02 febrero 2006

Las relaciones

Aunque hablar de uno es horroroso -el yo es odioso decía Montaigne-, voy a volver a hacerlo.
He comprobado que mis relaciones con los libros se parecen en muchas ocasiones a las que tengo con las mujeres. Supongo que no soy especialmente original en eso, pero ayer por la noche contemplé como terminó de fracasar otra relación -con un libro, pueden estar tranquilos- y tenía una extraña necesidad de contarlo.
Creo que el proceso de las relaciones es, más o menos, siempre el mismo. Uno coincide con una chica en una fiesta, en un bar, en algún lugar y le atrae. Qué coño, le gusta. Así que se echa a hablar con ella y, si hay un poco de suerte, conseguirá pasar un buen rato y a lo mejor quedamos con ella otro día.
Con un libro, por ejemplo uno de relatos, sucede más o menos lo mismo. Cae en las manos de uno un libro, por ejemplo: una antología de cuentistas vascos un poco extraña que se editó en los Estados Unidos antes que aquí porque hay una cátedra de literatura y lengua vasca en Reno, estado de Nevada. Daría para todo un libro averiguar cómo se termina montando una cátedra de vasco en la segunda ciudad más grande del estado de Nevada tras Las Vegas. No se imagina uno a un harri-jasotzaile -ahí es nada, para los no vascoparlantes les aclaro que se trata de un levantador de piedras- dejándose las pestañas en el blackjack, aunque cosas más raras se han visto.
Pues bien, cae un libro en tus manos y le echas un vistazo, y lees unas líneas interesantes de la poética de un autor, luego el relato seleccionado. Y no está mal. Así que hace uno como con la chica, intenta verla más a menudo, lo que en el caso de un libro se traduce en que se va uno a la librería a comprar un libro que sea solo de ese autor. Uno enterito.
Así comienzan las relaciones. Una visita a una librería bien surtida de libros rarillos y el libro de Harkaitz Cano para casa. Unas cervezas un día, un cine otro, alguna cena. Cuando uno se quiere dar cuenta tiene un cepillo de dientes más en el cuarto de baño y algunas bragas en la colada. O bien tiene un nuevo libro en la mesilla de noche al que se le echa mano antes de dormir.
En algunas ocasiones, las buenas, uno lo vive con pasión. Solamente quiere estar con la chica/ el libro y todos los momentos que le dedica son pocos. Creo que no cuento nada nuevo.
Pero otras, por desgracia, no es así. Y lo que comenzó con mucha euforia -bueno, a mí me gusta empezar las cosas con euforia- se va desinflando. Uno se inventa excusas laborales o familiares para no ir al cine, o deja el libro en la mesa de café del salón donde están esos otros enormes y llenos de fotografías para que las visitas los hojeen. Lo va dejando de lado.
Hasta que algo sucede y uno ya no quiere ni ver de nuevo al libro. A mí me ha sucedido eso ayer. A medida que había ido conociendo más el libro me convencía cada vez menos. Si tiene una sonrisa bonita, Ya pero no la enseña nunca. Si es original, Sí, pero las historias no tienen ni pies ni cabeza. Es muy hacendosa, Sí, pero le huele el aliento. Las historias son divertidas, Sí, porque es casi imposible que haya tantos errores juntos, de no ser patético sería cómico. Y así uno, que debe tener alma de masoquista pero sin saberlo, se endilga el libro entero esperando no sabe muy bien qué -a lo mejor lo que soy es un optimista patológico- hasta que, en las últimas páginas, lee: "A los hombres les gusta infringir daño a sus semejantes", o algo así, y tira uno el libro al pasillo, donde estaba esta misma mañana junto a las guías telefónicas aún retractiladas que me dejaron hace un mes.
Cuando he salido de la ducha me he dado cuenta de que llevo mucho tiempo esperando encontrarme un buen cuento en otro libro que también de vez en cuando busco por ahí. Así que he cogido el móvil y he borrado su número. No vaya a ser que me dee por leerlo, infrinja las normas de respeto a mí mismo que tantas veces, tantas noches, me he saltado esperando un algo que ya ni me imagino, y me inflija más daño aún del que ya me he hecho gastándome el dinero en el puto libro y esperando que me de un poco del cariño que le he dado.