemos todos de qué partidos, que con la sola existencia de una ley de Memoria histórica se echan las manos a la cabeza porque no conviene “abrir viejas heridas”, porque en realidad tienen miedo de que salga a la luz la realidad: que sus fortunas familiares y personales, que sus cargos políticos y estatus social son el fruto de la colaboración con el régimen franquista.En este libro se nos muestra, de un modo imparcial, ya que la brutalidad de reaccionarios e izquierdistas se refiere por igual, el clima de temor en que vivió la sociedad rioplatense esa época. El autor, que no se significó ideológicamente en ningún momento, tuvo que exiliarse definitivamente bajo la dictadura porque sabía que se había convertido en un objetivo más. Sólo por haber visto y haberlo contado. Conviene no olvidar que, cuando desapareció Haroldo Conti el único periódico que informó de dicha desaparición fue el Buenos Aires Herald, del mismo modo que fue el único diario que publicó la promulgación de la nueva ley por la que se prohibía hablar de los desaparecidos en medios de comunicación.En este libro van desfilando ante nosotros montoneros de izquierdas que dan ruedas de prensa en casas de niños bien y que se presentan ante los periodistas convocados como si todo aquello se tratase de la puesta de largo de una muchacha, también aparecen matones fascistas que no dudan en golpear a un hombre para sacarle información y amenazarle de muerte para, más tarde, invitarle a la inauguración de un restaurante. Graham-Yooll sabe que hasta el comienzo de la dictadura le mantuvo vivo conocer a gente de los dos bandos, que se acercaban a pedir copias de la lista que tenía para conocer las bajas de sus partidarios o las de los contrarios.Pero también sabe que fue ese conocimiento el que forzó su exilio. Como vencedores, los militares no podían permitir vivir a alguien que conocía su historial, y el cerco se cerró en torno al periodista, que huyó a Gran Bretaña. Tuvo que ser curioso vivir desde allí la Guerra de las Malvinas, y más curioso tener que retornar como testigo de los primeros juicios que se hicieron tras la caída de la dictadura, precisamente por lo narrado en uno de los episodios de este libro.
Aunque quizá lo más sorprendente sea el capítulo final, en que el periodista nos narra el encuentro que tuvo con dos militares, uno perteneciente al Ejército y otro a la Marina que torturaron a los detenidos. La hipocresía de uno de ellos cuando dice que ellos no torturaban porque para torturar hay que sentir placer y él sólo obedecía órdenes es hiriente. O cuando contesta a la pregunta de si violó a alguna mujer diciendo que un hombre no puede evitar excitarse al ver cómo reacciona el cuerpo desnudo de una mujer que recibe descargas eléctricas.
Todo eso lo registra Graham-Yooll, de todo ello da fe, con la mirada implacable del que está en medio del terror y no puede hacer otra cosa que levantar acta de ello. Todo lo expone en este libro que no analiza, porque conoce la imposibilidad de buscar explicaciones al sinsentido de la violencia y la tortura.
No es éste un libro para pasar el rato, pero desde luego es una lectura obligatoria.

Andrew Graham-Yoll Memoria del miedo Libros del Asteroide, Barcelona, 2006