23 febrero 2006

Programas estravagantes, o estomagantes, o esto... mangantes

Con la misma mezcla de repulsión y fascinación ante la atrocidad con la que contempla uno las imágenes del exterminio judío, por poner un ejemplo, o de un enfermo de anorexia -creo que nos sucede a todos más o menos lo mismo, que la repulsión que sentimos no nos impide mirar esa puesta en escena de la muerte y nos quedamos contemplándolo fascinados- me quedé ayer a ver el programa Estravagario de la segunda cadena.
Por encima de la evidente incapacidad de Javier Rioyo para llevar un programa de libros, convirtiéndolo en un escaparate-catálogo de productos de o afines a el grupo Prisa, y evidenciando en cada entrevista que, o bien no se ha leído el libro, o bien que no se ha enterado de nada. David Torres, sobre todo, le supo parar lo pies y lidiar con el berraco que tenía entre manos en un par de ocasiones -uno sigue sin entender por qué se lleva a alguien a un programa para entrevistarle y luego no se le deja hablar-, y Javier Calvo -siento mucho decirlo pero su novela El dios reflectante es una de las peores cosas que he leído- con un aire más desenfadado, más irónico, también lo supo manejar en mayor o menor medida. Pablo Sánchez, el tercero de los invitados, que no reside en España y se topó de golpe y porrazo con el mastuerzo lo llevaba con la elegancia del sueco que o lo es o se lo hace.
Aunque el gran momento de ese programa dedicado a los libros, y por extesión al lenguaje, llegó cuando pasaron una entrevista realizada a Julian Barnes. Afortunadamente conservan la voz original del autor sin pisarla con un molesto doblaje, por lo que pudimos disfrutar del irónico y cadencioso decir del británico. Lo sorprendente vino cuando comenzó uno a fijarse -esa fijación por el detalle que ya me ha dicho mi terapeuta que me traerá cada vez más problemas- en los subtítulos. Ni una mayúscula. Ni en nombres propios, ni al inicio de frase, de hecho no existían los puntos, usaban las comas, y porque de no hacerlo eso sería un galimatías. De hecho yo tenía la ventaja de tener bastante soltura con el inglés, así que me enteraba de todo sin leer los subtítulos, pero una persona que no estuviera en mi situación se las desearía para entender el mensaje de Barnes. Pensé en mis amigos literatos que hablan francés y que estuvieran leyendo esos subtítulos.
¿Cómo demonios pretendemos que los jóvenes aprendan a escribir con corrección y no como si todo fuera un SMS y permitimos que, con el dinero de todos los españoles se fomente la mala ortografía? ¿Será porque, en honor a Neruda, el título del programa es ya una muestra manifiesta de la incapacidad de escribir correctamente? ¿Por qué tenemos que pagar todos los españoles la publicidad de un grupo mediático y de presión que tiene ya numerosos mecanismos para su promoción? ¿Por qué demonios ponen a este mastuerzo a hacer un programa de libros? Ha conseguido que eche de menos a Sánchez Dragó, y mira que me cae mal.