15 marzo 2006

La memoria de la especie

Puede haber muchos tipos de libros, pero básicamente todos se pueden dividir en dos tipos. En unos el autor ha huido premeditadamente de una especie de horror diversitatis -como lo bautizó Monterroso- y ha intentado darle una unidad, un sentido a los diversos materiales que allí ha reunido, a veces esa ardua labor se consigue y hablamos de una novela, por ejemplo. En otros casos el autor intenta construir un libro plenamente naturalista -en el sentido de imitación del mundo que nos rodea- y nace así un libro como La memoria de la especie de Manuel Moyano, editado por Xordica.
Algún lector avispado buscará una unidad en el libro de Moyano, y dicha unidad será superficial y servil con las propias palabras del autor cuando dice, en una de las páginas de este libro: «Lo trágico perdura en la memoria de la especie; la felicidad, que por definición es efímera, está condenada de antemano a no dejar huella.»
Hay mucho de trágico en este libro, pero esa sería una visión cercenada del libro, que va más allá con una mirada turbia hacia esa realidad trágica, y un distanciamiento irónico que cuestiona una lectura a pie juntillas de esa naturaleza dramática.
Dividido en cuatro secciones, el libro muestra, al menos, cuatro caras bien distintas.
La primera de ellas toma un nombre latino, Plaudite, amici, y es una sucesión de interpretaciones de agonías, un catálogo de las postrimerías por así decirlo, de una serie de figuras históricas. No hay una unidad evidente, tampoco, en la selección histórica que se ha realizado: Sócrates, Julio César, Jesús -aquí hay un pequeño desajuste histórico ya que si el famoso hijo de dios, perdonen las minúsculas, pero con esto de los fanatismos prefiere uno inhibirse, murió a los treinta y tres años no se entiende cómo es que la fecha de su muerte es en el año treinta de la era cristiana-, Juana de Arco, Leonardo da Vinci, Tycho Brahe, Beethoven, Bolívar, Goethe, Poe, Chopin, Rimbaud, Otto Lilienthal, Sissí, Apollinaire, Kafka, Anna Pavlova, Pessoa, Unamuno, Manolete, el "Ché" Guevara, Cocó Chanel, Franco, Sartre, Hitchcock, el serial killer John Wayne Gacy Jr. y Cela. Para Fernando Savater es esta la mejor de las secciones del libro, como afirmó en la crítica que hizo en El País de este libro. Sin ser la peor -no sé si se podría decir que hay mejores o peores secciones- emitir dicha opinión evidencia que hasta los finos lectores hacen interpretaciones equivocadas.
La segunda es, para mí, mucho más vital, turbadora e interesante. Se llama Archivo de atrocidades y el propio autor la califica de tremendista con acierto. Moyano partió de la lectura de las páginas de sucesos -esas noticias que ahora disimulan en las ediciones locales o en los ladillos de nacional, ¿dónde quedó ese abono de la imaginación que se llamaba El Caso y que yo leí en mi infancia?- para presentar dichas noticias de un modo sorprendente: primorosos versos clásicos en los que se unen la narrativa y un breve toque lírico que logra incomodar al lector. Cómo es posible que de ese tremendismo amarillista surja una veta poética y que todo este dicho en la primorosa métrica de la poesía clásica. Porque la literatura es capaz de operar estos cambios, banaliza lo primoroso y embellece lo atroz, como corresponde a toda digestión regada con lecturas. Y siempre con un poso, un regusto, a reflexión sobre lo vivido, a contemplar con mirada crítica el discurrir de la vida.
Interludio onírico es la tercera de las secciones del libro. Como su nombre indica es la reunión de pequeños textos, narraciones de los sucedido en el sueño, reflejos sutiles de la duermevela, que extrañan al mismo tiempo que embelesan al lector. El sueño del hombre que se encuentra a su peluquero cortándose la barba en su baño es, sencillamente, inquietante. Representa la filiación surrealista, no menos trágica y más evidente cómica y absurda que la realidad, pero no su opuesta.
La última de las secciones, Equipaje de sombras, es la plasmación más evidente del tono meditativo de todo el libro. Pequeñas reflexiones al inicio, aforismos descarnados al final que, por su filiación expositiva, construida en torno a destellos y no un sistema filosófico completo, enlaza con el mejor pensamiento del siglo pasado -Benjamin, Cioran- para servir como arqueo del inventario de dolores y deseos de las páginas anteriores. A lo mejor muchas de las ideas que señala no son originales, ni irrefutables, pero no creo que fuera ese el objetivo del autor al redactarlas, sino mostrar aquello que le desasosiega.
Más allá de la muerte, más allá de la vida, Moyano ha reunido en este libro un montón de textos que, como esas calaveras de un osario que menciona en uno de los últimos aforismos del libro, son al final todas iguales y nos dicen lo mismo, pese a que en vida se escondieron todas bajo rostros diferentes.
Es este un libro que merece un lectura. Comprénlo, que es de una editorial pequeña y se/les harán un favor.