07 febrero 2006

Últimas tardes con Marsé

Creo que hoy he tomado una decisión. Juan Marsé va a ser uno de los pocos indiscutibles de este espacio. Así que, ya que le tendré como referente, pido desde aquí a la Real Academia -cualquier cosa con ese adjetivo no puede ser buena- y al gobierno que lo quiten de sus quinielas. Ni académico, ni Cervantes, ni leches. Déjenlo vivir tranquilo y en paz.
Hoy, en el Diario Vasco -¿por qué demonios si uno quiere estar bien informado debe leer medios que no sean de Madrid?- aparece una magnífica entrevista a Marsé con la percha de la reedición de su novela Últimas tardes con Teresa en la editorial Seix Barral -es genial hasta para hacérsela a las editoriales, ¿qué fue de esa Biblioteca Marsé que estaba publicando Lumen?- en la que habla alto y claro sobre el arte y el mercado:
Siempre abundará la literatura que oculte las obras de arte auténticas, y ayudada además por los medios de comunicación. ¿Por qué se lee más La sombra del viento, El código Da Vinci y estas cosas y no Kafka...? Bueno, del mismo modo que se ve mucho más cine malo que bueno y se escucha una música infecta cuando la hay genial. No sé, pero quejarse por eso es absurdo. Y lo único que se puede hacer es enseñar a desarrollar el criterio personal y unas formas exigentes en relación con el propio arte, y esto ya es problema del sistema educativo de cada país.
Por cierto, espero que alguien le haga llegar estas líneas a María de la Pau Janer.
Aunque es mucho más interesante lo que nos dice sobre la corrección, sobre la continua depuración de la forma que se debe imponer un autor.
Yo nunca acabaría de corregir. Cuando se me propone una nueva edición de mis obras siempre las reviso, y la verdad es que disfruto haciéndolo. Es el trabajo más agradecido. Lo jodido es el papel en blanco, pues el resultado es siempre muy decepcionante, y no se parece ni de lejos a lo que uno pretendía. Así que me gusta trabajarlas cuando ya tienen cara y ojos.
¿Qué sería de nosotros sin Marsé? Pues seguramente seríamos poco más o menos como somos, tampoco habría cmabiado gran cosa, pero echaríamos en falta una voz de prestigio y honesta diciendo un par de verades de vez en cuando. No por creerse más que nadie, sino precisamente por no creérselo.