22 febrero 2006

La vida en technicolor

Hoy ha sucedido.
Como si se hubieran puesto de acuerdo, quién sabe si no ha sido así, tres de los grandes tabloides españoles se han lanzado a poner un poco más de color en nuestras vidas. Para mi sorpresa, ha sido el día de hoy, 22 de febrero, cuando en El País, El Mundo y La Vanguardia se han animado a imprimir en color algunas de las páginas interiores de los diarios. Bueno, algunas no, las de la sección deportiva. El Mundo ha colocado tan sólo la portada de la seción deportiva en color, en La Vanguardia han colocado cuatro páginas en color, la portada de deportes y la siguiente, y otras dos, siguiendo, como es normal, la estructura de la rotativa para poder usar los mismos rollos de impresión. En El País no se han conformado con colocar la portada de la sección deportiva en color sin que han restructurado buena parte del periódico, integrando la información local tras la nacional y desapareciendo como cuadernillo interno, tal y como sucedía hasta ahora.
Alguno recordará la apología que se hizo en este periódico de acitudes quijotescas como la de los lectores asiduos del FAZ, que reivindicaban un periódico de alta exigencia con el lector en el que poder analizar la noticia con total libertad frente a la información apresurada, siempre superficial, de la imagen.
Por eso sólo se puede lamentar que, en su guerra con los tabloides gratuitos -que sirven sobre todo para alfombrar las calles como habrá podido comprobar cualquier transeúnte de las diez y media de la mañana- y la prensa ligera e intrascendente que se practica en los tabloides deportivos -y no se salva ni uno: Marca, As. Sport y Mundo deportivo, por citar los más grandes-, hayan decidido rebajar sus planetamientos y unirse al estilo fácil, al halago meramente visual.
Alguno dirá que es exagerado, porque a fin de cuentas ya colocaban fotografías en dicha seción y tampoco es que fuerna muy profundos los textos que las acompañaban, pero es que ahí radica el problema. Todo lector medianamente atento se habrá dado cuenta de que, en las informaciones culturales, económicas, políticas y demás, prima la palabra, el mensaje, frente al apoyo visual, de descanso y refuerzo que es la imagen. Así es un medio de comunicación escrito, la palabra es lo importante, porque es con lo que se comunica, y la imagen sirve de apoyo, justo al contrario que la televisión, donde un señor hablando a una cámara es menos interesante que ver las imágenes de lo que ha sucedido. Que la batalla por informar rápido la ha ganado la televisión y la radio es un hecho indiscutible, que la prensa ha encontrado en el análisis y el sosiego su principal camino hacia la subsistencia también, pero, ¿por qué caer en la rapidez, la ramplonería de la prensa deportiva? Ahí es donde comienza el problema, la prensa deportiva sale en color porque sus lectores no leen los textos, no es eso lo que buscan, sino volver a ver lo que contemplaron el día anterior, confirmar lo que saben. Un comprador de prensa deportiva ya sabe los resultados, pero va a comprobar si sus percepciones son ciertas, va a alimentar su afición -de ahí que los diarios deportivos se adscriban de un modo más o menos evidente a unos colores, siempre de un equipo grande, porque saben que eso les asegura lectores y tirada- y por eso quiere imágenes en color que poder mostrar en sus conversaciones en el bar o colgar de la pared.
La banalización que supone trasladar dicho sistema a la prensa, llamémosle seria, dicho sistema es que se abre la veda para que los textos de dicha sección sean directamente intrascendentes, mero relleno de página.
Hoy los diarios saben que su principal competidor es Internet, y la manera de atraer al lector es el color, dejar de tener la gris apariencia de un libro, de la letra impresa, para ajustarse a la estética del colorín y la revista de cotilleo pertinente. Pero, en ese trayecto, la prensa como medio se desvirtúa y se diluye su potencia. Esperemos que tan sólo estemos presenciando el ajuste del medio de comunicación a lo banal del asunto, mucho me temo que no es eso lo que sucede.