07 agosto 2006

De vuelta a casa... por veraneo

Ayer en el tren todas las conversaciones –por los móviles, por supuesto, que es como se tienen ahora las conversaciones, incluso cuando uno permanece cuatro horas encerrado con las mismas sesenta personas en un vagón- se iniciaban del mismo modo: “¿Estás en Madrid?” Bien fuera porque unos iban hacia la capital o porque otros volvían, todo el mundo quería ubicar a su interlocutor. Cuando la llamada la hacía el viajero tenía un indefinible aire de “¿Puedes quedar hoy?”. Y todo eso me recordó a los veranos de la adolescencia y la juventud, que se iniciaban siempre con una reunión comunicativa en la que todos los amigos nos enterábamos del verano de cada uno de los miembros del grupo. Así podíamos llegar a un punto común –separado de las vacaciones familiares, de los compromisos laborales de los más precoces, de las obligaciones escolares de los más perezosos- en el que se planeaba un viaje –siempre a un camping, siempre por dos duros, casi siempre frustrado- que era lo más deseado del verano. Hoy las cosas funcionan de un modo algo distinto, y uno tan sólo llama a falta de otro plan mejor, buscando un cómplice para unas copas y un poco de noctambulismo. Así que supongo que todo el mundo en el tren estaba loco por llegar a Madrid y tomarse un par de copas a la salud del verano todavía por gastar.
Yo dejé lo de la llamada para más adelante, justo para el momento en que me di cuenta de que no iba a poder dormir esa noche en casa. Mi barrio está de fiestas, lo que supone música a mil por hora, muchos borrachos por las calles y la cita, casi obligada, con la orquesta de turno –que pasa con una facilidad pasmosa del pop ontológico de Los brincos, “yo soy yo”, al teológico de La oreja de Van Gogh, “me abrazaría al Diablo sin dudar”- junto al puesto de gallinejas y entresijos que es de presencia obligada en toda festividad carpetovetónica.
Así que llega uno a la conclusión de que, en verano, todo el mundo quiere estar en Madrid y Madrid quiere estar en cualquier otra parte, como un pueblo en fiestas. Y uno, que sigue el consejo de “allí donde fueres haz lo que vieres”, se puso a bailar, a tomar copazos, y tiene hoy una resaca horrible que calmará de nuevo junto al escenario. Total, si no te dejan dormir…