23 agosto 2007

Muy pocas nueces en la cosecha del Boomeran(g)

Todos sabíamos que no iban a tardar mucho. Publicidad vírica, plataformas de desarrollo, era sólo cuestión de tiempo que los blogs fuesen utilizados como mecanismos de promoción mercantil y de proyección personal. Los primeros en acercarse al nuevo formato fueron los chicos de PRISA, particularmente La oficina del autor a través de un invento que llamaron Boomeran(g) –está claro que Juan Cruz piensa que lo mejor que le ha pasado nunca es hacer pandillita con la Balcells y los del Boom- eligió a un grupo de escritores para llevar un blog. Y allí hay de todo, para todos los gustos literarios.
Transcurrido ya un tiempo de la singladura se puede afirmar, sin que le tiemble a uno mucho la voz, que en las bitácoras del Boomeran uno puede encontrar más o menos lo mismo que en la de cualquier otro bloguero esforzado. O incluso menos.
Por ejemplo, los enlaces. Una de las cosas que demuestra el total desinterés de los congregados en torno al invento es que no aportan enlaces –y los que los aportan son previsibles, de meros recursos- y nunca o casi nunca establecen diálogo con los que comentan sus textos. Vamos a decirlo claro: la mayoría de los bitacoreros del invento de PRISA han vivido, o viven, su bitácora como una columna periodística que no ven en un papel. Ellos escriben y lanzan al mundo su botella. Y nada. Desatienden así una de las grandes ventajas del mundo virtual frente al tradicional formato papel, que es la de la retroalimentación. No, ellos siguen siendo grandes autores que, desde su púlpito, pontifican. Dudo mucho, incluso, que alguno de los casos lleguen a leer los comentarios que les hacen.
Los comentarios, análisis, dejan mucho que desear. Uno es consciente de que no es lo mismo hacer un texto diario que uno semanal o cuando le soliciten a uno la colaboración. Ahora bien, en muchas ocasiones el tono es más parecido al de los blogueros adolescentes que cuentan sus batallitas, salvo que, en vez de decir que “pillaron algo en el parque para aguantar hasta las mil”, los autores del Boomeran participan más del tono “mi buen amigo, el librero Fulano, me invitó el otro día a comer con el excelente escritor Mengano, qué razón tenía Zutano cuando decía que es uno de los grandes de la literatura actual, una pena que no lo conociera Perengano”. Y nada más. O sea, nombres propios, vacío, porque lo primero que debe aprender un escritor que quiera serlo es que los nombres son lo de menos, te los pone alguien que no eres tú mismo y son perfectamente intercambiables.
Pero es que ahí radica el único objetivo del Boomeran, en que haya nombres propios en su página web. Por eso se han lanzado a editar el primer año de algunas de las bitácoras que han albergado. Rocangliolo, Azúa y Figueras han sido los elegidos. No sabemos, no sé si llegaremos a saberlo nunca, si la edición de estos libros era parte del acuerdo. Supongo que sí, qué demonios, pero uno se plantea, tras una lectura asidua de los blogs referidos y la completa de uno de los dos libros, y de otro a medias, no he podido con más, por qué la gente del Boomeran no ha hecho lo que tenía que hacer, que era buscar a buenos bitacoreros, de los que llevan ya años haciendo maravillas con sus sitios de Internet, y darles a ellos la voz en una plataforma tan poderosa. Pero bueno, teniendo en cuenta que sólo les interesa la publicidad es normal que tan sólo busquen la marca.
Y, como viene siendo ya moneda de cambio común cuando se editan libros que recogen las entradas de un blog, no hay rastro alguno de los comentarios recibidos. No aparece ningún debate. Una vez más en el mundo editorial se desprecia lo mejor de un blog: la conversación e interactividad que genera.
A Rocangliolo no lo he leído, no me he animado, la verdad, así que lo único que podría decir es que no me ha llamado la atención. No sé si eso habla bien o mal de él –me da un poco igual que hable mal de mí, aunque sé que puede hacerlo- pero desde luego no he hecho ni el gesto de abrir Jet lag.
Hasta la mitad he leído el libro de Félix de Azúa, Abierto a todas horas, que me ha parecido un poco descafeinado. De Azúa uno espera más, más intensidad, más chicha, menos lugares comunes, menos halagos a los amigos, menos hacer política desde su obra –es increíble como barre para casa cada dos por tres con el asunto nacionalismo catalán vs. Ciudadanos. La verdad es que abandoné la lectura exasperado de tener que apartar tanta ganga para recibir tan sólo unas pepitas. De todos modos sí que he comprobado que Azúa es que el tiene más seguidores, comentaristas y asiduos de todos los blogueros de la casa, así que supongo que será el que más rentable salga a Alfaguara.
Y el que he leído completo es el de Marcelo Figueras. No sé si llegaré a leer alguno de sus libros –supongo que sí, tampoco voy a hacerme el duro ahora- y cuando leí este lo único suyo que conocía era la película Kamchatka, de cuyo guión es autor. No creo que Figueras sea un estilista –de hecho le preocupa muy poco serlo, afortunadamente-, ni es especialmente original en su concepción de la literatura, el cine, los blogs, etc. Me ha parecido un hombre muy normal, muy humano, y por eso lo he leído entero. Si hay una cosa que le queda clara a uno tras leer este libro, El año que viví en peligro –por cierto, menos mal que en la editorial no le han impuesto El año que vivimos peligrosamente, que es como se tradujo aquí la película de Peter Weir de la que coge prestado el título Figueras-, es que su autor es un ser humano que merecería la pena conocer.
Alejado del esnobismo en el que suelen caer escritores e intelectuales, sincero, entusiasta cuando el corazón le dice que debe serlo, con una concepción clara de lo importante en el arte –contar historias y enaltecer al hombre, algo que parece haberse olvidado-, cálido. Atravesar este año de la vida de Figueras ha sido, desde luego, agradable.
Sobre todo porque, además de encontrar a un ser humano vivo, en Figueras he encontrado a alguien con gustos similares –lo que en mi caso no me sirve como impulso a sentir simpatía por alguien, conozco verdaderos idiotas con gustos como los míos, lo que quizá indique que soy más idiota de lo que me gustaría reconocer- y que los vive con mi mismo entusiasmo. Walsh, The Smiths, Blade Runner, Alan Moore, y muchos más que ahora no recuerdo –lástima que en el Boomeran sepan tan poco de nuevas tecnologías: en la web no hay etiquetas, en los libros no hay índices onomásticos- aparecen para mi deleite por este libro.
Salgo de esta lectura con la sospecha de que, en el caso de encontrarme alguna vez con Figueras tendríamos mucho de que hablar, y que es posible que nos cayéramos bien, lo que no es poco.
Y saco dos conclusiones, del mismo modo que la revista Eñe ha tenido e detalle de demostrarnos lo poco –o nada- dotados de la mayoría de los autores de renombre para llevar un diario como Dios manda –en el caso de un escritor se trata de que tenga interés literario por lo que se dice en él, no por los nombres propios, la marca, de los interiores y portada-, gracias al Boomerán sabemos que, desde luego, la mejor literatura que se está haciendo en Internet no pasa por los blogs de estos congregados en torno al mercado y que, en la mayoría de los casos, tan sólo aportan nombre, ruido. Muy pocas nueces.
Marcelo Figueras El año que viví en peligro Alfaguara, Madrid, 2007