09 febrero 2006

La bata de paño

Cuando Borges se imaginaba la literatura como un enorme laberinto en el que uno se pierde, en el que se van encontrando nuevas puertas, eternos corredores, no andaba desencaminado. La lectura de un libro es, normalmente, la entrada a otro, y este a su vez a otro, hasta quedar perdidos en la enorme y vasta literatura. Todo libro es, por tanto, eterno, tal y como imaginó Borges en su libro de arena.
Mucho se ha escrito y dicho acerca de las similitudes entre Internet y ese libro eterno.
Las rutas a seguir en este mundo paralelo son infinitas. Ayer fui siguiendo el hilo -perdonen que continúe con la simbología del laberinto cual Teseo, piensen que soy un hombre con cabeza de toro, o un toro con cabeza de hombre- de la página Literaturas.com al blog de Edmundo Paz Soldán, y de este al de Iván Thays, hasta llegar a otro llamado Ficciones dedicado al autor más repetido en esta entrada. Una dura jornada.
Pero mereció la pensa porque en el camino descubrí a un colectivo llamado Bata japonesa que, ambiguamente, ha tomado su nombre de una genial carta del siempre tierno, siempre ingenioso, posiblemente el mejor autor peruano del siglo xx: Julio Ramón Ribeyro. Dice la carta:
Alida me trajo del Japón una linda bata de seda natural, un kimono, de amplio vuelo y anchas mangas. En la primera oportunidad que estuve libre en casa me la puse y allí empezó el desastre. No había perilla de puerta o esquina de mesita donde no me quedara enganchado. Cada vez que me lavaba las manos el agua me entraba por las mangas. El gato se dedicó a perseguirme y lanzar zarpazos a la flotante vestidura, creyendo que le estaba proponiendo un juego. Como estaba solo tuve que hacer la vajilla y cocinar y en consecuencia me salpiqué todo de detergente y en el momento de freír mi bistec estuve a punto de arder como una antorcha. Comprendí que la indumentaria, la vestimenta, es fruto y está adaptada a un modo de vida y una función. La bata japonesa era lo menos apropiado para un departamento parisién, que son muy pequeños y están atiborrados de muebles y objetos puntiagudos. La bata japonesa es solo cómoda y funcional en una casa japonesa, que está dotada de habitaciones que sin ser grandes son austeras, donde no hay casi muebles. Ni puertas, ni perillas, ni puntas. Aparte de ellos la bata japonesa no va con quien tiene que hacerse todo en casa, sino con quien lleva una vida contemplativa, ocupado en el ocio, la meditación, la conversación, servido por diligentes mujeres y no para quien vive en una sociedad donde la mujer emancipada ha forzado al hombre a compartir los trabajos domésticos más arduos. En suma, archivé la bata japonesa en el ropero y me puse mi vieja, desteñida y personalísima bata de paño. Muchos escritores cometen el mismo error. Atraídos por el exotismo, la moda, el lustre, dejan de lado su indumentaria natural y se revisten de la bata japonesa. Arruinan la bata, todo les sale mal, quedan disfrazados.
Me parece una de las mejores manera de definir lo que es el trabajo de un diario, el día a día de un autor quitándose la bata japonesa, o el traje de la oficina, para ponerse la bata de paño raída, y hablar, cómodamente, largo y tendido, de lo que a uno le pasa por la cabeza. Siempre con la esperanza de que ese algo sea un poco interesante.
Eso es un diarista -y en estos tiempos étereos el escritor de blogs- alguien que escribe con su vieja bata de paño.