06 diciembre 2005

Amor del bueno




Hoy está de suerte: Puede ir corriendo a la librería y comprar un muy buen libro. Seguramente lo tendrá que encargar porque está editado por la Obra social de Caja España. También puede aprovechar este maravilloso medio que es Internet e ir a la página de la obra socia de esa caja de ahorros y comprarlo a través de la web. Se llama Amor del bueno, su autor es Víctor García Antón y resulto vencedor del certamen Caja España de libros de cuentos del año 2004. Además, uno de ellos, Un cisne de porcelana (o las mujeres francesas) ganó el Gabriel Aresti al mejor cuento el mismo año.
Tengo la suerte de haber leído algunos de los cuentos que componen el volumen antes de que este se editara. La razón es que Víctor y yo somos amigos, creo que buenos amigos porque estoy en la lista de agradecimientos que cierra el libro, porque tuve la suerte de compartir con él un curso de verano de estos que organizan las universidades para que los profesores asociados saquen un sobresueldo y pasen unas vacaciones económicas con algunos amiguetes. Luego fuimos cortésmente invitados a una tertulia, -gracias Javi, gracias Juan Carlos, no me olvidos de vosotros- donde conocimos a más gente maja y nos hicimos amigos.
Benítez Reyes dice que el único encuentro veraniego de estos que ha servido para algo fue al que acudió Giovanni Tomasi de Lampedusa con su primo y que le hizo ver que cualquiera puede dedicarse a eso de la literatura, por lo que se puso manos a la obra y de ahí surgió esa maravilla llamada El gatopardo. Yo creo que aquel taller en Aranjuez fue muy importante para mí, ahí conocí a muy buenos amigos y la vida me ha hecho situar allí el inicio de parte de lo que soy ahora. Y de eso hace tan sólo tres años y medio, a veces da vértigo ver qué rápido va todo.
Vuelvo al asunto. En esa tertulia tuve la suerte de leer por primera vez algunos de los cuentos que están aquí reunidos. Recuerdo esas historias como algunas de las mejores que leímos en el café Comercial por aquella época y una de las grandes alegrías que me deparó la tertulia fueron esos relatos.
Es una pena, porque de no conocerlos antes los habría podido descubrir ahora en este estupendo libro, junto a otro montón de cuentos que no había leído, y que me han tenido abstraído durante una tarde. Casi me alegro más de no conocerlos todos antes de haber leído el libro, o tal vez lamento el no haberlos leído ya para haber podido releerlos esta vez. Una tarde, no se tarda más en leer el libro, porque lo va uno engullendo como un buen pata negra, porque sin darse cuenta ya ha acabado uno el plato.
Alguno estará pensando: claro, todo esto lo dice porque el autor es amigo suyo, y es verdad, lo escribo aquí porque Víctor es mi amigo, y puedo referirme a él con su nombre de pila, sin usar apellidos, pero por esa razón podría uno poner aquí comentarios de otro montón de libros y no lo hace uno porque tiene vergüenza, y no le gusta dar gato por liebre. Si un amigo hace un mal libro le doy las gracias cuando me lo regala y santas pascuas, que tampoco va a estar uno perdiendo el tiempo el tiempo en hablar de él y hacérselo perder a los demás porque sí. Si ocupa espacio aquí es porque este es un libro muy bueno.
Lo son algunos de sus cuentos por separado y lo son todos como conjunto. Y esta frase ya debería ser aviso de navegantes porque significa lo que quiere decir, que algunos cuentos como tal, independientes, no serían brillantes, pero que como conjuntos son necesarios para dar todas las caras de esa cosa tan extraña que hemos dado en llamar amor.
Este libro tiene las características de El por qué de las cosas de Quim Monzó, al que tanto debe y se parece y del que es tan distinto, ya que es, más que una colección de relatos, un libro de relatos, un conjunto que cobra un sentido mayor cuando leemos todas y cada una de las piezas que lo componen.

Me contaba el otro día Víctor, y esto lo debería haber contado en un prólogo, que el libro se llama así porque en un viaje por América, no recuerdo si me dijo Cuba o México o algún otro lugar del Caribe, había visto un bar que se llamaba así: Amor del bueno, y que por lo visto era un bar de lesbianas. El conjunto de hombres y mujeres patéticos que protagonizan estas historias deberían pasar por allí a tomarse una copa, ya que el dueño de ese bar tuvo el acierto de ponerle ese nombre y permitirnos que así todo ser humanos pueda conocer ese concepto maravilloso.
La lectura de este libro nos demuestra que ese amor no existe, que el amor no puede ser bueno para serlo de verdad, porque el amor ni es oro, ni es un brillante. El amor tiene que ser, por definición, malo, impuro, mestizo, humano.
Son diecisiete cuentos, poco más de cien páginas, pero se leen con la ligereza de un artículo y dejan el poso de una metafísica. ¿Estoy siendo exagerado? Es posible, Víctor es mi amigo, lean ustedes el libro y ya me contarán si he sido generoso o, como todo humano que ve que a un amigo le va bien, he sido un poco envidioso y he regateado los elogios.