11 agosto 2006

Ejercicio de crítica

Frente al hermetismo y el desinterés social que muestra la universidad española –no creo casual que el acceso a la universidad está cada día más condicionado al nivel económico de la familia del estudiante y que la escasez de salidas laborales no sea sino un reflejo de lo alejada de la realidad que está la institución y más particularmente los que trabajan en ella- hay centros en otras partes del mundo que demuestran la implicación que sostienen con el tejido social que las alberga. Un ejemplo paradigmático es la UNAM –la Universidad Nacional Autónoma de México, una de las mayores universidades del mundo- donde se toman muy en serio su labor de difusión de la cultura. Por eso publican una colección llamada Pequeños Grandes Ensayos en la que van editando textos fundamentales para el conocimiento de occidente a precios moderados, en ediciones cuidadas –con cronología, prólogos y a veces incluso epílogos- y con un formato ideal para su traslado –pequeñas ediciones en dieciseisavo que caben en cualquier bolsillo- y deleite.
Cuando en España algún rector saca pecho y comienza a hablar de las excelencias y virtudes de su universidad –y los ejemplos que muestran suelen ser casi siempre el dinero que poseen para estúpidos laboratorios en los que desarrollan patentes para empresas privadas- se olvidan de que hay gente que no puede permitirse ir a la universidad –por cierto, como aviso para navegantes ingenuos digo desde ya que los comentarios absurdos del tipo “hay becas para los buenos estudiantes” o “hay créditos blandos para los futuros profesionales” serán recibidos con una sonora carcajada, en la mayoría de los casos esas becas se limitan a cuatrocientos eurillos, y que me digan cuántas pipas se compran con eso- y que sí podrían, al menos, permitirse comprar unos libros que les hagan menos manejables a manos de los dirigentes políticos y económicos –libros que, por cierto, tampoco leen la mayoría de los estudiantes universitarios aunque sí los tienen a mano, y así les luce el pelo.
Ya se habló en este blog de uno de esos títulos, Del deber de la desobediencia civil de Henry David Thoreau. Otro interesantísimo título, sobre todo para los interesados en la literatura –y sobre todo en la del siglo xx- es De lo real maravilloso americano de Alejo Carpentier.
El ensayo es la publicación exenta del último de los ensayos del libro Tientos y diferencias, que, a su vez, es una ampliación del prólogo que antepuso a su segunda novela, El reino de este mundo. La verdad es que la parte realmente interesante del texto estaba ya en el prólogo de la novela, por lo que no acaba uno de entender las razones de esa amplificatio.
Parece ser que Carpentier vivió un viaje que hizo a Haití como una revelación personal y literaria. Allí descubrió que la visión europea, que considera extraordinario todo lo relacionado con el nuevo mundo no es tal. Podría serlo para un europeo, al que la exuberancia natural del continente americano descoloca, pero para un nativo es simple y llano realismo. No hace más que contar lo que ve, y es ese realismo maravilloso lo que se obtiene. Esta tesis de Carpentier –que es su principal aportación crítica a la literatura- ha sido seguida por ejemplo por García Márquez que confiesa en El olor de la guayaba que para él no hay nada mágico en lo que narra, que eso está ahí, delante de los ojos de cualquier americano. Aunque al mismo tiempo sostiene que su estilo, ese realismo mágico como se le ha etiquetado aunque, todo hay que decirlo, el término lo acuñó el alemán Franz Roh en 1924, consiste en narrar los hechos más inverosímiles con cara de palo, como lo hacía su abuela Úrsula.
La tesis, que podría ser muy válida –hay otra, interesantísima de Joé Nitrik en la que postula que el Barroco en general nació de América, y que el movimiento cultural que se dio en todo occidente habría sido impensable de no llegar noticias del nuevo mundo- viene lastrada por un principio básico que señala incluso en el estupendo prólogo Gonzalo Velorio –autor del que habrá que conseguir algo-: Carpentier, que vivía en Europa y se había formado culturalmente a la sombra del surrealismo y la intensa vida cultural parisina, no puede evitar adscribir el adjetivo maravilloso a ese realismo. De ser su tesis cierta, de tener una visión verdaderamente americana, él debería haber llamado a ese movimiento realismo, así, a secas, puesto que no comportaría maravilla alguna más allá de lo cotidiano y real de la vida del indígena. Pero ese adjetivo desvela su formación y, lo que es peor, visión europea y europeísta, que trastoca su modo de pensar.
Y lo problemático de tal caso es que, de haber hablado de un mero realismo, colocaría a la narrativa hispanoamericana en una preocupante situación, adscrita a un movimiento ya muy caduco en aquellos años, de innegable fuerza artística, pero que en Europa estaba superado. Y aun así algo acierta, puesto que lo verdaderamente revolucionario de los autores del boom, preboom y posboom es el uso de formas realistas para narrar discursos mucho más subversivos o, si se quiere ver de otro modo, de violentar esas fronteras del realismo.
Tal vez habría sido más oportuno haberlo denominado realismo integrador –porque así por un lado se podría pensar que se integra en la realidad americana en sí o que integra ésta al movimiento realista o, de un modo más audaz e interesante, que integra dos posibilidades –dos líneas de fuerza las ha llamado Eduardo García en Una poética del límite- que serían la herencia ilustrada y la herencia romántica, el logos –realismo- y el mito –maravilloso.
Hay que leer de todos modos este texto fundamental de Carpentier, que es una referencia importantísima dentro de la literatura hispanoamericana. Y a ser posible en la encomiable edición de la UNAM. Como reza la frase de todas las contraportadas de la colección: Lee este libro: puede cambiar tu vida.

Alejo Carpentier De lo real maravilloso americano UNAM, México, 2004